sábado, 17 de diciembre de 2011

ROSA DE SANGRE

2. En el infierno


La primera asignatura del día, biología, se impartía en el laboratorio y, por desgracia, tuve que pedirle a la única persona que conocía hasta el momento, que me mostrase el camino. Lo primero de todo, tenía que recorrer el pasillo del lado izquierdo de la escalera de acceso a los dormitorios y torcer a la izquierda en la primera salida. Después, continuar un poco más en línea recta y torcer a la derecha en la segunda salida y, en ese punto, ya habría llegado a mi destino. Bastaba decir que todo aquel entresijo de pasillos hacían perderse a cualquiera que no conociera a la perfección cada recoveco del internado.
-¿No quieres que te acompañe?- Se ofreció Erik notando mi ahogo por la complejidad del asunto.
-Gracias, pero no, gracias.- Contesté.- Quiero intentarlo por mí misma, si no te importa.
-En tal caso, nos vemos en clase.
Lo cierto es que estaba deseando que me acompañase. Sería la única manera de no perderme, pero la situación entre nosotros ya era lo bastante extraña y no estaba dispuesta a complicarla más de lo necesario.
Seguí las indicaciones de Erik a rajatabla, o al menos eso creí, pero debía de haberme perdido algún capítulo, porque donde se suponía que debía estar el aula del laboratorio, había una gran fuente de piedra que emanaba agua a chorro en sentido contrario al de la gravedad y un viento gélido campaba a sus anchas por el lugar, provocándome un millar de escalofríos.
Me acerqué a la fuente y tomé asiento sobre la piedra redonda. Estaba húmeda y fría y pequeñas gotitas del agua que subía a presión, empapaban mis largos y níveos cabellos.
Me sentía frustrada. Había logrado perderme incluso cuando estaba decidida a no hacerlo y ahora lamentaba no haber aceptado la propuesta de Erik, que tan amablemente se había ofrecido a acompañarme.
-¿Hay alguien ahí?, ¿Violet?
Me asusté y me levanté de un brinco de la roca. Había dos posibilidades: una, o me estaba empezando a volver majara o, dos, Erik me había encontrado. Yo votaba por la primera opción.
-¡Soy Violet!- Grité, aunque no esperaba respuesta alguna.
Una chica de más o menos mi misma edad, de cabello largo y castaño, ojos azules y cuerpo esbelto y proporcionado, salió del corredor por el que había llegado yo y se acercó a mí, dándome tal achuchón, que creí que no lo contaba.
-Me llamo Cybille.- Se presentó nada más soltarme de sus entusiastas brazos.- Perdona por lo del abrazo, es un tic que tengo. Todos en el internado están acostumbrados, pero a ti te ha debido de parecer extraño.
-No pasa nada.- Le mentí piadosamente. A decir verdad, me había dado un susto de muerte.- ¿Estás sola?
-¡Qué va!- Exclamó.- Estaba con Erik, pero ha ido a avisar al profe de que te hemos encontrado.- Tomó mi brazo como si fuésemos amigas de toda la vida y empezamos a caminar por uno de los corredores con total seguridad.- Tardas un tiempo en acostumbrarte,- Dijo muy sonriente.- pero luego es de lo más fácil, ya lo verás.
-Para mí no lo creo. Me pierdo hasta con un mapa.- Su sonrisa se hizo más grande y, al poco, no pudimos dejar de reír.- ¿Cómo es que habéis venido a buscarme?- Dije en cuanto se me pasó la risa.
-Por tres motivos: uno, Erik estaba preocupado, dos, el profe nos ha dado permiso y tres, no estamos acostumbrados a perder alumnos, que no hayan querido perderse voluntariamente.- Rió y me guiñó un ojo en señal de complicidad y yo lo entendí a la primera.
Cuando llegamos a lo que supuestamente era el laboratorio, llamamos a la puerta y entramos en la sala sin esperar respuesta. Todo el mundo se alborotó, pero fue el profesor, un hombre alto y fuerte, de cabello rubio pálido, con perilla y unos ojos más negros que el tizón, quien me alejó de Cybille y me achuchó al igual que ella lo había hecho minutos antes.
-Es mi padre adoptivo.- Me susurró mi, al parecer, nueva amiga en tanto que el profesor me dejó respirar. Ahora ya sabía de dónde venía el misterioso tic.
-Vale, chicos.- Les llamó la atención el profe.- Puesto que ya hemos localizado a la Sta. Lazzaro,- Las risitas ahogadas me hicieron sentir como una tonta.- podemos continuar con la clase. Violet,- Me llamó.- toma asiento junto a Erik y Cybille.- Asentí, pero maldije mi mala suerte.
Cybille me llevó de la mano (ni que fuera una niña) hacia la larga mesa blanca donde ya estaba sentado Erik.
El laboratorio era más grande de lo que había imaginado. No se trataba de un aula común y corriente. Las mesas donde estaban sentados el resto de los estudiantes, parecían tener cabida para no más de tres personas y estaban dispuestas en círculo en lugar de horizontalmente, como era lo habitual, para que todos nos pudiésemos mirar a la cara, supuse. El centro de la circunferencia estaba presidido por una mesa cuadrangular con dos sillas y las paredes estaban amuebladas con vitrinas y un par de estanterías con libros, seguramente de consulta. Había también un perchero de pie, frente a una de las vitrinas, con una triste bata blanca colgada y no había pizarra.
Tomé asiento entre Erik y Cybille, de manera que él estaba a mi izquierda y ella a mi derecha, y coloqué las manos sobre la mesa con suavidad. Me fijé en que cada estudiante tenía un libro de texto sobre la mesa, junto con un taco de folios y un juego estándar de escritura que se componía de bolígrafo azul, negro, rojo y verde, tres marcadores fluorescentes, un rulo de goma con su correspondiente porta-gomas, un carboncillo, un portaminas de mina gruesa, como la de los lapiceros, y otro de mina fina, con sus correspondientes recambios (y eso era a lo que llamaban estándar).
-Algunos de vosotros ya estuvieron conmigo el año pasado,- Comenzó el profe.- de modo que ya saben cómo trabajo. Para los que no… lo irán aprendiendo sobre la marcha.- Rió.- Eso en lo referente a las clases. Ahora, como vuestro tutor, solo decir que considero el respeto fundamental, de manera que no me hagan enfadar.- Levanté la mano sin pensar.- ¿Sí, Sta. Lazzaro?
-Ya que es nuestro tutor, ¿puedo preguntar por qué los dormitorios son tan grandes?- Tenía esa curiosidad desde por la mañana.
-Puede.- Rió el profe.- Y es una pregunta que deberían habérsela hecho todos ustedes. Los dormitorios de los estudiantes son tan grandes porque están dispuestos para nada más ni nada menos que tres personas.- Volvió a reír.
-¿Ha dicho para tres personas?- Insistí.
-Si miran a su derecha e izquierda, conocerán a sus compañeros de habitación.
Se me encogió el corazón. ¿Tendría que compartir habitación con Erik? Esto parecía una pesadilla de la que no me iba a despertar nunca.
-Usted llegó aquí antes de empezar las clases y, ¿no se ha dado cuenta que en el dormitorio designado para usted hay tres camas?
-Sí.
-Pues ahí tiene la respuesta.- ¡No, no, no! Esto tenía que ser un mal sueño.
-Pero…
-Se está preguntando el porqué de la no separación entre chicos y chicas, ¿cierto?- Asentí. El profe rió con más ganas.- Eso… pregúnteselo al director.- Menuda respuesta. Había salido por patas ante una sencilla pregunta.

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