sábado, 17 de diciembre de 2011

TORMENTA NEGRA

Prólogo


Erik agarró la hoja de la espada en un abrir y cerrar de ojos. Me había vuelto tan condenadamente violenta, que no le había atravesado por un pelo.
El entrenamiento al que habíamos sido sometidos durante los tres años que habíamos estado encerrados en la isla, había surtido en mí un efecto demasiado indeseable. Mi cuerpo era más adulto, sí, y mi cabello era más largo y mi piel mucho más resistente, pero el problema era mi carácter.
Había tenido que soportar tanto en tan poco tiempo, que mi mirada se había endurecido y mis actos ya no reflejaban a la Violet que fui en su día. Aquella niña tonta que quería volverse humana a toda costa, ya no existía. El vampiro que había dentro de mí la había destruido por completo. La sola mención de aquella época, ahora me daba escalofríos y, si no fuera porque Erik estaba a mi lado para recordarme la persona que una vez fui, lo habría olvidado por completo.
Durante los últimos tres años, había hecho caso omiso de las visiones que se apelotonaban en mi mente, por no decir que el misterio del Libro Demoníaco aún estaba sin resolver pero, ¿cómo pensar en esas nimiedades, si mi nueva “yo” requería de toda la concentración?, ¿por qué preocuparse por algo como eso, cuando la vida se desarrollaba de la forma más natural?
Sí, ahora sabía con certeza que el alma de mi hermano se encontraba en el interior del libro y sí, él había provocado accidentalmente mi amnesia pero, ¿por qué hacer algo por él, cuando él no había hecho nada por mí?
De todos modos, aunque quisiera hacer algo, no sabría por dónde empezar. Yo ya había renunciado a recuperar los recuerdos, había renunciado por completo a saber de mi pasado. Lo importante ahora era el presente, nada más.
Aparté la espada del cuello de Erik y me la enfundé a la espalda. Mi único objetivo en aquellos momentos consistía en capturar a la presa a la cual le había estado siguiendo el rastro. Y ya me encontraba muy cerca.
De un tiempo acá, había adquirido un gusto insano por la sangre, hasta el punto de no ser capaz de estar sin beber dos días seguidos. La sangre de animal no era tan buena como la de vampiro, o la humana, pero calmaba mi voraz apetito y me daba las fuerzas que necesitaba.

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