sábado, 31 de marzo de 2012

PREMONICIÓN


Prefacio


La Cuidadora terminó de ahuecar un par de almohadas, antes de volver junto a la cama, donde la reina estaba a punto de dar a luz a su primer hijo. Había pasado la noche entera cuidando de ella y lo que más le preocupaba, más que el nacimiento en sí, era la salud de la paciente. Por más de diez horas la reina había sufrido fuertes dolores acompañados de las regulares contracciones, pero nada. El tiempo pasaba y por más que la reina empujaba no había forma. Y la Cuidadora se impacientaba por momentos. Si no lograba encontrar una solución, perdería tanto a madre como a hijo, pero la única salida que se le había ocurrido era utilizar la magia, el tabú más impensable en esa situación. De acuerdo con la ley del mundo de la Magia, ningún niño podía nacer ayudado por artificios o hechizos. De ser así, el retoño nacería muerto o, peor aún, carente de la energía vital necesaria para realizar magia. Los niños nacidos en ese entorno, obviamente de permanecer con vida, eran repudiados y exiliados al mundo Humano, donde vivirían como los seres mortales que eran, sin conocer jamás los orígenes de su existencia. Así de cruel podía ser la ley. Y no había excepciones.

-Mi señora…- La Cuidadora colocó una nueva toalla sobre la sudorosa frente de la reina.

-Lo conseguiré. Ya verás cómo lo consigo. La diosa Isis está conmigo.

-Lo siento, Mi reina, pero ni siquiera los dioses podrían obrar este milagro sin ayuda.- Espetó la comadrona preocupada.

-Por favor, Mi Diosa, haz que mi hijo nazca sano y salvo, te lo ruego.- Rezó la reina.

Y aunque ya había perdido completamente las esperanzas, siguió rezando, siguió pidiéndole a la Diosa de la Vida un milagro, pero los dioses parecían estar demasiado ocupados para atender a sus súplicas. Los ojos de la reina se inundaron de lágrimas y sintió su corazón desgarrarse.

-No lloréis, Mi señora, tan solo tenemos que…


La Cuidadora enmudeció de pronto y notó cómo un profundo grito se agolpaba en su garganta pugnando por salir. Se había quedado helada por la visión. La reina se encogió de dolor, al tiempo que la comadrona regresaba a su puesto tras haber colocado un par de toallas tapando el inesperado charco parduzco que había surgido. Aquello era un milagro. Después de tantas horas de esfuerzo, por fin iba a nacer el hijo de la reina. O tal vez fuera que sus súplicas habían sido por fin atendidas. De cualquier manera, no dejaba de ser un milagro. La reina emitió un último alarido, mientras sentía cómo el cuerpo de su hija salía de sus entrañas. Se sentía cansada y apenas si estaba consciente, pero los suaves llantos de su hija le otorgaban la fuerza que necesitaba para mantenerse despierta. No se escuchaba nada más alrededor. Nada salvo los llantos de la pequeña llenaban la sala, ni pasos, ni gritos, ni siquiera el piar de las aves. Tan solo llantos.

La Cuidadora terminó de asear a la recién nacida y, tras envolverla en un paño de seda, se la entregó a la reina. Ésta la tomó entre sus brazos y la abrazó muy fuerte contra su pecho. Las lágrimas escaparon nuevamente de sus ojos, emocionada, aliviada de que todo hubiera salido bien, de que por fin pudiera tener junto a ella al fruto de su amor. Todo el dolor que había acumulado en esas largas horas había desaparecido, dejando su corazón henchido de alegría. Tras unos breves momentos, la Cuidadora recogió a la infante y la depositó en la cuna que habían preparado provisionalmente para ella. Hecho esto, enjuagó varios paños en agua limpia y comenzó a asear a la reina.

-¿Ya ha pensado qué nombre le va a poner?- Preguntó la Cuidadora retirando con suavidad la placenta.

-Se llamará Jade, como su abuela.

-Bien, esto ya está.- La Cuidadora tapó a la reina con la sábana y recogió todos los útiles.- Le diré a Mi señor para que venga y regresaré en un rato con ropa de cama limpia.

La reina asintió desde su posición, recostada en la cama, mientras la Cuidadora salía del dormitorio. Al poco, el rey entró en la sala, deseoso por conocer a su primogénito. Se acercó a

la cama y besó a la reina en la frente, para después dirigirse hacia la cuna y cargar a la pequeña. La reina esbozó una amplia sonrisa mientras su esposo caminaba con celeridad hacia ella. No había momento más hermoso que ese, con sus dos amores por fin juntos.

El nacimiento de la princesa era, sin lugar a dudas, el acontecimiento del año. Todos y cada uno de los habitantes del reino estaban atareados, haciendo los preparativos para la celebración que tendría lugar en unas horas, disponiendo los presentes para la infante y arreglando tanto a madre como a hija para la ocasión. Gente de todas las regiones se aglomeraba en las dependencias del castillo y en los jardines colindantes, aguardando, esperando el comienzo de la tan ansiada celebración. El rey y la reina aparecerían en el balcón y mostrarían a la pequeña princesa al pueblo. Después, se procedería a la entrega de los presentes y, por último, vendría la audiencia con Sus Majestades. Todo estaba bien planificado, hasta el más mínimo detalle, para que todo saliera perfecto.

-Mi señora, es la hora.

La Cuidadora le entregó a la niña y, después le colocó la tiara sobre la cabeza, el signo de la realeza. El vestido que llevaba la reina era completamente blanco, con encajes y mangas largas y anchas. La capa que pendía sobre los hombros debía de medir unos dos metros. Alrededor del cuello, una gargantilla con zafiros incrustados completaban la vestimenta. El rey se quedó parado en el umbral, observando la belleza de su reina, hasta que decidió que había llegado el momento de salir. Cruzó su brazo al de ella y la guió hacia el balcón.

Millones de súbditos se agolpaban prietos a las puertas del palacio, esperando la aparición de Sus Majestades. La reina dio un paso al frente y los gritos de júbilo se acentuaron, los fuegos artificiales se elevaron al cielo. Los reyes alzaron a la infante sobre sus cabezas y mientras lo hacían una nueva oleada de gritos y alabanzas se extendió por doquier. Entonces, las puertas del palacio se abrieron y los asistentes fueron pasando al interior, al enorme salón del trono, donde a veces se organizaban fiestas y reuniones de estado. Había llegado el momento de la audiencia y la entrega de presentes para la princesa.


Siete años pararon desde aquel maravilloso día y la pequeña princesa creció grande, fuerte y saludable, ajena a cualquier peligro, resguardada y protegida por sus cariñosos padres, hasta el día de la fiesta de su cumpleaños. El palacio ardió en llamas hidrófugas y mucha gente murió, todo perpetrado por el ejercito de Duran, el rey del reino de las Sombras, quien había jurado apoderarse del reino de la Magia y envolverlo en la más absoluta oscuridad. El ejército de magos consiguió repeler la amenaza, logró desterrar a las Sombras de nuevo a la oscuridad, pero cuando creyeron que todo se había solucionado, que habían ganado la batalla, se dieron cuenta de la desaparición de la princesa. La buscaron, la buscaron por los lugares más recónditos del reino, sin suerte. Aquella preciosa niña, de ojos color almendra, cabello liso y moreno y tan risueña como ella sola, había desaparecido sin dejar rastro y con ella, la esperanza. La reina enloqueció ante la noticia de la desaparición de su hija y el rey, no pudiendo hacer otra cosa, decidió salir en su búsqueda, recorrer los demás reinos para así salvar a su reina de la acuciante tristeza que la doblegaba y devolver la esperanza a su reino. Pero pasaban los años y las oportunidades de encontrarla, de permanecer con vida, se veían casi mermadas y los lugares donde buscar disminuían progresivamente.

El rey detuvo su montura a la orilla de un río. La maleza lo rodeaba todo y todo estaba sumido en la niebla. Se encontraba en tierra de dragones, el reino del Dragón, que conectaba con el reino de la Magia por el oeste. Aquella tierra había sucumbido ya al poder de Duran, sus esplendorosos paisajes habían sido reducidos a cenizas y sus gentes habían caído bajo el dominio de las Sombras. Nada quedaba ya de la tierra que un día fue. El rey volvió junto a su yegua. Era demasiado peligroso permanecer en aquel lugar él solo, pero cuando se disponía a salir, varios gritos lo detuvieron y fijó sus ojos en la batalla. No muy lejos las sombras trataban de reducir a un pequeño reducto de la resistencia, un chico de unos nueve años de edad, que peleaba con las sombras con arcos y flechas, como si creyera que eso les haría algún daño, y un par de mujeres, que ondeaban sendos palos, tratando de alejar a las sombras del chico. Las dos mujeres cayeron muertas a los pies del chico, pero éste, en lugar de ponerse a llorar, arremetió con rabia. El rey bajó de la montura y corrió para tratar de auxiliar al chico, pero llegó

demasiado tarde, o eso pensó hasta que un grupo de hombres apareció y se deshizo de las sombras. El rey se agachó y recogió al chico del suelo. Había perdido el conocimiento. Uno de los hombres se acercó.

-¿Ha venido a ayudarnos?- Preguntó. El rey suspiró.

-Lo lamento, pero tan solo estoy de paso.- Respondió el rey con sinceridad.- Estoy buscando a mi hija que ha desaparecido y en mi viaje he llegado aquí.- Explicó.

-Qué pena, esperábamos algo de ayuda.

-Lo lamento de verdad, yo…

-No se preocupe, es normal, todos los reinos están igual, Duran no tiene piedad de nadie. Ya ha pasado por su reino, imagino.

-Fue el primero que visitó.- Respondió el rey. El solo hecho de recordar aquel día le hacía daño.- ¿Puedo preguntar qué van a hacer con el chico?

-Ah, el chico, esperaba que al menos nos pudiera ayudar con eso. Él no tiene más familia y desgraciadamente ahora no podemos ocuparnos de él como corresponde. Él es la última esperanza que tenemos.

-¿Por qué dice eso?- Preguntó el rey pensativo.

-Porque él es el único descendiente, el último en su línea de sangre.

-¿Quiere decir que…?

-Sí, él es el príncipe heredero. Nuestros Señores han muerto protegiéndole. Este reino está llegando a su fin, por favor, le ruego que cuide de él, es lo único que le pido.

-Está bien.- respondió el rey abrazando con fuerza al chico.

-Gracias, Mi señor, estamos en deuda. Algún día conseguiremos derrotar a Duran y todo esto no habrá sido más que un ligero sueño, hasta entonces cuide de nuestra esperanza.


Los hombres salieron corriendo y desaparecieron en la espesa niebla. Esperanza, pensó el rey. Eso era lo único que Duran no podía quitarles, la esperanza para ver un nuevo amanecer. Subió al caballo con el chico en brazos y puso rumbo de nuevo a su hogar. Aquel día hace dos años había perdido una esperanza, pero ese día entre la niebla había ganado otra.

-¡Te has vuelto loco!- Chilló la reina encolerizada desde su cama, donde el rey había dejado el cuerpo del chico.- ¡No pienso cuidar de él, no quiero, quiero a mi hija de vuelta! ¡Quiero a mi princesita conmigo!

El rey sabía que algo como eso iba a pasar. La reina no estaba bien de salud, la profunda depresión en la que se había sumido la desgarraba, la atormentaba, pero esperaba que ocupándose del chico que él había salvado pudiera aliviarla un poco de su dolor.

-Lo sé Mi reina, lo sé, pero él no tiene a nadie más.

-¡Me da igual que no tenga a nadie más! ¡Yo quiero a mi hija de vuelta!- Repitió. El rey subió a la cama y abrazó a la reina con fuerza.

-Mi reina, la he buscado incesablemente durante estos dos últimos años y no he logrado dar con ella, puede que…

-¡No digas eso ni en broma, ella está viva!- Lloriqueó la reina.

-Puede ser, pero ya no sé dónde buscar, no tenemos pistas y la magia tampoco nos ayuda, no nos da su paradero, no nos dice si está viva o no, nada.

-¿Me estás pidiendo que me rinda?

-No, lo que te pido es que seas paciente, mi vida. Ninguno de los dos se olvidará de ella y haremos todo lo posible por encontrarla, pero ya no quiero verte así, quiero que vuelvas a sonreír de verdad.- Añadió el rey señalando al chico.- Él será tu apoyo, Mi reina, te ayudará y le daremos un hogar, una familia, es lo único que podemos hacer.

-¿De verdad crees que es lo único que podemos hacer?- La mirada de la reina se endureció. Se le había ocurrido algo. Se levantó de la cama por primera vez en mucho tiempo y

abrió el joyero que descansaba sobre la cama.- Si la magia por sí sola no puede ayudarnos, en ese caso tendremos que tomar medidas más drásticas.- Susurró la reina, y le mostró a su esposo el Péndulo del Delirio, un objeto místico, basta decir que demasiado peligroso, que permitía a su portador fragmentar su alma y hacerla vagar por los lugares más insólitos.

-Mi señora, sabes que no funcionará.- Murmuró el rey agarrando el péndulo.- En otras circunstancias hubiese sido una buena idea, pero este objeto requiere de magia negra para su activación y no está en nuestra naturaleza…

-No, Mi señor, no seré yo quien lo haga, lo harás tú y me traerás a mi niña de vuelta.- El rey abrió los ojos de par en par.

-No, no lo haré, juré que jamás volvería a utilizar ese tipo de magia…-Susurró.- Lo siento, pero buscaré otro modo, aunque me lleve más tiempo y aunque me cueste la vida, pero no me vuelvas a pedir que utilice las artes oscuras, porque no lo haré.- El rey volvió a guardar el péndulo en el joyero y lo selló.

La reina se puso a llorar, pero nada más sintió el movimiento del chico sobre la cama, calló, guardó sus lágrimas y se arrimó un poco a él, curiosa. Éste abrió los ojos de sopetón y le dio un cabezazo, antes de ir a esconderse bajo la cama, tal era el susto que se había llevado.

Así pasaron los días. El chico se negaba a salir de su escondite, a pesar de que la reina le llevaba comida y le contaba historias para dormir. Hasta que una mañana, cuando la reina fue a entregarle el desayuno, no le encontró. Recorrió cada lugar del castillo desesperada,angustiada, hasta que lo encontró en una de las habitaciones del ala sur del castillo, agazapado entre los rosales. La reina entró en el invernadero y tomó asiento a su lado en el banco de piedra. Se mantuvo en silencio, esperando, hasta que sin más el chico se abalanzó sobre ella y estalló en llantos. La reina lo abrazó muy fuerte, imaginando por un momento que abrazaba a su hija, y el corazón, el alma, todo su ser, se volvió a romper un poco más.

Nueve largos años pasaron desde aquel día en que entre ellos dos se forjara aquel lazo, pero entre aquellos momentos, la reina todavía tenía muy presente la memoria de su hija, se negaba a olvidar y solo aguardaba el día en que pudiera reunirse de nuevo con ella. Derek le

había hecho volver a sentir el sentimiento de madre, pero por mucho que no quisiera aceptarlo, él no podía reemplazar a su hija para siempre. Era algo que le faltaba, que formaba parte de ella.

-¿Madre?- Derek entró al salón del trono y tomó asiento a su lado, en el lugar ocupado habitualmente por el rey.- ¿Te preocupa algo?- Le preguntó, y la tomó de la mano. La reina sonrió por primera vez en lo que llevaban de mañana.

-Nada, hoy es un mal día.- Respondió la reina distraída.- ¿Ya has desayunado?

-Sí, iba de camino a las caballerizas.

-Eso está bien.

-¿De verdad que estás bien?- Insistió Derek. La mirada de su madre estaba fija en la nada, pensativa.- ¿Se trata de ella, Jade?

-Su nombre… hacía mucho que no lo escuchaba… Mi hija querida.

-Madre, no me gusta verte así…

-¿Aún sigues llamándome así, a pesar de saber que no soy tu verdadera madre?

-Madre no es solo quien te da a luz, sino quien te cuida con cariño, quien vela por ti, y eso es algo que nunca podré pagarte.- Derek abrazó a la reina.

-Cuando Mi señor te trajo hasta mí, no quise hacerme cargo de ti.- Explicó la reina poniéndose en pie.- Me negaba a creer que mi niña ya no estuviera conmigo, que la había perdido. Pero luego pensé que tú no tenías la culpa. Habías quedado huérfano y necesitabas un hogar. Fue muy duro para mí aceptar el hecho de que puede que nunca la encontremos y ahora que ya eres mayor, me pongo a pensar y me duele aún más.

-¿Te arrepientes de haberme criado?- Preguntó Derek dudoso.


-No, eso no.- Negó la reina acariciando el rostro de su hijo.- Me duele haber perdido esa parte de mí. Y ahora que eres un hombre hecho y derecho me dejarás, volverás a donde perteneces y yo volveré a quedarme sola.

-No lo haré.- Negó Derek abrazándola nuevamente.- A pesar de que no corre la misma sangre por nuestras venas, vosotros sois mi familia y si tengo que emprender el viaje para buscar a mi hermana, lo haré. Para que volvieras a sonreír de verdad haría cualquier cosa. Es más, lo haré. Encontraré a Jade y la traeré ante ti.

-Vamos, no digas tonterías.- Le reprendió.- Tu padre la ha buscado por todos los rincones. Es muy probable que ya esté…

-¡La encontraré!- Ratificó Derek decidido.- Moveré cielo y tierra hasta encontrarla y cuando esto suceda, si ella lo desea, la haré mi esposa. Te lo prometo.

-Pero… Acabas de llamarla tu hermana…- Derek sonrió, su madre tenía razón.

-No hay problema con eso, madre. Aunque ella sea mi hermana, por nuestras venas no corre la misma sangre. Definitivamente, te la traeré de vuelta.

Y salió del salón del trono hacia las caballerizas. No había tiempo que perder. Saldría en ese mismo momento a buscar a su hermana.

PREMONICIÓN



Argumento



El reino de la Magia está a punto de sucumbir ante la oscuridad. Duran, el rey del reino de las Sombras ha empezado una rebelión para apoderarse de todos los Reinos. En el mundo Humano, la vida de una joven de dieciséis años dará un giro inesperado. Tras la muerte de su padre, Jade descubrirá el secreto más grande de su vida, un secreto que la llevará a cruzar el Portal hacia Astelle, el reino de la Magia. Allí se verá envuelta en mitad de la guerra por el poder y terminará por comprender el significado de su vida. Tras un trasfondo de intrigas, celos y batallas sin cuartel, surgirá un inesperado amor, que nacerá como un tabú porque, ¿quién esperaría enamorarse de su propio hermano?