lunes, 18 de julio de 2011

INCULPADA


Prefacio
DOMINIC

Entré en mi dormitorio y cerré la puerta de golpe. La reunión con la directora me había puesto realmente furioso. Una persona como ella no debería ocupar ese cargo. No entendía cómo lo habían permitido. Ya hacía tres años que estaba viviendo allí y todavía no entendía muchas cosas, pero según yo lo veía la directora parecía odiar a todos los estudiantes. Las clases, los entrenamientos físicos, todo parecía estar planeado para que todos ellos fracasaran estrepitosamente. Quien valía, valía, y los que no, quedaban completamente destruidos tanto moral, como físicamente, incluso algunos desarrollaban fobias tan grandes que llegaban a poner en peligro al resto. Por más que le daba vueltas no lo llegaba a comprender, pero lo que más me preocupaba era el afán especial que tenía en destruir a dos alumnas, dos chicas en particular. Cuando llegué allí el primer día, ya me di cuenta de eso, la directora las odiaba profundamente. ¿La razón? Quién sabe. Pero no fue ella quien me encomendó en un principio la tarea de llevarlas de regreso, por eso es que me sorprendió tanto, y recibí la orden por duplicado. En aquel entonces, yo solo había escuchado rumores, nada concreto, de su permanencia en la academia, de su fuga cuando apenas tenían quince y dieciséis años. Una mañana, la directora me llamó a su despacho. Al principio pensé que iba a tratar otro tipo de asunto conmigo, por lo que no pude dejar de asombrarme cuando me lo propuso. Ninguno de los que había mandado había vuelto con noticias satisfactorias. Mi misión consistía precisamente en eso, encontrarla y llevarla de vuelta a como diera lugar. Salí al día siguiente, acompañado por algunos compañeros. Y la encontré. No fue difícil pensar como ella, el lugar donde se escondería, el lugar donde nadie en su sano juicio la buscaría. Pero hubo un factor añadido, algo que ni yo mismo me hubiera imaginado que fuera a pasar. No solo había encontrado al sujeto de mi misión, sino que la otra estaba con ella, estaban las dos juntas. Y no pude dejarlo correr, no pude dejar pasar la oportunidad de cumplir con mi misión original. Esperé el momento oportuno y me presenté ante ellas, las rodeé. Pensaba llevarlas de vuelta en ese mismo instante, pero algo en sus ojos me lo impidió. Duda, temor, rabia, todo eso y mucho más era lo que estaban sintiendo.
Me levanté del sillón y me serví una copa. Esto me hizo recordar algo más, un punto que se me había pasado por alto. Poco después de dar con ellas, tuve que preparar una escena para poder comprobar si realmente lo eran o no. Me lo pensé varias veces, hasta que me decidí. Debía ser poco más de mediodía. Una de ellas, casualmente, salió del edificio docente en dirección a la residencia de estudiantes. Estaba distraída, por eso no se percató de mi presencia tras las verjas. Ese fue el momento para empezar el plan. Si ella no se acercaba, lo dejaría correr. Dejé el vaso entre los barrotes y me retiré un metro escaso, oculto entre el follaje. La vi pararse en seco delante de la residencia y luego caminar, o más bien correr, hacia la verja. Cogió el vaso y se lo acercó a los labios. No había ninguna duda, ella era uno de los nuestros. Me quedé mirándola un momento más. ¿Por qué no bebía? En un instante, retiró el vaso de sus labios y lo arrojó al suelo, desperdiciando su contenido. No me lo podía creer. Bueno, pensándolo bien, puede que ese impulso fuera provocado por el temor, o puede que hubiera adquirido algún tipo de trauma, en cualquier caso era sorprendente. Y cuando las tuve a las dos de frente pude notarlo, miedo y odio al tiempo. No había duda de que habían sido torturadas durante mucho tiempo. Aún así, yo tenía una misión que cumplir, pero lo que menos me esperaba era que ella, la que se llamaba Freya, se opusiera a mí. Ella tenía tan claras sus ideas, que no daba pie a torcer y me sorprendí a mí mismo peleando con ella como si fuera un juego. Bueno, la idea no estuvo del todo mal, quería probarla, saber de lo que era capaz, pero no conté con que su perseverancia me pudiera arrastrar a mí también.
Todo se había ido al traste en una sola noche, todos mis intentos de alejarla, de darle una mínima oportunidad de establecer distancias, habían sido en vano. Ella era lo último que me había esperado que fuera, hermosa como ella sola, temperamental y, además, terca como una mula. Quizás en eso yo había tenido la culpa. No había hecho más que alejarla de mí, y cuanto más lo hacía, más se acercaba ella, llevándome a la perdición.
Ahora ya no había vuelta atrás, ya no podría ayudarla, allí dentro éramos dos completos extraños. ¡Demonios, no tenía que haberla puesto a prueba! No cuando el resultado sería… Suspiré. Me acomodé en la butaca que estaba frente a la ventana. Débiles gotas de agua enturbiaban el cristal, impidiendo ver el exterior. Habían pasado demasiadas cosas en tan corto plazo de tiempo. El toparme con ella había sido mi perdición. Me hizo replantearme un montón de cosas e incluso le di la oportunidad de escapar. Pero le mentí. Le dije que ella era mi misión, que ambas lo eran, cuando no era del todo cierto, y ahora todo estaba patas arriba, ahora estaba pagando las consecuencias. Ella sin su amiga y yo reprimiendo un sentimiento prohibido.
Lo cierto es que en ese aspecto no tenía demasiados problemas. Siempre había sido buen actor, pero ella me preocupaba, me preocupaba cómo reaccionaría, cómo se sentiría. No lo podía evitar. Podía imaginármela teniendo un sueño tras otro, buscando a su amiga desesperadamente, y yo, yo no podría hacer nada, no podría consolarla diciéndole que ella estaría bien, porque no era cierto. Ya no, no podía permitir que nadie más sufriera por las injusticias de la directora. Puede que llevara tiempo, pero no dejaría que volvieran a esclavizar a ninguno de los estudiantes de allí, no mientras estuvieran a mi cargo. Aunque ahora debía centrarme prioritariamente en Freya y en mis obligaciones como profesor, sacaría el tiempo de donde fuera, incluso de debajo de las piedras para volver a reunirla con su amiga. Pondría las cosas en su lugar con mis propias manos.
Volví a apoltronarme en el sillón al tiempo que mi teléfono móvil sonaba. Lo tomé entre mis dedos y descolgué.
-¿Cómo va todo por allí? ¿Alguna novedad?
-Sí.- Respondí. No sabía cómo se lo iba a decir y aquella mujer ya estaba lo suficientemente preocupada.
-¿Pasa algo malo?
-No, Mi señora, todo está bien, es solo que han surgido un par de problemillas.- Respondí con sinceridad.
-¿Te resulta duro tu cometido?
-No es eso, la situación aquí es bastante difícil.
-Cuéntame.- Me ordenó, y pude notar el creciente nerviosismo en su voz.- A groso modo, si no te importa, no tengo demasiado tiempo.
-Como desee.- Aspiré hondo antes de continuar.- La situación está tal como usted predijo, los estudiantes se desmoronan día a día debido a los entrenamientos, a los abusos…
-La culpa es de ella, ¿verdad?- Me cortó con suavidad.
-Me temo que sí. En los tres años que llevo aquí no ha cambiado nada. Ella está destruyendo el lugar que usted tanto llegó a amar.
-Sí, me lo imaginaba, pero no podemos hacer nada todavía, hay demasiados cabos sueltos…
-Lo sé y por cómo se ve va a ser muy difícil recuperar este lugar.
-¿Y del otro asunto?- Me volvió a cortar. Se estaba impacientando.
Y el teléfono se cortó sin darme tiempo a responder. Lo dejé sobre la mesita y esperé, y esperé a que volviera a sonar, pero no sucedió. Aunque de una cosa estaba seguro, no descansaría hasta haber puesto cada cosa en su lugar, hasta ver cumplido el sueño de Mi señora y en definitiva el mío propio, aunque para conseguirlo tuviera que fingir ser alguien que no era.