sábado, 17 de diciembre de 2011

TORMENTA NEGRA

2. Deslices del corazón


El despacho del director olía tanto a hierbas aromáticas, que estaban calmando mi irascible estado de ánimo. Por lo general, el director no ponía cosas de esas, pero en aquella ocasión era diferente y tenía el presentimiento de que la idea lo había provenido de él, sino de mamá. Ella estaba sentada en el lugar que debía ocupar el director y nos miraba sonriente desde su posición. Me adelanté un par de pasos y traté de mantenerme callada, pero la impaciencia pudo más.
-¿Dónde está el director?- Pregunté con demasiado ímpetu.
-Está acomodando a vuestros compañeros.- Respondió calmamente.- ¿Qué tal os encontráis todos?
-¿Para qué nos has hecho llamar?- Solté.
-Violet…- Erik me agarró del brazo para hacerme retroceder y, aunque opuse resistencia, lo consiguió.
-Bien, a lo que íbamos.- Prosiguió.- Sé que es bastante repentino, pero han quedado cuatro plazas vacantes en el profesorado y queremos, tanto el director, como yo y el resto de profesores que las ocupéis.
-¿Qué nosotros…, qué?- Pregunté confusa.- Pero, ¿no se suponía que nosotros también éramos estudiantes?- Añadí.
-Bueno, entendemos que ya sois lo suficientemente maduros como para dejar de ser estudiantes y queremos que trasmitáis todo lo que habéis aprendido a aquellos que lo necesitan más. Por supuesto, podéis rechazar la oferta y continuar siendo estudiantes, pero pienso que sería un desperdicio.
-Has dicho que hay cuatro plazas vacantes,- Intervino Kevin.- lo que significa que hay cuatro profesores que ya no están aquí, ¿me equivoco?
-Es verdad-nos confirmó.- Decidieron retirarse a descansar. Por eso es que necesitamos nuevos profesores… ¿Y bien?, ¿qué me decís?, ¿aceptáis la obligación?
-¿Sólo seremos nosotros?- Preguntó Edy tan de repente, que me asustó.
-Y tu padre, Carl, Yo, aunque tendremos ayuda de los padres de Carl.
-¿Qué ha pasado con los profesores, mamá?, ¿por qué se han ido todos tan de repente?- Pregunté enfatizando la última frase.
-Ya vale, V, deja ya de gritar.- Me cortó Erik con brusquedad, aferrando mi brazo con mucha más fuerza que antes.
-Y tú deja de aplastarme el brazo.- Le recordé, pero no me soltó.
-¿Entonces aceptáis?- Insistió mamá.
-¿Y qué asignaturas vamos a impartir?- Preguntó Kevin ahogando un bostezo.
-Eso es lo bueno.- Rió.- Podéis elegir la asignatura que queráis, o podéis inventaros una… consultándolo primero con nosotros, claro está… Entonces… ¿sí?-volvió a insistir. ¿Por qué ponía tanto empeño? No llegaba a comprenderlo del todo.- De todos modos, tenéis más de medio año para prepararos…
Cierto, nuestra estancia en la isla no había sido de tres años justos, sino que nos habíamos quedado dos meses más, aunque…había una cuestión que me inquietaba. ¿Por qué no había ni un solo estudiante rondando por los alrededores? Los habíamos visto cuando llegamos en los helicópteros, pero no sentía su presencia dentro del recinto. Allí solo estábamos nosotros, nuestros compañeros de la isla y los profesores que no habían huido, ¿por qué? todo aquello resultaba de lo más extraño.
-Hasta primeros de año están de vacaciones.- No lo había preguntado todavía, pero mamá me había respondido a lo que yo le estaba dando vueltas. ¿Acaso podía leerme el pensamiento?- Lo decidimos así para que nos diera tiempo a prepararnos bien.- Añadió.- ¿Entonces...?
-Vale, vale.- Accedí.- Si con eso puedo irme a dormir ya, aceptaré el cargo de profesora…
-¡Violet, ya está bien!- Gritó Erik propinándome un buen capón.
-Oye, que eso duele.- Me quejé.
-Violet, ¿cuánto hace que no descansas en condiciones?- Preguntó mamá de repente.
-Esto…
-Bastante.- Respondió Erik por mí.
-¿Dolor de cabeza…, pesadillas…?- Insistió.
-Simplemente no puedo dormir bien.- Solté.- ¿Qué hay de malo en eso? No es que sea nada del otro mundo.
-Bueno, de acuerdo. De todos modos, ya es muy tarde. Hablaremos mañana con más calma.
Los cuatro salimos del despacho y bajamos las escaleras hacia los dormitorios. ¿A qué había venido eso de preguntarme sobre mis hábitos de sueño? Y, sobre todo, ¿acaso se había vuelto completamente loca pretendiendo que formásemos parte del profesorado?
Entré en el dormitorio y me tiré en plancha sobre la cama, sin darme cuenta de que el cuerpo de Erik se hallaba sobre ella. Mi caída fue tan brutal, que el somier crujió escandalosamente y nuestras respiraciones se detuvieron durante varios segundos, que se me hicieron eternos.
-¿Os dejamos solos?- Se jactaron Edy y Kevin a tiempo. Me levanté lo más deprisa que pude, deshaciendo el hechizo de nuestras miradas y me dirigí hacia la puerta.
-¿Dónde vas?- Me retuvo Erik.
-Al baño, ¿te importa?, ¿o es que quieres acompañarme por si me pierdo?- Grité llena de coraje.
-No hagas ninguna estupidez.- Me advirtió.
Pero yo ya estaba demasiado lejos como para poder oírlo, aunque lo escuché de todos modos.
La luna lo bañaba todo, proporcionando una suave claridad, mientras yo me dirigía presurosa hacia los establos. No me lo podía creer. ¿Qué demonios estaba haciendo? Eso no era lo correcto, lo sabía, pero algo me impulsaba.
Miré hacia todos lados para cerciorarme de que no me había seguido nadie y, después, abrí despacio la puerta y la cerré a mi paso. En el interior reinaba una completa oscuridad pero, aún así, podía ver con claridad. Me detuve frente al cubículo de Luna, esperando, esperando que no se presentase.
-Has venido.- Suspiré. Al final se había presentado.
-No podemos seguir así.- Susurré.- Yo… Yo quiero a Erik.- Añadí.
-Si le quisieras tanto como dices, no estarías aquí, a altas horas de la noche, hablando conmigo.
-Solo he venido a decírtelo claramente.- Sentí sus brazos alrededor de mi cintura.- Fue… fue un error y tú mismo lo has reconocido.
-Sí, pero también reconozco que no puedo vivir sin ti.
-No me hagas esto, por favor, no puedo.- Supliqué.- Yo… mi corazón… mis sentimientos…
-Yo te haré cambiar, yo haré que tus sentimientos cambien.- Ultimó muy seguro de sí mismo.
Sus brazos me aferraron con mucha más fuerza y su respiración en mi cuello me estaba volviendo loca, tanto como su aroma, tan dulce y cargado de pasión.
Y, cuando me llevó en brazos hacia el interior del cubículo de Luna, no pude hacer nada. No me resistí ni tan siquiera cuando sus hábiles manos comenzaron a estimular todo mi cuerpo. No podía parar, no podía, mi cuerpo y mi corazón me decían cosas distintas. Erik me había dicho que no hiciera ninguna estupidez y yo, iba a traicionar nuevamente al amor de mi vida, sin poder hacer nada por evitarlo.

TORMENTA NEGRA

1. Recomenzando


La luna brillaba majestuosa sobre los terrenos del internado. En otras circunstancias me hubiera encantado la idea de regresar, pero me había acostumbrado demasiado a la vida en la isla y volver ahora, me parecía estar dando un paso atrás.
Los dos helicópteros que nos traían de vuelta, aterrizaron a la vez, de la forma más brusca imaginable, en el campo frente al internado.
Hacía tres años que no veía aquel edificio y sus alrededores, pero no parecía haber cambiado en absoluto. Todo parecía igual que entonces y eso me hizo recordar de nuevo a mi antiguo “yo”.
Bajé del helicóptero casi flotando y aguardé al resto de mis compañeros.
Durante los años, había desarrollado una habilidad que me permitía mantenerme suspendida en el aire un tiempo limitado y, si a esto le sumábamos una potente habilidad psicoquinética, que no me daba más que un horroroso dolor de cabeza, al igual que mis esporádicas visiones, la mezcla resultaba explosiva. Aún no había perfeccionado las habilidades en cuestión, pero esperaba poder hacerlo pronto.
Tres años me habían bastado para desarrollar un montón de capacidades, tales como las mencionadas anteriormente, o el simple hecho de ser capaz de manejar el viento, el fuego, la materia y demás elementos, a placer, pero las más poderosas de todas y que requerían de un mayor control y de una resistencia y energía considerables, eran sin duda la coacción, una capacidad que me permitía controlar la voluntad y los pensamientos de las personas que se pusieran a mi alcance, y otra, de la que ni siquiera tenía su nombre y que ni yo misma entendía por completo, que, según la investigación que realicé a escondidas, tenía algo que ver con el alma, el espíritu, o algo así.
Bastaba decir, que solo yo tenía constancia de ellas, ya que eran demasiado peligrosas. Además, no quería revelar mis cartas tan pronto. Quizás, en algún momento, podría utilizarlas para sorprender a mi adversario. Por el momento, me conformaba con emplear aquellas que no supusieran demasiado riesgo, tanto para mí, como para los demás, ya que el empleo constante, me dejaba realmente agotada.
-Veo que ya te has acostumbrado a la levitación.- Comentó Erik a mi espalda.
-El durísimo entrenamiento ha dado sus frutos.- Respondí cortante.
-Tan solo has estado recordado lo que ya sabías…
-¡Todo esto es nuevo para mí!- Le corté.- Aquellos tiempos ya los he dejado atrás, y lo sabes.
-Como quieras,- Accedió. Últimamente, siempre me daba la razón en todo y me ponía realmente furiosa.- pero no uses tus habilidades tan a la ligera.- Añadió muy serio.- Ya sabes que te cansa demasiado.
-¿Y quién ha pedido tu opinión?- Gruñí.- Que yo sepa no eres tú quien debe afrontar las consecuencias.
-Lo sé.- De nuevo me daba la razón y de nuevo estábamos a punto de enzarzarnos en una buena pelea.
-¿¡Quieres dejar ya de darme la razón en todo!?
-Tan solo me preocupo por ti.- Respondió sonriente.
-Pues no lo hagas.- Solté.
-No me digas que tienes hambre de nuevo.- Adivinó Erik para mi sorpresa.
Tan solo había pasado un día desde la última vez, pero mi cuerpo ya ansiaba aquel brillante y espeso líquido. Suspiré y traté de relajarme un poco.
-Lo siento...
-No tienes por qué disculparte por sentir esa necesidad, V. Es del todo normal, pero solo te pido que intentes controlarlo un poco.
-Está bien,- Accedí- pero...
Di un paso hacia él y le cogí de la muñeca sonriente. Podía notar el flujo de su sangre bajo la piel de mis dedos y, mis colmillos ya estaban preparados para morder, cuando papá me dio un golpecito en el hombro.
-Quizás para otra ocasión,- Dijo- cuando no haya tantos estudiantes rondando por aquí, ¿vale?
Me mordí el labio de rabia, pero solté la muñeca de Erik y entré rauda en el edificio, detrás de papá.
Realmente no había cambiado nada. Los mismos cuadros, la misma estructura, aguardaban nuestra llegada. Incluso el cuadro de mi madre aún seguía allí quieto, en el descansillo de las escaleras, esperando que, de nuevo, me pasase las horas muertas observándolo, pero yo ya no era la misma de entonces. Había madurado a mi manera. Tal vez demasiado, pero no importaba.
-Tú y yo tenemos un asuntillo pendiente.- Le susurré a Erik al oído, abriendo la puerta de nuestro dormitorio.
-Si te refieres a la sangre… hoy no tengo ganas de servirte de cena.- Rió.- Aunque… si quieres otra cosa… estaré encantado de dártela.
-Tan sutil como siempre, Erik.- Saltó Edy pasando entre los dos y entrando en el dormitorio, seguida de cerca por Kevin.
Un sentimiento de vergüenza me invadió al momento. Edy había elegido el mejor momento para intervenir en nuestra conversación, pero la tonta había sido yo, por no darme cuenta de que, al ser ellos también vampiros, podían escuchar una conversación, aunque ésta se realizase en un tono rozando lo inaudible para los humanos.
-Hoy no tengo ganas.- Le respondí a Erik entrando también en el dormitorio.
La disposición del cuarto, tampoco había sido modificada. Tanto la mesa del centro, como las camas y los armarios, seguían en la misma posición de cuando nos fuimos. Eso tenía que cambiar. Cerré los ojos y traté de concentrar toda mi energía en mover los muebles de posición. El repentino dolor de cabeza que me sobrevino, me hizo perder durante unos breves instantes la concentración, pero logré recomponerme enseguida.
-¡Mierda, Violet!
La voz de Erik y su repentino beso me hicieron perder del todo la concentración, con lo que los muebles cayeron bruscamente al suelo, volviendo a su posición original.
-¿Qué narices te crees que estás haciendo?- Le grité en tanto que pude deshacerme de su atadura.
-¿No te había dicho que no usases ese tipo de habilidades?- Me recriminó Erik muy serio.- Si quieres lucirte, hazlo durante los entrenamientos.- Añadió.
La puerta se abrió de pronto, si darme tiempo siquiera a pensar una respuesta con la que pudiera defenderme de los comentarios de Erik.
-Reesha quiere hablar con vosotros.- Dijo papá sonriente.
-¿Ahora?- Me quejé.
-Sí, ahora, Violet. Es importante.

TORMENTA NEGRA

Prólogo


Erik agarró la hoja de la espada en un abrir y cerrar de ojos. Me había vuelto tan condenadamente violenta, que no le había atravesado por un pelo.
El entrenamiento al que habíamos sido sometidos durante los tres años que habíamos estado encerrados en la isla, había surtido en mí un efecto demasiado indeseable. Mi cuerpo era más adulto, sí, y mi cabello era más largo y mi piel mucho más resistente, pero el problema era mi carácter.
Había tenido que soportar tanto en tan poco tiempo, que mi mirada se había endurecido y mis actos ya no reflejaban a la Violet que fui en su día. Aquella niña tonta que quería volverse humana a toda costa, ya no existía. El vampiro que había dentro de mí la había destruido por completo. La sola mención de aquella época, ahora me daba escalofríos y, si no fuera porque Erik estaba a mi lado para recordarme la persona que una vez fui, lo habría olvidado por completo.
Durante los últimos tres años, había hecho caso omiso de las visiones que se apelotonaban en mi mente, por no decir que el misterio del Libro Demoníaco aún estaba sin resolver pero, ¿cómo pensar en esas nimiedades, si mi nueva “yo” requería de toda la concentración?, ¿por qué preocuparse por algo como eso, cuando la vida se desarrollaba de la forma más natural?
Sí, ahora sabía con certeza que el alma de mi hermano se encontraba en el interior del libro y sí, él había provocado accidentalmente mi amnesia pero, ¿por qué hacer algo por él, cuando él no había hecho nada por mí?
De todos modos, aunque quisiera hacer algo, no sabría por dónde empezar. Yo ya había renunciado a recuperar los recuerdos, había renunciado por completo a saber de mi pasado. Lo importante ahora era el presente, nada más.
Aparté la espada del cuello de Erik y me la enfundé a la espalda. Mi único objetivo en aquellos momentos consistía en capturar a la presa a la cual le había estado siguiendo el rastro. Y ya me encontraba muy cerca.
De un tiempo acá, había adquirido un gusto insano por la sangre, hasta el punto de no ser capaz de estar sin beber dos días seguidos. La sangre de animal no era tan buena como la de vampiro, o la humana, pero calmaba mi voraz apetito y me daba las fuerzas que necesitaba.

ROSA DE SANGRE

2. En el infierno


La primera asignatura del día, biología, se impartía en el laboratorio y, por desgracia, tuve que pedirle a la única persona que conocía hasta el momento, que me mostrase el camino. Lo primero de todo, tenía que recorrer el pasillo del lado izquierdo de la escalera de acceso a los dormitorios y torcer a la izquierda en la primera salida. Después, continuar un poco más en línea recta y torcer a la derecha en la segunda salida y, en ese punto, ya habría llegado a mi destino. Bastaba decir que todo aquel entresijo de pasillos hacían perderse a cualquiera que no conociera a la perfección cada recoveco del internado.
-¿No quieres que te acompañe?- Se ofreció Erik notando mi ahogo por la complejidad del asunto.
-Gracias, pero no, gracias.- Contesté.- Quiero intentarlo por mí misma, si no te importa.
-En tal caso, nos vemos en clase.
Lo cierto es que estaba deseando que me acompañase. Sería la única manera de no perderme, pero la situación entre nosotros ya era lo bastante extraña y no estaba dispuesta a complicarla más de lo necesario.
Seguí las indicaciones de Erik a rajatabla, o al menos eso creí, pero debía de haberme perdido algún capítulo, porque donde se suponía que debía estar el aula del laboratorio, había una gran fuente de piedra que emanaba agua a chorro en sentido contrario al de la gravedad y un viento gélido campaba a sus anchas por el lugar, provocándome un millar de escalofríos.
Me acerqué a la fuente y tomé asiento sobre la piedra redonda. Estaba húmeda y fría y pequeñas gotitas del agua que subía a presión, empapaban mis largos y níveos cabellos.
Me sentía frustrada. Había logrado perderme incluso cuando estaba decidida a no hacerlo y ahora lamentaba no haber aceptado la propuesta de Erik, que tan amablemente se había ofrecido a acompañarme.
-¿Hay alguien ahí?, ¿Violet?
Me asusté y me levanté de un brinco de la roca. Había dos posibilidades: una, o me estaba empezando a volver majara o, dos, Erik me había encontrado. Yo votaba por la primera opción.
-¡Soy Violet!- Grité, aunque no esperaba respuesta alguna.
Una chica de más o menos mi misma edad, de cabello largo y castaño, ojos azules y cuerpo esbelto y proporcionado, salió del corredor por el que había llegado yo y se acercó a mí, dándome tal achuchón, que creí que no lo contaba.
-Me llamo Cybille.- Se presentó nada más soltarme de sus entusiastas brazos.- Perdona por lo del abrazo, es un tic que tengo. Todos en el internado están acostumbrados, pero a ti te ha debido de parecer extraño.
-No pasa nada.- Le mentí piadosamente. A decir verdad, me había dado un susto de muerte.- ¿Estás sola?
-¡Qué va!- Exclamó.- Estaba con Erik, pero ha ido a avisar al profe de que te hemos encontrado.- Tomó mi brazo como si fuésemos amigas de toda la vida y empezamos a caminar por uno de los corredores con total seguridad.- Tardas un tiempo en acostumbrarte,- Dijo muy sonriente.- pero luego es de lo más fácil, ya lo verás.
-Para mí no lo creo. Me pierdo hasta con un mapa.- Su sonrisa se hizo más grande y, al poco, no pudimos dejar de reír.- ¿Cómo es que habéis venido a buscarme?- Dije en cuanto se me pasó la risa.
-Por tres motivos: uno, Erik estaba preocupado, dos, el profe nos ha dado permiso y tres, no estamos acostumbrados a perder alumnos, que no hayan querido perderse voluntariamente.- Rió y me guiñó un ojo en señal de complicidad y yo lo entendí a la primera.
Cuando llegamos a lo que supuestamente era el laboratorio, llamamos a la puerta y entramos en la sala sin esperar respuesta. Todo el mundo se alborotó, pero fue el profesor, un hombre alto y fuerte, de cabello rubio pálido, con perilla y unos ojos más negros que el tizón, quien me alejó de Cybille y me achuchó al igual que ella lo había hecho minutos antes.
-Es mi padre adoptivo.- Me susurró mi, al parecer, nueva amiga en tanto que el profesor me dejó respirar. Ahora ya sabía de dónde venía el misterioso tic.
-Vale, chicos.- Les llamó la atención el profe.- Puesto que ya hemos localizado a la Sta. Lazzaro,- Las risitas ahogadas me hicieron sentir como una tonta.- podemos continuar con la clase. Violet,- Me llamó.- toma asiento junto a Erik y Cybille.- Asentí, pero maldije mi mala suerte.
Cybille me llevó de la mano (ni que fuera una niña) hacia la larga mesa blanca donde ya estaba sentado Erik.
El laboratorio era más grande de lo que había imaginado. No se trataba de un aula común y corriente. Las mesas donde estaban sentados el resto de los estudiantes, parecían tener cabida para no más de tres personas y estaban dispuestas en círculo en lugar de horizontalmente, como era lo habitual, para que todos nos pudiésemos mirar a la cara, supuse. El centro de la circunferencia estaba presidido por una mesa cuadrangular con dos sillas y las paredes estaban amuebladas con vitrinas y un par de estanterías con libros, seguramente de consulta. Había también un perchero de pie, frente a una de las vitrinas, con una triste bata blanca colgada y no había pizarra.
Tomé asiento entre Erik y Cybille, de manera que él estaba a mi izquierda y ella a mi derecha, y coloqué las manos sobre la mesa con suavidad. Me fijé en que cada estudiante tenía un libro de texto sobre la mesa, junto con un taco de folios y un juego estándar de escritura que se componía de bolígrafo azul, negro, rojo y verde, tres marcadores fluorescentes, un rulo de goma con su correspondiente porta-gomas, un carboncillo, un portaminas de mina gruesa, como la de los lapiceros, y otro de mina fina, con sus correspondientes recambios (y eso era a lo que llamaban estándar).
-Algunos de vosotros ya estuvieron conmigo el año pasado,- Comenzó el profe.- de modo que ya saben cómo trabajo. Para los que no… lo irán aprendiendo sobre la marcha.- Rió.- Eso en lo referente a las clases. Ahora, como vuestro tutor, solo decir que considero el respeto fundamental, de manera que no me hagan enfadar.- Levanté la mano sin pensar.- ¿Sí, Sta. Lazzaro?
-Ya que es nuestro tutor, ¿puedo preguntar por qué los dormitorios son tan grandes?- Tenía esa curiosidad desde por la mañana.
-Puede.- Rió el profe.- Y es una pregunta que deberían habérsela hecho todos ustedes. Los dormitorios de los estudiantes son tan grandes porque están dispuestos para nada más ni nada menos que tres personas.- Volvió a reír.
-¿Ha dicho para tres personas?- Insistí.
-Si miran a su derecha e izquierda, conocerán a sus compañeros de habitación.
Se me encogió el corazón. ¿Tendría que compartir habitación con Erik? Esto parecía una pesadilla de la que no me iba a despertar nunca.
-Usted llegó aquí antes de empezar las clases y, ¿no se ha dado cuenta que en el dormitorio designado para usted hay tres camas?
-Sí.
-Pues ahí tiene la respuesta.- ¡No, no, no! Esto tenía que ser un mal sueño.
-Pero…
-Se está preguntando el porqué de la no separación entre chicos y chicas, ¿cierto?- Asentí. El profe rió con más ganas.- Eso… pregúnteselo al director.- Menuda respuesta. Había salido por patas ante una sencilla pregunta.

ROSA DE SANGRE

1. Una nueva vida

 

"La sangre es vida y la vida es efímera"
"Desea la sangre del crepúsculo y huye de lo vivo"
Tan solo era medianoche, la lluvia no había cesado y yo me hallaba bajo las sábanas con el libro demoníaco entre las manos, tratando de descifrar las extrañas palabras allí escritas. La tinta estaba desgastada y no se veía demasiado bien, pero aún así, podía descifrar algunas de las frases como si fuera mi idioma nativo. No comprendía mi situación demasiado bien y tampoco sabía los efectos que el libro podía ocasionarme a la larga, pero estaba más que dispuesta a descifrar el texto. De otro modo, ¿qué sentido tenía ser yo la propietaria del libro? Muchos antes que yo, lo habían poseído y habían perecido al poco. ¿Por qué era yo diferente?
"La vida dará mil vueltas y tu existencia quedará definida"
Cerré el apestoso libro, lo guardé en la caja y me concentré en conciliar el sueño. Lo mirase por donde lo mirase, no entendía ni una sola palabra de lo que estaba intentando leer y, además, el día que se aproximaba sería demasiado arduo, como para quedarme en vela la noche entera.
No tenía ni la más mínima gana de levantarme, pero cuando los primeros rayos de sol iluminaron el dormitorio, no me quedó más remedio que levantarme a regañadientes y embutirme en el uniforme del internado, es decir, una falda más corta que larga y sin pliegues de color azul claro, que se abotonaba con un imperdible en un costado, una blusa súper escotada de manga pirata de color blanco y una chaqueta de algodón de un color más oscuro que el de la falda, con el escudo del internado en el lateral izquierdo de la misma. No había medias, pantis o lo que fuera por ningún lado y tampoco hallé los zapatos. Quien diseñó el uniforme fue un completo idiota, pero debía encontrar los zapatos o, por lo menos algo con qué cubrir mis piernas, que ahora estaban a la intemperie, ya que la falda era tan sumamente corta que tan solo llegaba hasta por encima de las rodillas.
Tuve que desistir en el intento, o si no, iba a llegar tarde al desayuno. La impuntualidad estaba castigada muy severamente y ya eran las 7:25, de modo que tan solo me restaban cinco minutos para arreglarme y bajar con el resto de estudiantes.
Hacía un frío terrible por el pasillo, propio del mes de enero, y lo sentía más hondo por el hecho de caminar descalza y medio desnuda. Cuando llegué al primer tramo de escaleras, un cuadro, dispuesto de forma elegante sobre la pared empapelada en flores, llamó mi atención. La imagen estaba desdibujada, pero por la silueta se trataba de una mujer de poco más de dieciocho años, que vestía los ropajes propios del siglo XV, siglo arriba, siglo abajo. Entre sus manos, el autor de la obra, había pintado un retal de tela arrebujado y, en segundo plano se podía distinguir la silueta de un castillo, edificio antiguo, o algo medianamente parecido. Me quedé embobada admirando el cuadro hasta que me di cuenta que si no corría como nunca lo había hecho, llegaría realmente tarde pero, antes de irme, leí la inscripción de la chapa bajo la pintura: "Lady Lazzaro Valentine"
Bajé las escaleras de caracol tan aprisa que, cuando llegué abajo, tuve un brutal encontronazo con uno de los estudiantes que aguardaban la apertura de las puertas del comedor.
-Perdón, lo siento mucho, iba despistada.- Farfullé tratando de disculparme.
El chico parado frente a mí era de mi misma edad. Tenía el pelo rojizo y liso y unos ojos tan verdes que parecían haber robado el color a todos los campos del mundo. Era un poco más alto que yo y tenía unos músculos impresionantes, no como los de los culturistas, pero eran perfectos y bien proporcionados.
-Tú eres nueva, ¿verdad?
-¿Por qué dices eso?- Pregunté indignada.
-¿Por qué vas descalza?- Rió.- Y, no sé si te habrás dado cuenta, pero hace un frío espantoso como para ir sin medias.
-Bueno, es que en mi cuarto no había nada de eso y, si quería llegar al desayuno, no me ha quedado otra que bajar a medio arreglar, ¿te importa?
-En absoluto, así estás mucho más guapa que el resto de las chicas de por aquí.- Vale, típico de un capullo hacer cumplidos a una chica en una situación tan embarazosa como lo era aquella.- Soy Erik McNeil.- Se presentó y su mano se extendió hacia mí en señal de amistad.
-Violet Lazzaro.- Estreché su mano, pero la solté al poco en cuanto escuché el chirrido de las puertas del comedor, que anunciaban su inminente apertura.
-Si quieres, puedo acompañarte luego al despacho del director para que te diga dónde guardan las ropas de mujeres, o puedo decírselo a alguna de las profesoras, si lo prefieres.
-Gracias, pero creo que me las arreglaré yo solita.- Le corté en seco.
La horda de estudiantes fue pasando al interior del amplio comedor y, cuando llegó mi turno, me quedé pasmada. Más que un comedor tenía pinta de un restaurante a gran escala. Las mesas eran cuadradas, dispuestas en hileras perfectas. Estaban cubiertas con manteles a cuadritos azules y blancos y sobre estos, estaban colocados los cubiertos, el vaso y la servilleta, ésta también de tela. No había platos, sino que en un extremo de la sala había una gran estructura en cuyo interior había toda clase de comida, como en un buffet libre, separada por primeros platos, segundos platos, postres y bebidas, básicamente. Por lo que pude comprobar en un rápido vistazo, había tres primeros platos y tres segundos, postres diversos y una cantidad ingente de botellas de agua, zumos y demás, todo en formato familiar.
Seguí a un grupo de chicas que cogían una bandeja de un soporte de madera cercano a la puerta y luego las seguí unos metros más adelante, donde una señora mayor con redecilla estaba repartiendo un juego de platos por alumno que se ajustaban a la perfección en los huecos de la bandeja (como las que utilizan en los hospitales para servir la comida de los residentes). Después, me giré a la izquierda, hacia la vitrina que contenía la comida y me fijé en las dos barras de metal dispuestas en horizontal, donde los estudiantes dejaban descansar sus bandejas para poder servirse con mayor facilidad. Se trataba de un gran invento, de modo que, para no ser menos, dejé caer la bandeja, con los platos ya colocados, sobre las barras. Me di cuenta que los demás deslizaban su bandeja por las barras, de modo que los imité y, al tiempo que pasaba por el primer plato apetecible, tomé el cazo y dejé caer su espeso contenido sobre el plato hondo antes de proseguir con el deslizamiento hacia la zona de los segundos platos, donde repetí la misma operación. Cuando llegué a la zona de los postres, no hallé más que fruta, de manera que me reservé de coger alguna pieza. El desayuno ya estaba siendo demasiado raro como para añadirle más guasa al asunto. El último tramo se componía básicamente de pan tostado y botellas de agua y zumo, además de otras sustancias que no identifiqué. El pan no me apetecía, pero cogí una botella de zumo de melocotón.
Cuando acabé, recogí mi bandeja de las barras y busqué una mesa libre donde poder sentarme tranquila a desayunar. Sorprendentemente, casi todas las mesas ya estaban ocupadas, de modo que me costó un poco encontrar un lugar donde esconder mi cara hasta tener la suficiente confianza como para sentarme a charlar con alguien. Atisbé una mesa vacía al fondo de la sala, tan solo rodeada por una pareja bien avenida, que sonreían como si se conocieran de toda la vida y tal vez era así.
Dejé la bandeja entre los cubiertos y me senté en una de las sillas acolchadas, agotada de tanto ajetreo desde por la mañana.
-Es raro, ¿verdad?- Comentó alguien a mi espalda.
Agaché la cabeza desesperada. Para una vez que quería estar sola, tenían que venir a molestarme en mi momento de relax.
-¿Puedo sentarme contigo?- Erik se situó a un lado para que pudiese verle la cara.
-¿No tienes a nadie más para chafarle el día?
-Pensé que querrías compañía.- Rió y, sin esperar autorización alguna, se apoltronó en la silla frente a la mía.
-Pues te equivocaste.- Dije con voz lo más cortante posible.
-¿Por qué eres tan dura conmigo?
-¿Por qué tienes tanto interés en mí?- Solté con brusquedad.
-Porque pareces mucho más inteligente que las demás chicas, a pesar de ir descalza y sin medias.
-Deja de burlarte de mí.- Proferí tomando una cucharada de mi arroz con leche.
-No lo hago,- Se defendió.- tan solo estaba tratando de hacerte reír.
-Pues déjame decirte que no tienes dotes para humorista.
-Sí, ya me lo han dicho antes.- Rió partiendo las galletas y echándolas sobre la leche.- Bueno, ¿y qué tal el primer día?- Preguntó.
-Los he tenido mejores.
-¿Y eso?- La rapidez con la que engullía el desayuno no era ni medio normal.- ¿Es que has tenido días peores?
-Mi madre falleció la semana pasada.- Dije de corrida.- Y ahora estoy empezando de cero, por decirlo de algún modo.
-¿No tienes más parientes?
-Se deshicieron de mí, ¿vale?- Grité.
-Vale, lo siento.- Se disculpó de inmediato.- Te prometo que ya no voy a volver a mencionar el tema hasta que tú no quieras.
-Gracias.
El desayuno transcurrió sin más contratiempos que lamentar. Bastante mal me sentía ya por ser la chica nueva y no quería llamar la atención más de lo necesario.
Erik se había empeñado en acompañarme al despacho del director para solucionar mi pequeño problemilla y me faltó el valor para negarme. Parecía como si, en tan solo media hora, hubiéramos forjado un vínculo entre los dos y ya no pudiésemos estar el uno sin el otro.

ROSA DE SANGRE

Prólogo


La lluvia arreciaba sobre los terrenos del internado, haciendo caer torrentes de agua sobre las enormes cristaleras de mi inmenso dormitorio. Era la primera noche que dormía lejos de casa y la soledad me acompañaba ahora más que nunca. Mi madre había perecido hacía tan solo una semana y mi odioso y arrogante tío me había arrastrado a aquella prisión estudiantil, tan alejada de la mano de dios. No se me permitió asistir al velatorio de mi madre, bajo el pretexto de ser demasiado joven, pero he llegado a la conclusión que lo que querían era deshacerse de mí cuanto antes, borrarme de la faz de la tierra, hacerme desaparecer y, aunque suene mal decirlo, por una parte me sentía feliz de alejarme de los únicos parientes que me quedaban vivos. La despedida con mi tío fue un gran alivio después de lo ocurrido, aunque ahora me sintiera sola, pero sabía que iba a ser mucho mejor así, ya que las únicas palabras que cruzó conmigo, nada más dejarme a las puertas del internado, fueron: "espero que seas feliz" y eso decía bastante de él. Ahora, en la inmensa oscuridad que reinaba en mi cuarto, recordaba los momentos con mi madre y deseaba no haber sido yo la propietaria de aquel maldito libro, que no me había acarreado más que problemas desde que mis dedos rozaron el desgastado y asqueroso cuero de sus tapas. Había decidido esconderlo en una caja de plomo para mayor seguridad, pero dudaba de que tan solo eso fuese efectivo para mantener a salvo al resto de los estudiantes del internado. No quería por nada del mundo hacerle daño a nadie pero, conmigo, allí, iban a estar en peligro constante, por lo que no podía permanecer allí durante demasiado tiempo. Debía buscar algún lugar seguro lejos de todo y de todos y hallar por mí misma las respuestas a los numerosos interrogantes que se agolpaban en mi mente, pero hasta que llegase ese momento, debía permanecer allí, arriesgando las vidas de los demás a causa de mi propia cruz.

NOCHE BLANCA

Episodio 2: Atracción


Aquella noche había sido demasiado traumática para mí y aún podía ver el hermoso rostro de la atractiva vampiresa a la que había dado caza…
Mi nombre es Damian y soy el presidente de una organización que se dedica a investigar a los vampiros, al tiempo que los exterminamos. Nos hacemos llamar los Guardianes de Issar.
Obtuve el puesto de presidente tras la muerte de toda mi familia a manos de un despiadado vampiro y, aunque debería estar resentido, aún sigo conservando una mirada dulce.
Tengo el cabello moreno, corto y rizado. Mis ojos son de un color verdoso y tengo un cuerpo bien proporcionado.
He estado entrenando mi cuerpo y mi mente durante toda mi vida para cazar a los vampiros y llevo mis cuatrocientos años de vida buscando un vampiro cuyos genes sean puros y no transmutados, de acuerdo con la última voluntad de mi padre. En todo este tiempo, no he logrado encontrar ninguno. A veces me pregunto si realmente existe ese tipo de vampiro, o si tan solo fue fruto de la imaginación de mi padre.
Desde hace un par de siglos, sueño con la misma mujer. Tiene el cabello largo hasta la cintura y ondulado.
En el sueño siempre es de noche y, por alguna razón, siempre acabo matándola de muy diversas maneras. Cuando lo hago, mi alma se estremece, como si muriera al mismo tiempo.
Vivo en la casa que me dejaron mis padres, junto con Mark, un amigo de la infancia y su hermana Yolanda. Ambos son tan longevos como yo y, aunque no somos vampiros, realmente no sé si somos humanos, ya que nuestra esperanza de vida es superior a la de los humanos normales, quienes no pueden vivir más de cien años.
Además, nuestro ritmo de crecimiento es más lento. Ahora mismo, los tres tenemos el aspecto de un humano de veinte años. He intentado encontrar una explicación lógica para ello, pero sin éxito.
Yolanda, Mark y yo, somos los únicos que cazamos vampiros, pero nos estamos planteando la posibilidad de entrenar candidatos para la organización. A fin de cuentas, tenemos varias habitaciones que no se utilizan.
-¿Todavía sigues pensando en ello?
Mark entró en el despacho sonriente y tomó asiento frente al escritorio.
Mark era un poco más alto que yo. Se había dejado crecer el pelo y lo llevaba recogido con una goma. Era pelirrojo y tenía los ojos azules. Por el contrario, su hermana Yolanda, tenía el cabello rizado, de un color rubio ceniza y los ojos verdes. Todavía, después de tantos años juntos, seguía considerando la idea de que no fuesen hermanos de sangre.
-Todavía no me explico qué fue lo que me pasó.- Respondí ausente.
Sucedió durante la noche.
Habíamos localizado el paradero de tres merodeadores nocturnos, por lo que decidimos separarnos. Mark y su hermana fueron tras los dos que parecían ir en pareja y yo fui solo a cazar al que quedaba.
Se trataba de una mujer de más o menos veinte años, a punto de cumplir los doscientos, más o menos, y era muy, pero que muy rápida.
Durante los años, yo había estado ejercitando mi velocidad, aunque no lo necesitaba en realidad, por lo que me fue fácil darle alcance.
Al principio pareció sorprendida de verme pero, en cuanto se dio cuenta que yo blandía una estaca, se abalanzó sobre mí.
Absolutamente todos los vampiros con los que me había topado, eran despiadados, fríos, fuertes y rápidos, pero ella no.
Al primer embiste, cayó al suelo.
Tenía una oportunidad irrepetible, un trabajo rápido, de modo que me coloqué sobre ella y situé la estaca a la altura de su corazón.
Su comportamiento empezaba a mosquearme de verdad. Resultaba del todo inusual que un vampiro no se resistiera a ser asesinado pero, ella… parecía querer morir.
Estaba a punto de hundir la estaca, cuando algo en su mirada me detuvo. Por un momento, me quedé mirándola fijamente, dudando.
Tenía la extraña sensación de que ya nos habíamos visto antes, aunque era del todo improbable. Aquellos ojos negros tan intensos serían difíciles de olvidar y tenía la misma sensación que sentí en un sueño, acompañado por una hermosa mujer.
Ese sueño me atormentaba y tal vez fue por eso que me puse en pie y me alejé de ella a toda velocidad, dejando clavada la estaca en su hombro y regalándole un día más de asesinatos despiadados cargados de maldad.
-¿Me estás escuchando?- Habló Mark golpeando el escritorio y haciendo volar las solicitudes de los candidatos.
-Disculpa, estaba recordando.- Mark suspiró.
-Te preguntaba si ya habías escogido a los candidatos.
La pregunta me sorprendió. Había supuesto que continuaría preguntándome cosas de la pasada noche, pero no fue así. Había cambiado radicalmente de tema.
La elección de los candidatos era un tema difícil de solventar. Habíamos tomado como referencia las bases de datos de los dos institutos de la zona, pero de momento no había logrado encontrar a nadie que se ajustase al perfil requerido: buena formación física, discreto, abierto a nuevas ideas, dispuesto a casi cualquier cosa y preferiblemente huérfano.
-Ninguno me convence.- Admití. El rostro de Mark tornó en desapruebo, pero no insistió.
-Yo ya he registrado la organización como la Academia Issar, contigo como director, de modo que date prisa en elegir a los alumnos, ¿de acuerdo?
Mark ya estaba por salir del despacho cuando recordé el encargo que le había dado.
-A propósito, Mark, ¿has logrado averiguar algo de lo que te pedí?
-Nada de nada.- Respondió Mark regresando a su asiento.- En el registro me dijeron que no hay ninguna organización con ese nombre.
-Eso significa que no está registrada.- Susurré volviendo a mis expedientes.
-Entiendo tu frustración pero, ¿por qué te interesa tanto?
-Tengo algo pendiente con uno de sus miembros.- Respondí apartando la vista de los expedientes para fijar mis ojos en Mark.
-Veo que nuestra conversación ha terminado.
Mark volvió a levantarse y salió del despacho en un suspiro.
Lo bueno de Mark es que no me presiona. Confía en mí plenamente, pero no lo haría tanto si supiera lo que realmente pasó en el escaso tiempo que estuvimos separados.
Ocurrió hace unos cuantos años, cuando mis padres aún estaban vivos y yo todavía estaba aprendiendo a cazar vampiros.
Mi padre era un científico, respetado en la sociedad, que aparte de hacer trabajos de investigación, cazaba vampiros.
Por aquel entonces, yo sentía una gran fascinación por su trabajo, de modo que le pedí que me instruyese para poder acompañarle en sus noches de cacería.
Aprendí todo lo que pude sobre ellos, sobre cómo reconocerlos, cómo darles caza y cómo matarlos y, por fin, llegó mi debut.
Fui solo, sin compañía de mi padre y, a pesar de que era inexperto, logré localizar a uno. Se trataba de una mujer. Tenía el cabello largo, liso y de un color tan negro como el azabache. Sus ojos eran claros, verdes tal vez y…era hermosa, muy hermosa.
Yo estaba preparado, con la estaca en la mano, cuando ella me arrinconó contra una pared y me hizo soltar el arma. En ese momento, creí que iba a morir, que todo había terminado para mí, pero me sorprendió totalmente.
En lugar de derramar mi sangre, ella utilizó mi cuerpo. Yo era inexperto y…realmente imbécil por sucumbir a tal deseo pero, lamentablemente, lo hice.
Todavía recuerdo su malvada risa y su desdén, cuando me clavó mi propia estaca y se marchó de allí. Y aún recuerdo la vergüenza que sentí al regresar a casa lleno de sangre y contarles a mis padres lo sucedido.
Desde ese momento me juré a mí mismo que jamás volvería a pasar aquello y que la encontraría y le haría pagar con la misma moneda.

NOCHE BLANCA

Episodio 1: Sangre Derramada


Tenía la estaca a punto de clavárseme en el pecho pero, por alguna extraña razón, mi agresor no se movía. Tan solo un movimiento bastaba para segar, de una vez por todas, mis cuatro siglos de existencia. Solo hundiendo la estaca podría liberarme de mi maldad.
No podía sentir nada, ni siquiera en aquel momento y el hombre que estaba sobre mí, blandiendo la estaca, pareció darse cuenta porque…no me liberó. En su lugar me clavó la estaca en el hombro y desapareció, dejando tras de sí un aroma a flores silvestres.
Aquella noche había tenido suerte. Mi vida se había alargado un poco más y podría seguir matando. La maldad que se acrecentaba en mi interior no tenía límites. Era libre para hacer lo que quisiera. Al fin y al cabo, no era nadie importante, ni tan siquiera para Lilith, mi superior en la Hermandad, quien consideré un tiempo atrás como una madre.
Aquella noche (técnicamente día), soñé con sus ojos. Esos ojos verdes que me miraban incesantes, como si sólo existiéramos él y yo en el mundo. Me había pasado aquello muchas veces a lo largo de mi extensa vida, pero mi cuerpo siempre había reaccionado de la misma manera: frío y distante. En cambio, aquel hombre había despertado en mí sentimientos que ni yo misma llegaba a comprender. Él era diferente a cualquiera que me hubiera encontrado y era misterioso, ya que, por algún motivo, no lograba determinar si se trataba de un humano, o no.
Tenía el cabello corto, moreno y rizado y una expresión tan dulce e inquebrantable, que me recordó a mí misma, antes de que alguien matase a mis padres.
Había crecido sola, sin ningún tipo de apoyo, aumentando mi rabia y mi rencor, hasta que encontré el modo de sacar partido de aquello.
Fue Lilith quien me instó a unirme a la Hermandad para aprovechar mis habilidades y fue a quien empecé a querer como una madre, al no haber nadie más al alcance.
Por aquel entonces, yo era ya un caso perdido. No lograba expresar emoción alguna y los asesinatos que cometía eran sangrientos y despiadados a más no poder. Me gané mi reputación a pulso.
Sucedió durante una de las misiones.
Se me había ordenado acabar con la vida de un científico, algo inusual, ya que aquel hombre era humano, pero, por el trabajo que realizaba, la Hermandad lo consideraba peligroso.
La misión fue fácil: entrar, segar la vida y volver a salir. Pero, no satisfecha con eso, busqué a su familia y los maté a todos. Sabía que eran humanos, pero eso no me impidió derramar su sangre.
Desde aquel sangriento y despiadado asesinato, todo cambió. Todos mis compañeros me dieron la espalda e incluso Lilith se volvió dura conmigo. No entendía que el simple hecho de asesinar a un ser humano era tabú. Algo que la Hermandad no aprobaba y que me daba el título de “asesina” en toda regla. Me habían puesto una prueba y me había estrellado.
Todavía seguía perteneciendo a la Hermandad, pero yo ya no era más alguien. Tan solo era un arma que utilizaban para sus propósitos.
Ya ni siquiera me daban órdenes, sino tan solo sugerencias. Ahora me tenían miedo y era normal.
Yo no podía experimentar ningún tipo de emoción: ni alegría, ni tristeza, ni remordimiento, ni mucho menos amor.
Resultaba imposible que una persona como yo, llena de odio, pudiese llegar a experimentar aquella hermosa sensación.
Pero ahora todo había cambiado. Damian lo había cambiado. No sabía si realmente lo que sentía era amor, o algún sentimiento parecido, como tampoco sabía su verdadero nombre pero, aquellos ojos no me los podía quitar de la cabeza y aún creía poder sentir su cuerpo sobre el mío. Y su dulce mirada me atormentaba.
-¿Estás dormida, Jess?
Sonia era mi compañera de habitación y, a excepción del resto, era la única que había querido llegar a conocerme. Los demás me tenían miedo.
Los padres de Sonia eran los directores de la Hermandad y fueron quienes me permitieron quedarme después de aquel incidente, ya que, si hubiera sido por Lilith, yo ya estaría fuera de aquel lugar. Pero los padres de Sonia no lo vieron como ella. Ellos sabían que yo aparentaba ser quien no era en realidad y eso me había salvado de estar otra vez sola.
-¿Te ha pasado algo bueno esta noche?- Me insistió Sonia trasladándose a mi cama.
-Casi muero.
-¿De verdad?- Gritó exasperada.- ¿Y cómo fue que te salvaste?
-Él no me mató-respondí ausente recordando el suceso.
-¿Él?
-Damian.- Respondí.
-¿Damian?- Preguntó confundida.- ¿Es que acaso te dijo su nombre? Venga, cuenta, cuenta.
-No, no me lo dijo, pero de alguna manera tengo que llamarle, ¿no?- Salté a la defensiva.
-¿Me estás diciendo que le has puesto nombre?- Preguntó más confusa que nunca obligándome a mirarla directamente a los ojos.- Ha pasado algo, lo sé.- Aventuró.
-No ha pasado nada.- Negué.- Él ha intentado matarme y ha fallado, punto y final.
Esperaba que con aquello nuestra conversación hubiese llegado a su fin. No podía decirle que no podía dejar de pensar en Damian y mucho menos que creía estar enamorándome de él.
Anoche solo yo había salido de caza, de modo que, de momento, mi secreto estaba a salvo. El resto se había quedado en casa, terminando las tareas.
Yo también debería haberme quedado anoche para acabar mis tareas y, si hubiera sabido lo que iba a pasar, lo habría hecho, pero necesitaba alejarme de aquel lugar aunque fuese solo por una noche. Los murmullos y cotilleos me habían afectado demasiado y tan solo quería desaparecer.
La casa donde vivía no era normal.
Aparte de salir a cazar vampiros, nuestro tiempo estaba ocupado con lecciones de lengua, historia y matemáticas, además de los entrenamientos físicos a los que éramos sometidos.
Yo, como era lógico, sobresalía en todo, de modo que seguía siendo libre para hacer lo que me diera en gana.
En casa vivían diez personas más, aparte de nosotras dos y los únicos vampiros éramos Lilith y yo.
Mi vida social se resumía a estar con Sonia y con sus padres, ya que los demás me tenían demasiado miedo desde aquello, como para acercarse a mí, pero después de todo cuanto había pasado, era cuanto podría desear. Continuaba sin poder expresar emoción alguna pero, quienes se habían molestado en conocerme, sabían cómo era.
-¿Entonces de verdad que estás bien?
Sonia se había incorporado y jugaba con uno de mis rizos. A ella no le importaba lo más mínimo que no fuese humana como ella. Al contrario, me encontraba fascinante, ya que yo no era el típico vampiro que sale en las películas. Yo era una excepción.
Había nacido, en lugar de haber sido convertida, como Lilith, y podía exponerme a la luz del sol, aunque no por mucho tiempo, ya que me sentía incómoda. Tenía una fuerza y velocidad impresionantes aunque, en eso, Sonia me estaba alcanzando con el duro entrenamiento. Tenía una vista tan aguzada, que podía ver una mosca incluso a varios quilómetros a la redonda, algo que Sonia solo podía soñar. Podía comer y beber cualquier cosa y no tenía que beber sangre tan a menudo como los vampiros convertidos. Todo eran ventajas, salvo porque no tenía ni la más mínima idea de cómo me podían matar.
Durante un tiempo lo probé todo: plata, estacas de madera, fuego…Pero nada funcionó y, después de un tiempo, me olvidé del tema.
-De verdad que estoy bien.- Respondí al ver cómo Sonia fruncía el entrecejo.
-Vale ya, Jess.- Me cortó.- Sé que algo te ha pasado, así que dímelo si no quieres que te dé una paliza de las buenas.
La principal característica de Sonia es que es demasiado intuitiva, cosa que, en determinadas situaciones, resultaba bastante útil, pero no en aquélla.
-Nuestras miradas se encontraron.- Accedí tras unos segundos de meditación.
-No puede ser.- Su cara lo decía todo.- ¿La fría y despiadada Jessenia al fin siente algo?- Rió.
-Por favor, no te burles.- Le rogué.- Ya es bastante difícil para mí.
-Perdona, tan solo era una broma. Entonces, dime, ¿qué pasó?
-Bueno…- Dudé, pero, al final me decidí.- Él estaba sobre mí, a punto de clavarme una estaca…
-¿Te ganó?- Exclamó Sonia con los ojos abiertos de par en par.- Perdona, sigue.
-Él estaba sobre mí, a punto de clavarme la estaca,- Repetí enderezándome en la cama.- pero en cuanto nuestras miradas se cruzaron, dudó y se fue de allí pitando. Aún recuerdo su olor…
-Vaya… parece una novela romántica…
-Sonia, eso no puede ser.- Le dije.- Yo soy fría, despiadada, distante, no puedo expresar emoción alguna y mucho menos sentirla. Es imposible.
-Mira, Jess, yo te conozco y sé cómo eres. Puede que durante la caza y afrontando determinadas situaciones seas así, pero eso no significa que lo seas todo el tiempo. Si no, ¿cómo narices es que somos amigas y cómo es que tratas a mis padres como si fueran los tuyos?
-Lo siento, Sonia, pero llevo demasiado tiempo así, como para cambiar.- Susurré al tiempo que me ponía en pie.- Soy una asesina despiadada, ¿recuerdas? Y me gusta ser quien soy.
-Algún día te darás cuenta de que lo que dices no es tan cierto como tú lo crees, y yo estaré allí cuando lo hagas.
Me crucé de brazos y salí del dormitorio.
Los jardines siempre me ayudaban a relajar mis nervios y era lo que más necesitaba. ¿De verdad había dicho Sonia que no era fría, que yo también era capaz de sentir?
Desde la muerte de mis padres, mi única emoción consistía en sentir odio y rabia. Había endurecido mi carácter y me había vuelto tan fría, que incluso rechazaba el amor. Todavía conservaba aquello intacto, lo notaba, de modo que Sonia estaba equivocada.