sábado, 17 de diciembre de 2011

ATRAPADA

Capítulo dos


Raisa me seguía el ritmo sin problemas. Sus largas piernas seguían mi vertiginosa carrera sin apenas extenuarse, sin mostrar apenas signos de fatiga. No me lo podía creer. Era la primera vez que veía a alguien que no era como yo seguir mi ritmo, pero ella lo estaba haciendo. Estaba a mi lado, agarrándome con fuerza de la mano, ajustándose a mi paso.
Desde que era una niña siempre me habían dicho que solo nosotros podíamos seguir aquel ritmo, por nuestra constitución, por lo que éramos, de modo que, que alguien como Raisa, una simple mortal, lo hiciera, no era sino algo extraordinario. O tal vez fuera por que corría desesperada por salvar su vida. En cualquier caso, si seguíamos así, conseguiríamos despistar el peligro sin problemas, aunque para ello, debíamos encontrar un lugar seguro donde escondernos.
Llegamos a las afueras de la ciudad en menos de cinco minutos, tras los cuales, nos detuvimos a recobrar el aliento, teniendo siempre presentes a nuestros perseguidores. Habíamos corrido aquel quilómetro en tan poco tiempo, que parecía imposible que nos mantuviéramos en pie. Incluso yo, que había recibido el más duro entrenamiento, estaba cansada, pero a Raisa parecía no haberle afectado en absoluto o, al menos, no lo expresaba. Tenía la mirada fija en la noche, siempre alerta, como si sus ojos pudieran distinguir verdaderamente las dos figuras que nos acechaban, como si… No, no, no. Pero qué estaba pensando. Era imposible que alguien como ella pudiera ser…
Raisa me agarró del brazo impaciente. Ella estaba en lo cierto. Debíamos reanudar la carrera hacia el cobijo de la inmensidad de fábricas que se extendían ante nosotras. Me deshice de todos los absurdos pensamientos y reanudé la marcha. Sabía que no tardarían en encontrarnos, ya que sus sentidos no estaban puestos en rastrearnos a nosotras, sino que sus aguzados olfatos habían tomado la iniciativa, captando nuestro aroma. Principalmente, debíamos enmascarar nuestro olor, para confundirlos, crear pistas falsas para que nos perdieran la pista pero, ¿cómo hacerlo si apenas disponíamos de medios? No había forma de ocultarnos. Suspiré. En lo que llevaba de día, ya me había ganado por lo menos tres suspensos.
-Freya.- Me llamó Raisa muy seria.- Toma, restriégate con esto.- La miré con fijeza y luego bajé los ojos hacia su mano.
-¡Puaj, qué asco! ¡Ni de coña voy a embadurnar mi precioso cuerpo con eso!- Exclamé observando como ella tomaba con firmeza la boñiga y se frotaba por todas partes.
-Vamos, no seas remilgada.- Rió Raisa ofreciéndome de nuevo la mano en la que sostenía… bueno, eso. Me dio tanto asco que me faltó un pelo para no vomitar.- No hay tiempo.
-Deberías salir de aquí ahora.- Dije con firmeza, clavando mis ojos en los rastreadores. Estaban cerca, demasiado cerca para que ambas saliéramos ilesas de la situación. Raisa tendría una oportunidad si me lo montaba bien, yo no, por desgracia.- Vete de aquí.- Escupí.
-No pienso dejarte aquí sola.- ¡Maldita sea! Debía encontrar la manera para que huyera. Agarré con fuerza su camiseta y la zarandeé.
-¡Vete!- Grité. Raisa se deshizo de mi agarre de inmediato.
-¡No pienso dejarte!- Me chilló al oído.
-¡Maldita sea!- Me envaré.- ¡No es a ti a quien buscan!
-¡Te equivocas! ¡Yo soy quien te ha metido en todo esto!
-Pero, ¿qué estás diciendo? ¡He sido yo quien te ha puesto en peligro!
Varios pasos acercándose raudos, cortaron nuestra acalorada discusión. Nos habían oído y ahora se encontraban demasiado cerca como para que pudiésemos urdir un plan de fuga eficaz. Tan solo un movimiento en falso bastaría para que nos atraparan. No había forma de huir, no había dónde esconderse. Definitivamente, estábamos perdidas. Raisa percibió al instante mi alicaído ánimo, porque aferró mi brazo con fuerza y me obligó a ponerme otra vez en movimiento.
Con cautela, conseguimos llegar a la fábrica de papel, la cual había estado abandonada por veinte años. Puede que, después de todo, sí tuviésemos alguna oportunidad de escapar.
-Voy a luchar.- Dijo Raisa decidida, tomando asiento sobre una pila de cajas.
-Pero, ¿qué estás diciendo?- Exclamé horrorizada. Estaba visto que en una situación como esa, a Raisa no parecían ocurrírsele más que estupideces.
-No hay problema, sé kung-fu.- Respondió como si nada, y no pude evitar echarme a reír.
¿En serio pensaba ella que con solo saber artes marciales bastaría para abatir a los rastreadores? Definitivamente, estaba más loca que yo. Los rastreadores vivían para la caza y les importaba un bledo tener que matar a su presa con tal de llevarla de vuelta. Eran las personas más letales de toda nuestra sociedad. Si te encontrabas con uno, mejor que salieras pitando, porque si intentabas algo contra ellos, lo ibas a tener bastante jodido.
-¿Acaso tú no quieres salir de aquí?- Prosiguió Raisa. Tenía la mirada ausente. ¿Estaría planeando algo? Era incapaz de ver sus intenciones con claridad.
-Por supuesto que quiero salir de aquí.- Dije con calma.- Pero quiero salir de una pieza… Esos tipos parecen muy fuertes. No me gustaría tener que enfrentarme a ellos.
-Verás, cuando estaba en el… colegio, me enseñaron a no tenerle miedo a nada, a luchar sin importar lo que me pasara. Y ahora mismo estoy defendiendo mi vida, de modo que no veo porqué no puedo luchar por lo que creo.
-Nadie te está diciendo que no luches, pero sería un suicidio, créeme.
-Suena como si conocieras a quienes nos están persiguiendo.- Advirtió Raisa clavando sus ojos en mí.
-No especialmente.- Respondí. No podía darle demasiadas pistas. Todavía no podía decirle que no era como ella.
-¿Entonces cuál es el problema? ¿Por qué te niegas a pelear?
-No me gustan las peleas.- Admití. Después de todo el entrenamiento que había recibido, resultaba extraño que yo dijera aquello, pero era la pura verdad. Por mucho que fuera buena en ello, no me gustaba lastimar a nadie.- Raisa, ¿por qué lo haces? ¿Por qué te empeñas en poner en peligro aún más tu vida?
-¡Porque tengo orgullo!
Mis ojos se abrieron de par en par. Ella tenía razón. No podía pasarme la vida huyendo de ellos, como hasta ahora. Debía ponerle remedio, o ya no podría seguir. Ya no me importaba lo que pudiera pasarme. Raisa por fin me había abierto los ojos a la realidad.
-Está bien.- Accedí.- ¿Cuál es el plan?- Raisa sonrió satisfecha.
-Atacar de frente, ¿qué sino?- Rió divertida.- No podemos permitir que escapen.- Dijo más seria. Estaba hablando como toda una completa profesional, como si ya hubiera estado en una situación similar con anterioridad.
-De acuerdo, te sigo.- Dije poniéndome en pie decidida.
-Espera.- Me detuvo Raisa en un instante. ¿Cómo demonios había logrado ponerse delante de mí tan rápido? Mis ojos habían sido incapaces de seguir su movimiento. ¿Estaría perdiendo la razón? No, estaba distraída o, peor aún, estaba desentrenada.- Esperaremos hasta el amanecer.- Me quedé en shock.
-¿Por qué?- Pregunté nada más me hube recuperado. Raisa suspiró.
-Porque a la luz del día no se arriesgarán tanto.- Respondió exasperada.- Demonios, ¿es que no te han enseñado nada en el… colegio?
Entendía lo que me estaba diciendo pero, ¿cómo es que ella sabía que a los rastreadores no les hacía ni pizca de gracia estar bajo el sol? Tan solo faltaban un par de horas para el amanecer, tiempo más que suficiente para urdir el plan.
Por mucho que le daba vueltas a la cabeza, no lograba encontrar una explicación razonable al comportamiento de Raisa. Parecía como si realmente hubiera estado en este tipo de situaciones de continuo, como si ella y yo hubiésemos salido del mismo lugar. No, imposible. Ella era mortal, podía tener una vida normal, de hecho, ya la había tenido. Yo no. Pero al verla faenar en busca de algo que pudiéramos utilizar como arma, me entraron las dudas. En definitiva, se comportaba como yo lo hubiera hecho de haber permanecido en activo. No tenía razón de ser. Su actitud no era normal.
-Ya falta muy poco.- Me dijo Raisa en tanto que se levantaba y echaba un rápido vistazo al complejo.- Debemos prepararnos.
-¿Crees que seremos capaces de hacerlo?- Le pregunté como si nada, ojeando el recinto en busca de algo que pudiésemos utilizar como arma.
-¡No pienso quedarme con los brazos cruzados!- Me chilló.- No voy a permitir que ellos…
Me la quedé mirando boquiabierta. ¿A quién se había referido con “ellos”? Sabía a quién me refería yo, porque lo estaba viviendo en carne propia pero, ¿de quién o qué estaba huyendo ella, que hasta se tomaba un tiempo para ayudarme, aun no teniendo ni idea de a lo que se enfrentaba? Por orgullo, me había dicho, pero, ¿por qué ese empeño? ¿Por qué no simplemente me dejaba sola y huía del peligro? Decidí dejarlo pasar por el momento y me centré en la tarea que tenía entre manos. Encontrar un arma en aquel lugar, ciertamente era una tarea rozando lo imposible. No había nada, salvo papel, papel y más papel, por lo que nuestras oportunidades de hallar algo con lo que defendernos estaban bastante mermadas. O al menos eso pensaba, hasta que mis ojos se clavaron en un artilugio muy poco común.
-¿Has encontrado algo?- Preguntó Raisa a mi espalda.
Me di la vuelta despacio, aturdida. El aparato que tenía entre las manos no era usual. Al fin y al cabo, ¿quién esperaría encontrarse un lanzallamas en un lugar repleto de objetos inflamables? Estábamos rodeadas de arriba abajo por montañas y montañas de papel. Tan solo una cerilla bastaría para reducir todo el complejo a cenizas, arrastrándonos por el camino.
-¿Un… lanzallamas?- Farfulló Raisa igual de aturdida que yo.- ¿Qué diantres hace eso aquí?- Exclamó enfatizando cada palabra.
-No lo sé,- Admití aferrando el mango con fuerza.- pero nos viene como anillo al dedo.
Raisa sonrió, dándome la razón y ambas volvimos a tomar asiento en la pila de cajas que había nada más entrar. En tan solo treinta minutos escasos, se decidiría todo. Nuestra suerte estaba echada y las previsiones, por muy optimistas que fuéramos, dejaban mucho que desear. Necesitaríamos un milagro para salir indemnes de la situación.
No recuerdo bien cuándo fue la última vez que me sentí tan agitada, pero cuando empezaron a escucharse claramente aquellos certeros y temibles pasos, se me vino todo encima. Todo lo que había aprendido en la academia se impuso por encima de los años que había pasado en libertad. No podía ser que nos hubieran localizado, echando por tierra todo nuestro plan, acabando con el factor sorpresa. Entonces recordé la discusión con Raisa y cómo me había negado fervientemente a enmascarar mi olor. Idiota. No podía ser más idiota ni aunque me pagasen por ello.
Duchos a su profesión, los rastreadores nos habían descubierto y no tardarían en echar abajo la puerta y capturarnos. Si no hacíamos algo pronto, todo lo que había construido por dos largos años se iría al traste. Miré a Raisa, ella me miró y ambas nos pusimos en pie, decididas, dispuestas a apechugar con lo que quisiera que fuese a ocurrir.
Fieles a mis previsiones, dos rastreadores arremetieron contra la puerta, derribándola con gran estrépito. Claramente eran mayores que nosotras, con unos cuatro o cinco años de diferencia, pero su aspecto y su pose los hacía aparentar ser mucho más experimentados que eso. Como siempre me habían dicho y repetido hasta la saciedad, la edad no tenía nada que ver con el conocimiento.
Se nos quedaron mirando durante unos segundos, escrutándonos, y después de ese lapso interminable, acometieron contra nosotras. Raisa esquivó el primer golpe, como toda una experta, pero no así el segundo, tras el cual fue definitivamente inmovilizada por uno de los rastreadores. Y yo, por mi parte… no podía hacer nada, salvo observar. Ya sabía yo que, por mucho kung-fu que dijera saber, la superioridad de los rastreadores podría con ella. Pero me sorprendió. Se deshizo de él con majestuosidad y consiguió estamparlo contra el suelo, al tiempo que golpeaba con fuerza su cuerpo. El aturdido rastreador consiguió ponerse en pie y, en ese momento, le llegó el turno a su compañero.
Mano a mano, trataban de reducir a Raisa pero, ¿qué pasaba con ellos? ¿Es que acaso no se daban cuenta que tenían dos oponentes? La situación me ponía furiosa de verdad, aunque no me podía quejar. Pero no, no podía dejar a Raisa a su suerte, no podía dejar que sufriera daño por protegerme pero, por alguna razón, no podía moverme. Mis músculos no me respondían y me costaba trabajo respirar. ¿Acaso había perdido mi espíritu de lucha? No, no era eso. En ese caso, ¿estaría sufriendo un ataque de pánico? Vaya estupidez. Entonces, ¿qué? ¿Por qué no me movía? ¿Por qué los rastreadores no me atacaban?
Conseguí sostener el cuerpo de Raisa justo antes de que se desplomara por el impacto. No parecía lesionada, tampoco estar muy mal herida y su estado de ánimo resultaba de lo más impactante: sonreía. Sonreía como si verdaderamente estuviera disfrutando aquello. Pero no se trataba de una sonrisa cualquiera. Había malicia en sus labios y sus ojos expresaban todo lo que hubieran expresado los míos, de ser yo quien estuviera luchando en su lugar: anticipación, gozo, temor, verdadero pánico… Todo un cúmulo de emociones que podían llegar a invadirte hasta el punto de perder casi por completo tu identidad.
-Basta ya.- Le susurré al oído.- Déjalo ya, Raisa, hemos perdido.
-¡No!- Gritó.- ¡Aún no ha acabado! ¡Todavía no pienso rendirme!
Y al zafarse de mi agarre, la cadena con la piedra lazulita que pendía de mi cuello, cayó al suelo, resquebrajándose por el impacto. Los dos rastreadores se me quedaron mirando, estupefactos, sorprendidos, tal vez dándose cuenta por primera vez de mi presencia. Pero no, no solo era eso lo que había llamado su atención. En sus ojos podían verse claramente sus intenciones. Se habían dado cuenta de que yo no era una humana normal como había aparentado ser pero, ¿por qué? ¿Me habían tenido delante y no se habían dado cuenta? Fue entonces cuando recordé una de las charlas con la directora: creo acordarme que fue en noviembre, durante la visita al refugio de guardianes. En un primer momento, se planteó aquella experiencia como una por la que indudablemente debíamos pasar, una clase práctica, una referencia sobre cómo hacer lo que se supone que no se nos permitía hacer hasta la graduación. En aquel lugar pretendieron mostrarnos las dos caras de nuestra sociedad, una amable y divertida y otra rozando lo macabro y peligroso. Después de la aburrida presentación, nos propusieron un ejercicio, una práctica para ver quién era el más talentoso y prometedor de todos los que allí estábamos. Por descontado, yo fui la mejor, la que superó con creces sus expectativas y, por valor añadido, la más peligrosa del grupo, la que tendrían que tener estrechamente vigilada, por lo que pudiera pasar. El ejercicio consistía, precisamente, en emular el trabajo de un rastreador, localizar a la presa y capturarla. No fue tarea difícil encontrar al resto de mi grupo pero, al parecer, me faltó lo más importante que un rastreador plenamente formado debería tener: astucia. Yo me había guiado tan solo por mis impulsos, por instinto, y como resultado, había logrado el objetivo. Pero un rastreador de verdad emplearía la razón, estudiaría la situación, generaría el mejor plan a seguir y lo pondría en práctica. Yo había fallado en todo eso. Y lo que más rabia me dio fue la explicación que la directora me dio al regresar a la academia: “Un verdadero rastreador reconoce a los de su raza”
-¡Tú! ¿Quién eres?
La estridente voz de uno de ellos me despertó de golpe de mis odiosos y aburridos recuerdos. Ambos rastreadores me observaban atónitos, sin prestarle la menor atención a Raisa, quien no dejaba de lanzar ataques sin efecto alguno sobre ellos.
-¡Te hemos hecho una pregunta! ¡Responde!- Insistió el segundo.
-¡No tengo por qué!- Estallé furiosa.- ¿Acaso os habéis presentado vosotros primero? Yo creo que no.
-No seas insolente, niña.- Escupió el primero de ellos con sorna.
-¿A quién estás llamando niña, so engendro?- Chillé.
-¿A quién llamas tú engendro? ¿Acaso tienes alguna ligera idea del lío en el que te puedes meter?- Me amenazó el segundo.
-Vosotros nos habéis atacado primero.- Puntualicé.
-Cumplimos órdenes.- Señaló el primero con firmeza.
-¿Ah, sí? ¿De quién?- Sabía bien que no me iban a responder. Lo tenían estrictamente prohibido.
-No es de tu incumbencia.- Saltó el primero dando un paso al frente, hacia nosotras.- Ahora, volviendo al tema, estáis metidas en un buen lío, por lo que veo. Y, aunque solo nos han dado órdenes para una, no creo que debamos hacer ninguna excepción.- Dijo mirándome fijamente a los ojos.
La situación no pintaba demasiado bien. Habían dado por supuesto que Raisa era como yo y todo por un malentendido, por encontrarse a mi lado, apoyándome. Pero yo tenía que aclarar ese punto. Si ella, una mortal, era llevada a la academia, aunque fuera por error, no creo que sobreviviera para contarlo. Por otra parte, no había antecedentes de que algo como eso hubiera ocurrido antes. No obstante, debía sacarla de allí. No podía permitir que se viera involucrada por más tiempo.
-¿Por qué no vamos a otro lugar donde podamos discutir el tema?- Sugerí distraída. Ambos rastreadores me miraron atónitos.
-Creo que no hay nada de lo que discutir.- Intervino el segundo con rapidez.- A decir verdad, no creo que debamos seguir manteniendo esta conversación. Ya hemos perdido demasiado tiempo hablando, cuando lo que deberíamos haber hecho era dejaros inconscientes para poder trasladaros.
-¡No hables en plural, maldita sea!- Me envaré. Raisa no tenía nada que ver. Ella tenía que quedar completamente fuera del asunto.
-¿Por qué? ¿Es que acaso ella no es tu compañera?
-Lo es,- Admití.- pero…
-Entonces no veo cuál es el problema.
¿Pero es que se habían vuelto locos? ¿Es que no se daban cuenta que ella era humana? Miré a Raisa, esperando ver en ella algún signo de entereza, algo que me indicara que si decidía luchar de nuevo ella me seguiría, igual que lo había hecho anteriormente, pero no había nada. Su expresión ausente dejaba ver lo que me había temido que sucedería: se había rendido. Su espíritu de lucha, su afán por salvar su vida, había desaparecido como de la nada, dejándola carente de emociones, alguien sin el menor atisbo de esperanza.
Sus movimientos fueron tan rápidos, que no tuve oportunidad de reaccionar. Mis ojos habían sido incapaces de seguir su ritmo y ahora Raisa estaba presa entre sus fuertes brazos. La miré, esperando ver el miedo en sus ojos pero, como antes, no había nada, salvo resignación.
-¡Suéltala, cabrón!- Grité más furiosa que en toda mi vida.
Raisa abrió los ojos sorprendida, pero volvió a desviar la mirada al poco. ¿Qué narices pasaba con ella? ¿Tan pronto había cambiado de opinión?
-¿Qué coño estás haciendo, Raisa? ¿Es que acaso piensas darte por vencida como una cobarde?- Intenté a voz en grito, esperando hacerla reaccionar.
Raisa levantó la mirada. Sus ojos, abiertos de par en par, ya no demostraban esa resignación que antes habían mostrado, al contrario, había sido sustituida por una decisión total y absoluta. Sus ojos viraron a la derecha, luego arriba y después abajo. Por alguna razón entendía a la perfección lo que me había querido decir: ella golpearía al rastreador que la tenía presa, primero en el costado, luego en la cabeza y, finalmente, en la entrepierna. No pude evitar sonreír mientras asentía. Raisa mantuvo firme la mirada en mí. Esperaba algo más que una simple aceptación a su plan, esperaba que yo continuara la maniobra. Suspiré y pensé en algo que pudiera ser efectivo para salir de allí. Fue entonces cuando sentí el frío metal del arma que sostenía. Me había olvidado por completo. Perfecto. Fijé mis ojos en Raisa, quien asintió débilmente, aguardando pacientemente, luego bajé mis ojos hacia el arma y, después de comprobar que ella se había dado cuenta de mis intenciones, giré los ojos hacia la izquierda. El plan era sencillo: mientras Raisa conseguía su libertad y se alejaba del alcance, yo prendería fuego al lugar, arrasando con todo y de ese modo, puede que tal vez ellos salieran tan malparados que no les entrarían ganas de perseguirnos de nuevo. El momento para iniciar el plan lo marcaría Raisa, con un poco de suerte, y yo la seguiría a pies juntillas para acabar de una vez por todas con la tortura que suponía la presencia de los dos rastreadores.
En quince segundos escasos, Raisa se deshizo del agarre del rastreador. Sus movimientos fueron tan gráciles y precisos, como los de una profesional. Por un momento, permanecí quieta, sin saber qué hacer, admirando su confianza, pero no fue hasta que escuché sus gritos que me di cuenta que no podía estar pensando en las musarañas mientras ella se jugaba el pellejo por mí.
Agarré con fuerza el arma y, ya estaba dispuesta a disparar y acabar con todo, cuando sentí su presencia detrás de mí. El rastreador hizo alarde de su fuerza y me lanzó brutalmente contra la pared más cercana. Eran fuertes, demasiado para alguien que no había mantenido su forma física por dos años. Me limpié los restos de la sangre que había salido despedida de mi boca y me puse en pie, desoyendo el dolor de mis costillas.
-¿Por qué no te rindes?- Me previno el rastreador mostrando una cruel sonrisa.- No vas a ganar.- Añadió.
-¡Eso ya lo veremos!- Grité y me precipité en su dirección.
Pero no iba directamente hacia él porque quisiera enfrentarle, sino porque el lanzallamas había ido a parar justamente a escasos metros de donde él se encontraba. Eché un rápido vistazo a Raisa, en tanto que esquivaba el golpe y recogía el arma del suelo. No parecía estar herida, pero no se movía. El rastreador la tenía bien sujeta del cuello y, a juzgar por la expresión de mi amiga, la estaba asfixiando.
La momentánea distracción me costó muy cara. El rastreador aprovechó la oportunidad para lanzarme nuevamente por los aires. Magullada, dolorida y más bien hastiada de la situación, volví a levantarme del suelo, esta vez a tiempo de esquivar un nuevo ataque. El rastreador me tenía bien acorralada. No me dejaba tiempo siquiera para respirar. Eran tan precisos y calculadores como los recordaba. Peligrosos. Demasiado incluso para nosotros. Parecían ser muy superiores. No procedían de este mundo. ¡No! ¡Pero qué estaba diciendo! ¡Era yo la que no estaba a su altura! Yo era la que había perdido toda la confianza.
La sangre me hervía de rabia, impotente ante la situación. ¿Sería posible que no pudiera hacer nada? ¿Tanto había cambiado, que ni tan siquiera podía librarme de dos miserables rastreadores? Sonreí para mis adentros. Resultaba del todo inaudito que se hubieran cambiado las tornas. Si yo hubiera estado en pleno uso de mis capacidades, de seguro no estaríamos envueltas en semejante problemón.
-¡Maldita sea!- Grité furiosa.- ¡No pienso arrepentirme de la decisión que tomé!
Justo en ese momento, me vi envuelta en un halo de luz azulada tan fuerte y poderosa, que parecía imposible que emanara de mi interior. No sabía lo que me estaba ocurriendo, no tenía del todo claro si era un producto de mi alocada imaginación, pero me sentía muy bien, llena de júbilo y totalmente entregada a acabar con ellos. Mis manos ardían por el subidón de poder, pero era incapaz de sentir otra cosa que no fuera el placer que me iban a provocar sus muertes. Dos rastreadores menos en el mundo, siempre era motivo de alegría, al menos para aquellos a quienes no dejaban de tocarles las narices. Además, ya no estaba bajo las estrictas normas de la academia, las cuales me hubieran impedido hacer lo que estaba a punto de hacer. Era libre para tomar aquella decisión y, por descontado… la tomaría.
Cerré los ojos con fuerza y apreté el gatillo. Al instante, un inmenso calor nos rodeó, borrando cualquier duda que, en un instante, pudiera llegar a albergar. Estaba disfrutando al máximo del momento, tanto, que no parecía yo misma… o tal vez sí. Una cruel sonrisa cruzó mis labios, mientras iba en busca de mi amiga. El humo se introducía en mis pulmones, impidiéndome respirar. Mis ojos ardían, impidiéndome ver con claridad. Y a pesar de todo eso, localicé a Raisa acurrucada a un metro escaso de un charco pegajoso de color pardusco. No había ni rastro del rastreador, ni su presencia, ni su peculiar aroma, nada, y Raisa, quien debería estar tranquila, sosegada, aliviada de haberse librado de él, no dejaba de mirar el grasiento charco. ¿Qué demonios había ocurrido?
-Raisa…- Le susurré al oído.- salgamos de aquí.
-Derretido… Se ha… derretido.
Me apresuré a llevar a Raisa hacia el exterior. Había tragado tanto humo, que estaba empezando a delirar. Bien, al fin y al cabo, tan solo se trataba de una humana normal y corriente, de modo que no era de extrañar aquel comportamiento. Aún así, yo tampoco me quedaba tranquila. Había algo que no lograba encajarme del todo. ¿Podría ser que los delirios de Raisa no fueran tan absurdos, como había supuesto? Mis nervios podían conmigo. Tendría que ir a averiguarlo definitivamente.
Tras llevar a Raisa a un lugar seguro, regresé sobre mis pasos. Inmensas bocanadas de humo aún salían despedidas de las ventanas rotas del edificio y los muros ennegrecidos, estaban a punto de desplomarse por su propio peso. Ciertamente había hecho un buen trabajo pero, ¿por qué no me sentía tranquila? ¿Por qué había algo que me impedía dejar aquel lugar? Fue entonces cuando su aroma captó mi atención y algo en mí se contrajo. Había supervivientes, uno para ser exactos.
El cuerpo del rastreador se hallaba a escasos pies de la salida del edificio. Estaba cubierto de hollín de la cabeza a los pies y del mismo pringoso líquido que, horas antes había aturdido a Raisa. No debería haber regresado, no cuando mi instinto protector empezaría a hacer de las suyas. Debería haberme quedado cuidando de Raisa, pero ya era demasiado tarde. Y, de todas formas, qué más daba, si de igual modo necesitaba respuestas. Caminé con decisión hacia él y lo cargué a mi espalda. Era liviano igual que una pluma y su aroma, antes tan repulsivo, había empezado a cautivarme, de tal modo que ya no me importaba que él fuera nuestro enemigo. Tan solo se trataba de alguien necesitado de mi ayuda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario