martes, 28 de agosto de 2012

INCULPADA


Capítulo dos

Dominic me esperaba, apoyado contra la pared. Tenía la mirada fija al frente y una expresión de preocupación. Pasé por su lado sin dirigirle la palabra. Sabía que me seguiría, tan predecible y responsable. Le ignoré y me dirigí a mi dormitorio. Al llegar al pasillo, el aleteo de un pajarillo me detuvo. Agudicé la vista y, tras comprobar que no era ninguna amenaza, sino un bichejo molesto, un Dimond revoltoso, abrí la puerta y la cerré a cal y canto.
Dominic no tardó en echarla abajo. Por su expresión deduje que seguía enfadado, pero más enfadada debía de estar yo. Yo, a quien había dado caza, a quien había seducido, a quien había traicionado. Yo tenía motivos más que suficientes por lo menos para darle una buena paliza, pero tal como estaba ahora dudaba que el intento resultara. No, él era demasiado fuerte, demasiado calculador, yo no tendría la menor posibilidad contra él a menos… a menos que… No, no, no. Eso era lo último que quería.
Dominic paró a metro escaso de mí y permaneció así, mirándome, hasta que decidí ignorarle. Caminé hacia el escritorio, donde habían colocado una pequeña caja, rodeada de figuritas, pósters y demás objetos que había acumulado de mi vida en el exterior. Aparté todo eso y me concentré en la caja. Me deshice del precinto en milésimas de segundo, pero en cuanto comprobé su contenido, la agarré y la estrellé contra la pared con rabia. Luego, tomé asiento en la silla frente al escritorio.
-¿Por qué?- Pregunté, sabiendo que Dominic aún se encontraba en el dormitorio, estudiándome.
-Trajimos todas tus cosas de la residencia.- Me levanté de un brinco, con lo que la silla cayó estrepitosamente al suelo.
-¡No me refiero a eso, maldita sea, sino a eso!- Chillé, y señalé la caja que había estrellado contra la pared, la cual se había hecho trizas desparramando todo su contenido.- Caminé hacia allí y recogí uno de los álbumes, antes de encarar a Dominic.- ¡Esto!- Señalé.- ¿Qué se supone que he de hacer con esto? Aquí no me sirve para nada, no si ella ya no está.- Un par de lágrimas se desbordaron de mis ojos.
-Lo siento, no pensé que sucedería esto.- Se disculpó Dominic. Mi cólera aumentó.
-¡Por supuesto que lo sabías!- Chillé.- Sabías perfectamente que la directora me separaría de ella.
-Puedes creerme o no, pero es la realidad. Las cosas salieron así y lo único que puedes hacer ahora…
-Guárdate tus comentarios. No necesito tu compasión. Ahora dime lo que he de hacer y acabemos de una maldita vez para que pueda largarme.- Recogí los álbumes y las fotos sueltas del suelo y las dejé sobre la mesa.
-¿Aún sigues con eso?
-Sí.- Respondí escuetamente.
-Ya veo, en ese caso no me dejas alternativa.- Lo miré sin comprender.- Vete.- Soltó de pronto.- Vete si crees que puedes salir, sino te aconsejo que trates de adaptarte a tu vida aquí. Hay veces que es mejor quedarse en territorio enemigo, ya deberías saberlo.
-¿Insinúas que puedo irme?- Repetí.
Es cierto que podría quedarme, conocer a mi enemigo desde dentro para poder vengarme, pero que él me lo propusiera era extremadamente sospechoso, y yo ya había decidido no volver a confiar en él. Por otra parte, su propuesta resultaba poco más que tentadora.
-Si es lo que deseas y crees que lo conseguirás, tienes mi palabra de que te dejaré en paz.
-Muy bien.- Caminé hacia la puerta y la abrí, pero me detuve.
-¿Tienes dudas?- Preguntó Dominic situándose en el umbral de la puerta, frente a mí.
-¡No, ya no!- Respondí muy seria.
Le di un empujón al pasar por su lado y me encaminé escaleras abajo hacia el exterior. Dominic esperó un minuto escaso, tras el cual, salió en mi búsqueda. Sabía que no me lo iba a poner nada fácil y no pude evitar sonreír. Hacía mucho tiempo que no me divertía tanto, desde la última vez que estuve en la misma situación.
Giré hacia la escalera central tan rápido, que tuve un encontronazo con dos alumnas que subían. Las tres rodamos por el entramado y fuimos a detenernos en mitad del hall, tal era la velocidad a la que nos había sometido.
-¿Pero es que te has vuelto loca?- Gritó una de las chicas, poniéndose dificultosamente en pie y ayudando a su compañera. Hasta que me miró con más detenimiento.- Oye, tú… ¿no eres Freya?
-Lo siento, ahora no tengo tiempo para hablar.- Dije de corrida yendo hacia la puerta.- Seguiremos luego.- Añadí, y cerré la puerta justo a tiempo, antes de que Dominic bajara el último escalón.
Parpadeé varias veces para aclarar mi visión. El sol estaba bajo, pero era lo suficientemente luminoso para cegarme. Debían ser las seis o las siete de la tarde y corría un viento cálido, abrasador para mi delicada piel. El aroma era sutil, pero iba cargado del perfume de los árboles, de la hierba, de las flores silvestres que apenas sí se veían, nada comparable a los jardines que teníamos en la residencia. Estornudé un par de veces y proseguí la marcha. Dominic me pisaba los talones, y no solo él. Un regimiento entero de guardias corrían como posesos a mi encuentro. Aceleré el ritmo. Me dolían los músculos de las piernas, mi corazón parecía no querer seguir bombeando, pero debía seguir. Uno de los guardias se precipitó sobre mí y perdí el equilibrio. Me lo quité de encima de un plumazo y le dejé inconsciente de un certero puñetazo en el estómago. Más tarde me di cuenta que me habían rodeado. Sonreí y me crují los nudillos.
-Venga, tíos, ¿no es a mí a quien queréis?- Grité.
Uno a uno los guardias fueron saliendo volando por los aires, hasta que tan solo quedó uno, o medio más bien, ya que mi admirable fuerza había acabado por jugármela. Arrojé al guardia junto a sus compañeros y me di la vuelta. Casi había llegado al final. Tan solo me restaban quinientos metros más, pero no conté con él, o más bien me había olvidado por completo de su presencia, de lo rápido que podía llegar a correr. Sus cabellos ondearon al compás de una repentina y calurosa brisa, alborotándolos aún más y haciéndole parecer más joven de lo que, sabía, en realidad era. Suspiré. Aún tenía mucho que aprender.
-Has dicho que podía irme.- Me quejé, más por chincharle que otra cosa. Dominic se acercó y me agarró de la mano.
-Sí, pero en ningún momento creo haberte dicho que no fuera a perseguirte.
-¡Mentiroso! Has dicho que me dejarías en paz.
-Pero solo si lograbas salir de aquí.- Rebatió.
Solté mi mano y le golpeé. Dominic retrocedió un par de pasos, expectante, calculador, demasiado sexi para mis lascivos ojos. Mi cuerpo se movió con gracilidad y desaparecí completamente de su campo de visión.
-No te valdrá de nada.- Me dijo mirando de un lado a otro, buscándome.- Puedo verte.
Y nada más decirlo, arremetió contra mí, haciéndome caer de espaldas. Imposible. No podía ser que él hubiera visto dónde estaba, la técnica era perfecta, nadie podía verme. Pero sin duda de alguna manera él lo había hecho.
-Si te estás preguntando cómo es que he podido localizarte, primero tendrás que mirar más allá de lo que tus ojos ven.
-¿Eh?- Me quejé. No entendía ni una sola palabra, parecía estar hablando un idioma diferente al mío.
-Lo entenderás eventualmente.- Me cortó.- Ahora vamos dentro. Aquí fuera hace un calor de muerte.- Añadió agarrando mi mano con suavidad. Un escalofrío me recorrió.
Solté mi mano de la suya con facilidad y volví a intentarlo, quería entender, entender cómo él había sabido localizarme en las sombras. Debía de tener algo especial, algo que sin duda nadie de allí poseía, una percepción única, de otro modo no habría sido capaz de localizar mi posición.
-¿No te dije que no te serviría de nada?
Dominic entró en mi campo visual y rodeó mi cuello con su brazo, suave, pero no lo suficiente para permitirme escapar de él.
-¿Cómo lo haces?- Me quejé tratando de mantenerme serena.
-Ya te he dicho que lo entenderías con el tiempo, ahora no. Todavía no estás lista.- Exploté.
-¿Cómo que no estoy lista?- Chillé.- ¿A qué te refieres con eso? ¡La técnica es perfecta!
-Sí, lo es.- Me confirmó y al alzar los ojos para ver su rostro me sorprendió con una cautivadora sonrisa.- Pero no para mis ojos.- Añadió y retiró el brazo de mi cuello.- Intenta otra cosa, aunque no creo que el resultado vaya a ser diferente.
Mi mente estalló, algo en mi interior imperaba por salir y a pesar de saber que no debía, lo dejé salir. Mi mirada se intensificó y mis músculos se apretaron.
-Nos volvemos a ver.- Dije con desdén mirando con fijeza a Dominic. Él suspiró.
-¿Podrías dejar de hacer estupideces?- Susurró.
-¿Y tú, podrías dejar de ser tan capullo?- Dije, y mis labios se curvaron en una media sonrisa. Dominic dio un paso en mi dirección.
-Marie, esto no te concierne, ¿me devuelves a Freya, por favor?- Alargó la mano hacia mi rostro y me acarició la mejilla con dulzura.- A menos que prefieras que la saque por la fuerza, como la última vez.
-De modo que la que te gusta es Freya.- Reí.- Esto sí que se va a poner interesante.
Parpadeé varias veces antes de comprender lo cerca que estaba de Dominic. Su aliento sobre mi rostro me daba escalofríos, incluso su olor me resultaba demasiado atrayente. Traté de alejarme de él, pero su brazo me lo impidió. Sus ojos estaban fijos en los míos y no parecía querer apartar la mirada. Me miraba con deseo, con lujuria, como quien mira a un ser amado, y me estaba poniendo nerviosa.
-Freya…
Susurró mi nombre como si nada y algo en mi interior se revolvió. Su rostro se acercó al mío, sus ojos se cerraron paulatinamente y sentí la humedad de sus labios contra los míos. Después, nada, un vacío total, una sensación de no haber nada más alrededor salvo él y yo, solos, juntos.
Volví a la realidad de golpe, desoyendo los latidos acelerados de mi corazón, sintiendo cómo un millón de mariposas revoloteaban a mi alrededor, haciéndome caer, haciéndome perder el control, debilitándome, anulando mi orgullo, borrando la existencia de la persona que fui una vez, dura, despiadada, calculadora, y tal que no podía soportar sentirme de ese modo, hice lo único que se me pasó por la cabeza: le di un rodillazo en la entrepierna y eché a correr como una posesa hacia la barrera.
Dominic me siguió, pero sus movimientos eran lentos, me observaba, me probaba, no podía soportarlo. Dejé de correr y caminé despacio hacia la verja. Dominic detuvo su avance. Maldita sea, ese hombre definitivamente me sacaba de mis casillas. Debía de tener como un millón de personalidades, y odiaba cada una de ellas. Era la persona más testaruda que había conocido nunca. Alargué la mano hacia el lugar donde suponía estaba la capa de la barrera, pero al tocarla me llevé una buena descarga. Retiré mi brazo chamuscado y sopesé mis opciones. La descarga que había recibido no se comparaba en nada a la que había soportado la última vez que atravesé la misma barrera. Puede que a lo largo de los años hubieran intensificado la fuerza. Respiré hondo y retrocedí un par de pasos, lo suficiente para coger carrerilla. Si lograba salir como lo hice la última vez no habría problema. Me preparé, cogí carrerilla y choqué contra la barrera. Noté cómo cada músculo de mi cuerpo se tensaba en contacto con la corriente, pero eso fue todo. Lo que hubiera sido un plan perfecto se convirtió en algo que ni se me hubiera pasado por la cabeza. No solo habían intensificado la fuerza de la corriente, sino que habían desplegado una barrera externa, una nueva capa, de modo que ahora me hallaba en el gran aprieto de encontrarme entre las dos capas, sin posibilidad de salir y con numerosas ráfagas de electricidad quemándome la piel.

INCULPADA


Capítulo uno

El brillante sol del mediodía bañaba nuestros cuerpos acalorados. Pequeñas gotas de sudor recorrían nuestras frentes, nuestros cuerpos luchaban por mantener la compostura, nuestras respiraciones agitadas, el sonido de nuestros corazones, todo para indicarme que lo que estábamos haciendo no era correcto y que podría conllevar unas consecuencias gravísimas de llevarlo a término. Pero ya no lo soportaba más, era eso o aguantarme y no estaba por la labor de aguantarme. El chico que tenía frente a mí era guapo, alto y musculoso, perfecto en definitiva, si no fuera un capullo integral. El solo hecho de que jugara conmigo como con cualquier otra me enfurecía, que se burlara de mí me cabreaba hasta el punto de cometer la estupidez de retarlo a duelo, a sabiendas de que estaban prohibidos.
Sujeté la espada con fuerza y caminé hacia él. Tenía el cuerpo completamente amoratado y lleno de rasguños. La pelea que había provocado llegaba a eso y mucho más, estando en el punto de haber sustituido mis puños por un arma filosa. No me contentaba con tan solo haberle pateado, incluso haberle roto unos cuantos huesos por el camino, quería hacerle sufrir mucho más, para que entendiera que conmigo no se metía ni mi padre. Al llegar a su lado, clavé la espada en el suelo y le agarré de la barbilla con desdén. Le di un empujoncito y perdió el equilibrio, y en mis labios se dibujó una pérfida y cruel sonrisa.
-Te dije que como me volvieras a tocar te las tendrías que ver conmigo.- Escupí. Aaron me miró desde su posición, un poco agazapado, tratando de ponerse de nuevo en pie.
-Solo te di un beso, ¿cuál es el problema?- Se quejó, pero pude ver cómo esbozaba una sonrisa de satisfacción.
El hecho de que me utilizara como conquista me daba asco, pero que además se riera cuando estaba a punto de quedar inútil para el resto de su miserable vida, no tenía precio. No podía ser más estúpido. Empuñé de nuevo la espada y la coloqué sobre su cuello descubierto.
-Andas besándote con todas las chicas de la academia y, ¿pretendes que me crea que sientes algo por mí? Vamos, ¿me ves con cara de idiota?
-Tú eres diferente.- Suspiró Aaron retrocediendo un par de pasos hasta que estuvo bastante lejos del alcance de la espada.
Me enfurecí aún más. Corrí hacia él y le asesté un golpe en la cabeza con la empuñadura de la espada. Aaron volvió a caer a mis pies.
-¿Lo ves? Eso es lo que me gusta de ti.- Farfulló convulsionándose, escupiendo sangre.
Y seguidamente quedó inconsciente, bajo el fango que ahora era su sangre al mezclarse con la tierra. Volví a clavar la espada en el suelo y me froté las manos. Tenían leves rasguños en su superficie, pero nada importante. Lo que más me preocupaba, más que la sangre que salía de mis propias heridas, era la sangre de Aaron, que impregnaba mis manos delatando lo que acababa de hacer. Me las restregué con fuerza sobre la camisa del uniforme inconscientemente, hasta que me di cuenta del error. La camisa en sí era completamente blanca, salvo por el escudo de la Academia bordado en ella. Si aquella mañana hubiera tenido alguna clase física, me hubiera puesto el chándal, pero no, quién le mandaba al profesor desaparecer justo en ese momento. Bueno, nada ganaba con lamentarme. Ahora lo que tenía que hacer era salir de allí, antes de que alguien me viera en ese estado.
-¿¡Qué está ocurriendo aquí!?- Mi corazón explotó del susto. La directora me miraba con los ojos como platos y los pasaba de mí a Aaron en una fracción de segundo.- ¡Señorita Dormak!- Chilló.- ¿Ha sido usted quien ha hecho esto? Sí, por supuesto.- Añadió, y les hizo señas a un par de guardias.- La señorita Dormak ya se retira. Llevadla a su dormitorio y dad aviso a la enfermería.
Los dos guardias me agarraron toscamente de los brazos y me condujeron deprisa hacia mi dormitorio. Uno de ellos me empujó y caí de bruces en el interior. Luego, la puerta se cerró a mi espalda y el sonido de la llave al girar la inutilizó. Me levanté del suelo, caminé hacia la cama y me tiré literalmente sobre la colcha, hasta que recordé la sangre de Aaron sobre mi camisa. Me levanté desganada y me acerqué al armario para coger un cambio de ropa. Decidí ponerme el chándal, era con lo que me iba a sentir más cómoda. Luego, sujeté mis largos cabellos con una pinza y volví a la cama. El período vacacional había comenzado justo esa misma mañana, después de los últimos exámenes y lo primero que había hecho era meterme en más problemas. Pero yo no tenía la culpa. Si Aaron no me hubiera sacado de mis casillas nada de esto habría sucedido, pero no, por su culpa estaba completamente encerrada en mi dormitorio a la espera del castigo. Por si fueran pocos los problemas que se cernían en la Academia. El día anterior el profesor de educación física había desaparecido sin dejar rastro. Nadie sabía el motivo, pero los rumores que circulaban llegaban desde que había dejado embarazada a una de las alumnas, a que había encontrado otro trabajo. Yo no podía creerme nada de eso. Ese profesor en especial tenía la particularidad de ser totalmente inflexible respecto a esos asuntos. No era drástico y sopesaba todas las opciones, además su carácter me gustaba. Era duro en su cometido sí, pero también nos comprendía y nos defendía frente a la directora. Su marcha había sido una gran pérdida para muchos, pero creo que quien más podía sentirlo era yo, ya que era él quien me ayudaba a comprender muchas cosas y aunque no era su cometido, me apoyaba y me enseñaba a controlar esa parte de mí que quería mantener encerrada. En definitiva, él y mi padre adoptivo habían sido los únicos que me habían dado una mano, al menos en lo concerniente a estudios y control. Lo que ninguno pasaba por alto era la insubordinación y yo ya había recibido buenas dosis de sus reprimendas desde que era pequeña.
Di un respingo en la cama tras escuchar el sonido de un trueno. Fuera había empezado a llover con fuerza, pero más que eso lo que me sorprendió fue la oscuridad del cielo. Me levanté de corrida y me acerqué a la ventana. El viento movía las copas de los árboles colindantes con fuerza y las gotas de agua empañaban el cristal impidiéndome apenas ver el exterior. Podía sopesar que eran poco más de las nueve de la noche, lo que significaba que ya hacía más de ocho horas que me habían confinado. ¿A qué diantres estaba esperando la directora? La rabia aumentaba en mi interior y solo podía pensar en la posibilidad de arrancarle la cabeza a Aaron en cuanto lo tuviera de nuevo delante, pero no. Eso habría sido una tremenda estupidez. En primer lugar, puede que yo hubiera tenido parte de la culpa, por ser lo suficientemente inconsciente e imprudente por retarlo a duelo en pleno día y a las puertas de la academia. Mi orgullo me había podido y el resultado era tal cual. Sujeté las cortinas con fuerza, hasta casi arrancarlas. No podría haber sido más estúpida, pero no me quedaría allí para darle el gusto a la directora de jugar conmigo a sus anchas.
El plan se formaba en mi cabeza con rapidez, hasta que di con el método perfecto. Sonreí para mí misma y golpeé con fuerza el cristal de la ventana. Las gotas de lluvia me empañaron el rostro y el fuerte viento hizo saltar la pinza que ataba mis cabellos. Me encaramé al poyo de la ventana y salté, cayendo de rodillas sobre la hierba. Me puse en pie con rapidez y corrí a través de los jardines, machacando todo bajo mis pies, en dirección a la verja que rodeaba el recinto. Las pisadas acercándose me hicieron acelerar el paso. Los guardias habían escuchado el sonido de la ventana al hacerse añicos y me perseguían frenéticos.
De pronto, dos brazos detuvieron mi acalorada carrera. Traté de resistirme, forcejear, patalear, pero nada resultó. Me sujetaban con tanta fuerza que incluso podrían haberme roto los brazos. Me obligaron a caminar hacia el interior del edificio, escoltados por el resto de sus compañeros, en dirección, supuse, al despacho de la directora. Y tenía razón. La directora estaba sentada tras su escritorio cuando entré, rodeada de papeles y carpetas. La puerta se cerró de golpe y la directora levantó la vista de su trabajo para fijar sus ojos en mí. Los dos guardias me posicionaron frente al escritorio y retrocedieron para custodiar la puerta.
-¿Qué cree que está haciendo?- Gritó la directora histérica.- Primero la encuentro envuelta en un duelo a plena luz y ahora intenta huir del castigo.
-¡Usted no es nadie para retenerme aquí!- Escupí.
-¿Pero quién se ha creído que es para hablarme en ese tono? Las normas están por algo.
-Usted me tiene prisionera.
-¿Prisionera? No, querida. Esto es un internado y como en cualquier institución docente hay una serie de normas que se deben cumplir. Están hechas para protegeros.
-Dirá mejor para controlarnos.- Solté.
-Niña insolente…
-¿Me equivoco, o no ha hecho usted estas normas para tenernos controlados, dóciles y obedientes como corderitos?
-Hice las normas para protegeros de vosotros mismos. Aunque veo que con usted no voy a hacer carrera. No importa cuánto se le enseñe, usted siempre hará lo que le dé la gana.
-¡Usted no me enseña nada!- Vociferé irritada.- Solamente me tortura.
-¡Ya está bien! Como veo imposible que pueda atender a razones, se quedará en su dormitorio hasta nuevo aviso. Ya veré luego qué hacer con usted.
-Lamento corregirla, pero si he salido de mi dormitorio una vez, podré volver a hacerlo sin problemas.
-Usted no se preocupe por eso, le aseguro que no podrá salir. Tengo que pensar muy bien…
-¿Me va a expulsar?- La corté sonriente y más que desafiante.
-¡Lleváosla!
Los guardias volvieron a sujetarme y me llevaron a rastras fuera de allí. La ventana de mi dormitorio seguía rota, pero cuando me propuse repetir la misma operación, me di cuenta de a qué se había referido la directora. Si salía otra vez por allí, me atraparían los guardias que custodiaban abajo. Suspiré y caminé hacia la puerta con sigilo. No había escuchado girar la llave, por lo que no todo estaba perdido. Accioné el picaporte y oteé al derredor. No había nadie. Quizás la directora creía que no iba a ser tan estúpida de salir por la puerta principal, pero si pensaba eso es que no me conocía en absoluto. Con tal de escapar de su control era capaz de hacer cualquier cosa, pero primero… Caminé hacia el cuarto de baño y me encerré. Una buena ducha no me vendría mal. Cogí las toallas del cajón y las dejé en la repisa del lavabo. El espejo mostró mi rostro perfecto, apenas magullado tras el duelo. Abrí el grifo y me lavé la cara, y a la que volví a contemplarme en el espejo, esbocé una cruel sonrisa, dejando al descubierto una hilera de dientes perfectos y afilados…
Me desperté de sopetón al escuchar cómo alguien aporreaba la puerta sin descanso. La habitación se encontraba inmersa en una inexplicable oscuridad, lo que me hizo pensar en el tiempo que llevaría durmiendo. Los golpes se repitieron, fuertes, incansables. Fue entonces cuando recordé haber echado el pestillo antes de irme a dormir. Me froté los ojos y me deshice de las sábanas antes de ponerme en pie y encaminarme hacia la puerta. La cabeza me daba mil vueltas y no podía sino seguir rememorando aquella espantosa pesadilla que, si bien no era un sueño producto de mi imaginación, sino más bien un recuerdo de la última vez que estuve en ese mismo dormitorio, no dejaba de ser aterrador. Los golpes se repitieron con tanta insistencia que temí que quien estuviera detrás echara la puerta abajo. Y estaba más que dispuesta a abroncar a quien quisiera que estuviera montando semejante escándalo a esas horas. Pero mi réplica quedó ahogada en el instante en que le vi, plantado frente a la puerta, el hombre más irritante que había conocido nunca, vestido con una camiseta y unos pantalones deportivos, con una expresión en su rostro que daba verdadero miedo.
-¡Que sea la última vez que cierras la puerta a cal y canto!- Chilló Dominic cruzándose de brazos.- ¡Llevo más de una hora esperándote!- Parpadeé varias veces, aturdida.
-¿Esperándome, para qué?- Pregunté.
-Para tus clases particulares, ¿para qué sino?- Respondió como si tal cosa.
-Pero hoy es sábado.- Me quejé.- Y además estamos en vacaciones.
-Tus clases incluyen fines de semana.- Me aclaró.- Y las vacaciones, olvídate de ellas.
-¿Qué?- Pregunté como una boba.- Yo no estaba enterada de eso.- Dominic sonrió.
-Veamos…- Sacó una hoja del bolsillo del pantalón.- Plan de estudios de Freya Marie Dormak: de lunes a viernes, entrenamiento antes de desayunar, clase normal, almuerzo, clase normal, entrenamiento antes de comer, clase normal, entrenamiento antes de cenar, cena, últimas clases y entrenamiento hasta la madrugada. Sábados, domingos, festivos y vacaciones escolares, entrenamiento sempiterno.- Leyó.- Como ves, vamos a pasar mucho tiempo juntos.- Y una sonrisa cruzó sus labios.
-¿Que los sábados voy a tener entrenamiento qué?- Inquirí aturdida.
-Sábados, domingos, festivos y períodos vacacionales, tendrás entrenamiento ininterrumpido.- Me explicó, pero en sus ojos se veía que estaba tratando de suavizar el concepto.
-Di mejor que mi entrenamiento durará eternamente, al menos es lo que entiendo.
-Es lo que pone.- Dijo señalándome el papelito con insistencia. Me mordí la lengua para no decir una burrada.
-¿Y cuándo se supone que voy a dormir?- Solté, desviando el tema. Dominic se encogió de hombros.- ¿Y tus obligaciones como profesor? Porque me dijiste que empezabas este año y eso sin contar tus salidas…
-Mira, no sé lo que tiene la directora en contra tuya, pero no me importa. Mi única prioridad es ponerte en forma para que alcances el nivel del resto de tus compañeros.
-Ya, el problema es que si sigo ese planning voy a acabar muerta antes de empezar, y digo literalmente.- Dominic suspiró y asintió.
-Lo sé, por eso digo que no sé lo que le has hecho a la directora para que te odie tanto. No sé en qué está pensando. Nadie, por muy fuerte que sea, podría soportar todo ese entrenamiento. Parece preparado especialmente para hacerte fracasar.- Asentí. El extraño término con que se había referido la directora a mis clases particulares me dejaba ese hecho bien claro.- Pero lo que es indiscutible es que necesitas entrenar mucho más duro que el resto… Oye, ¿puedo pasar?
Abrí los ojos de par en par, sorprendida. No era precisamente la pregunta que me esperaba, es más, creí que me iba a hacer un interrogatorio mucho más exhaustivo sobre mi relación, o no relación más bien, con la directora. Suspiré. Pensaba negarme en rotundo, pero su insistencia me hizo ceder. Cerré la puerta a su paso y le seguí con la mirada.
-Bonito cuarto.- Susurró.
-Gracias, pero no has venido aquí para admirar su decoración, ¿me equivoco?- Le corté en seco.
-Cierto.- Añadió, y tomó asiento en la silla frente al escritorio. A ver qué confianzas eran esas. Lo dejé correr y me senté sobre la cama desecha.- Bien, lo primero que tenemos que hacer es diseñar un horario.- Qué considerado por su parte, y encima venía a decírmelo.- En cuanto empieces las clases te darán el horario. Haré el nuestro en base a él…
-¿Y no sería más fácil…?
-No.- Me cortó.- Yo puedo manejar a la directora, pero no puedo permitir que hagas ninguna locura.
-Sí, por supuesto. Todo se resume a que te voy a tener pegado a mí las veinticuatro horas del día.
-Míralo como quieras. Pero déjame decirte que no te dejaré tranquila hasta que te hayas vuelto más fuerte.- Mi corazón palpitó con fuerza. No era la primera vez que él me decía esas palabras y sospechaba que no sería la última.
-Y yo no pararé hasta haberme deshecho de ti.- Le respondí, y le mostré una sonrisa picarona.
-No va a ser fácil, pero…
-¡Ya está bien!- Me puse en pie de un brinco.- Deja de ser tan condescendiente conmigo, ¿quieres? Ambos sabemos que no quiero estar aquí, de modo que no veo porqué tienes esa actitud conmigo.
-Lamento querer que mi alumna no lo pase tan mal.- Y resaltó alumna, el muy capullo.
-Si no quieres que lo pase mal, llévame lejos de aquí.
-Lo siento, pero sabes perfectamente que no puedo hacerlo. Además, tu sitio está aquí.
-Sí, sí, lo sé. El mezclarme con humanos no es una buena idea, porque acabaré atacándolos y bla, bla, bla…
-Pues si lo entiendes, haz lo que te digo.
-No es fácil, ¿sabes?
-Ni lo será de ahora en adelante, pero es lo que hay. Y si no lo entiendes, no te preocupes, pronto lo harás. Ahora vamos. Tenemos mucho que hacer.
-¡Y una mierda!- Chillé.- Hoy es sábado.- Me volví a quejar.
Dominic se levantó de la silla y me empujó sobre la cama sin darme tiempo a reaccionar. Su cuerpo se apretó contra el mío y sus ojos recorrieron las curvas de mis pechos. Mi intento de quitármelo de encima fue en vano.
-¿Qué… estás haciendo?- Me quejé.
El sonido del teléfono móvil nos interrumpió fortuitamente. Dominic bajó de la cama emitiendo un suspiro y lo cogió. Sus ojos se clavaron en los míos y me sostuvo la mirada mientras hablaba. En ella podía verse la desilusión y la rabia. Y no entendía por qué.
-¿Sí?- Respondió.- De acuerdo, Suhit Y Vha2.
Colgó el teléfono y se lo guardó en el bolsillo, antes de volver a centrarse en mí. Extendió su brazo y me obligó a levantarme.
-El doctor quiere verte.- Me informó.
-¿Mi padre? ¿Para qué?- Dominic me agarró del brazo y tiró de mí hacia la puerta.
-¡Espera!- Grité. Dominic siguió tirando de mí- ¡Te digo que esperes! ¡Aún no me he vestido!
-Así estás bien.- Dijo con brusquedad, y cerró la puerta a nuestro paso. No tuve más remedio que seguirle.
-¿Qué era eso?- Pregunté.
-¿El qué?- Preguntó Dominic abstraído.
-Lo de hace un momento, la última frase.- Expliqué.
-Ah, eso. Solo es Maiga.
-¿El qué?- Pregunté atónita. Por algún motivo aquellas palabras me resultaban familiares, pero no sabía por qué si apenas acababa de escucharlas.
-Maiga, una lengua hablada por los Clanes desde hace siglos.
-Pues es la primera vez que la oigo.- Suspiré, y di un traspiés en las escaleras. Dominic me sujetó antes de que me cayera.
-Eso es bastante improbable.- Continuó, siguiendo el camino escaleras abajo.
-¿Por qué? ¿Tan raro es?
-Tuviste que aprenderlo siendo niña. Es… obligatorio.- Y puede que por eso me sonara tan familiar, pero lo había olvidado por completo.- Sí, es cierto, puede que lo hayas olvidado, pero es algo fácil de subsanar.- Odiaba que hiciera eso, que me leyera hasta ese punto.
-¿Por qué? ¿Me vas a enseñar?- Desvié.
-Hemos llegado.- Dijo Dominic señalando la puerta. Asentí y accioné el picaporte, pero me detuvo.- Prometí enseñarte todo lo que sé, y lo cumpliré.- Dominic se dio la vuelta para irse en lo que duraba mi entrevista con el doctor.- Est Cuhra Mhiat3.- Añadió como si nada.
-¡Khira Nhai4!- Chillé, y cerré la puerta a mi paso.
El corazón no dejaba de latirme con excesiva fuerza. Había respondido a aquello sin siquiera saber lo que significaba y, peor aún, no tenía ni la menor idea de lo que le había respondido. Simplemente lo había gritado. Me había salido del alma.
Nada más verme, el doctor me sonrió, dejó el informe que había estado leyendo sobre el escritorio y se levantó señalando una de las camas. Aspiré hondo y caminé despacio hacia la cama. No tenía ganas de andar, mucho menos de hablar, ni tan siquiera estaba por la labor de someterme a aquel examen. Pero no tenía alternativa. No podría negarme aunque quisiera, de modo que me subí a la cama. El doctor se acercó con una aguja de diez centímetros en la mano. Me contraje y hui de la cama, arrinconándome a mi misma contra la pared.
-¿Aún te dan miedo las agujas?- Rió el doctor.- Tranquila, puedes venir.
-¡No me dan miedo las agujas!- Rebatí a voz en grito.
Y me acerqué de nuevo a la cama tras comprobar que el doctor había dejado la aguja en la batea. Después, cogió el tensiómetro y me lo colocó en el brazo. Tras medirme la presión y la temperatura, tuve que desvestirme. Al principio me dio un poco de corte, pero luego recordé que no tendría por qué tener vergüenza con quien me había criado, en su mayor parte, de modo que me quedé completamente desnuda ante él.
-Los músculos tienen buen tono.- Comentó masajeando cada uno de ellos.- ¿Tus heridas cicatrizan bien?- Preguntó.
-A veces.- Respondí con sinceridad.
-¿Cómo que a veces?- El doctor me miró con los ojos como platos, como si lo que hubiera dicho fuera una barbaridad.
-Sí, a veces tardan más en cicatrizar.
-Bien, bueno, ¿y cómo te alimentabas?- Suspiré.
-No lo hacía, me alimentaba a base de los reconstituyentes.- Dejó caer los brazos a los lados y me miró con fijeza. Ya estaba, ahí venía una buena bronca.
-Puedes vestirte.- Dijo sereno.- Luego túmbate.
Hice lo que me pidió, pero lamenté haberlo hecho. Haciendo acopio de su gran velocidad me colocó una vía en el brazo, unida a una bolsa de A-. Para que él llegase a esos extremos debía ser un caso de extrema urgencia. Desistí de rebelarme o preguntar la razón de aquello y me acomodé en la cama. No me agradaba en demasía la idea de estar recibiendo una transfusión y el doctor lo sabía, como también sabía que no sería capaz de contradecirle, nunca había sido capaz, él me había cuidado desde niña y le debía mucho. Pero era como todos los demás allí. Su máxima prioridad era mantenerme vigilada, puede que encerrada y puede que en parte tuvieran razón, pero yo necesitaba un poco de libertad, quería que desapareciera la idea de estar viviendo en una cárcel, quería saber lo que era tener que tomar mis propias decisiones, por eso me escapé. Y ahora estaba de regreso y todo había vuelto a empezar.
Dejé esos pensamientos a un lado y me concentré en reprimir las arcadas que me sobrevenían a raudales.
-Y dime, ¿hiciste muchos amigos estando fuera?- Miré al doctor boquiabierta, pero le respondí.
-Me hice amiga de una chica de mi edad…
-¿Y ella lo sabe? ¿Sabe lo que eres?- Preguntó de pronto, dejándome de nuevo con la boca abierta. ¿A qué venía semejante interrogatorio?
-¡Por supuesto que no!- Le respondí, quizás demasiado alto.
-Sí, por supuesto que lo sabe.- Dedujo el doctor.- Pero eso es bueno. Tuviste con quién hablar.
-Sí, y eso me ha ocasionado más problemas de los que me hubiera gustado.- Me incorporé en la cama y me quité la vía. La transfusión había terminado.- Dime una cosa, ¿por qué me ayudaste?- Añadí desabrochando el colgante con la piedra lazulita que no me había quitado en ningún momento.
-Eso no es importante ahora, lo que importa es que superaste todos los obstáculos y conseguiste sobrevivir. De hecho me sorprendí mucho cuando supe que entraste a la escuela de medicina de…- Me puse de pie de un brinco.
-¿Cómo lo sabes?- Pregunté. El doctor desvió la mirada.
-¿Hiciste un buen trabajo allí?- Prosiguió en su empeño.
Caminé hacia él y le entregué el colgante, antes de dirigirme hacia la puerta y salir de allí. La situación se había vuelto demasiado incómoda y sabía que de nada me valdría preguntar, porque no obtendría respuestas.

HIELO Y FUEGO

2. Huida desesperada

-¿Adónde creéis que vais?
Me paré en seco. Habíamos dejado pasar la única
oportunidad que teníamos para escapar. El factor despiste
era fundamental para el plan, pero por alguna razón
habíamos sido descubiertos al primer movimiento.
Marco dio un paso hacia nosotros. Estaba tan nerviosa, que
mi reacción fue esconderme detrás de Psyren.
-¿Adónde vais?- Repitió Marco con un tono de voz más
duro que antes.
-La llevo a dar una vuelta.- Saltó Psyren agarrándome
casualmente de la mano.- ¿Acaso es eso un crimen?
-¿Tenéis permiso para salir?- ¡Maldita sea!, ¿es que no
nos iba a dejar salir por las buenas?- Sin el permiso de la
Reina no os pienso dejar pasar.
-Vamos, Marco, tan solo necesito despejarme un poco.-
Dije manteniendo una difícil sonrisa y dando certeros pasos
hacia él. Alcé mi mano y le rocé la mejilla sin dejar de
mantener el contacto visual. Tenía unos ojos preciosos, pero
tan intimidantes que, por un momento, creí que me iba a
abofetear. Afortunadamente no lo hizo.- ¿No nos dejarás
pasar?- Logré pronunciar en un tono de voz lo más dulce que
pude.
-Yo…- Me quedé helada por unos momentos. Su expresión
había cambiado en tan solo unos segundos, mostrando
ahora una más complaciente.- Claro.- Accedió al fin.
Psyren me agarró nuevamente de la mano y tiró de mí,
literalmente hacia el otro lado de la valla. Luego de eso,
echamos a correr como posesos, hasta que nos detuvimos
frente al lago, a unos tres quilómetros de la casa. No
recordaba la última vez que había corrido así, si es que lo
había hecho alguna vez.
-Has tenido una idea genial.- Comentó Psyren recuperando
el aliento.
-¿Qué es lo que he hecho?
-Al usar la coacción con él…- Psyren me miraba
consternado, pero al mismo tiempo feliz de que hubiéramos
salido de allí.
-¿Qué yo he usado… qué?- La confusión que sentía era
tan palpable, que daba miedo. Sabía que los vampiros
teníamos alguna habilidad extraña, pero nunca me habían
explicado nada al respecto.
-No importa.- Respondió tras unos segundos.- Ahora
tenemos que pensar qué hacer… Lo más lógico sería llevarte
al internado, pero en el momento que descubran nuestra
fuga será el primer lugar donde nos buscarán
Me lo quedé mirando sorprendida. Mi madre me había
comentado algo acerca de ese lugar. Allí es donde
mayoritariamente vivían los que nos habían traicionado, los
que querían usurpar el trono. ¿Por qué demonios Psyren me
llevaría a aquel lugar?, ¿es que acaso él… era uno de ellos?
Me alejé unos metros. Él me miró sorprendido y cuando
quiso agarrarme de nuevo, lo rechacé de un manotazo.
-Pero, ¿qué es lo que te ocurre?- Se quejó.
-Me… ¿Me vas a entregar?
-¿Entregar?- Repitió.- ¿A quién?
-Madre me contó quien vive allí y tú… ¿tienes la intención
de llevarme allí?
***
-¡Soltadme!- Chillé.- ¡Os digo que me soltéis, maldita sea!
Mamá se plantó frente a mí. En sus ojos podía ver el dolor,
pero también la furia.
-No irás a ningún lado.- Reseñó.- No permitiré que hagas
una tontería, ¿cómo se te pudo ocurrir semejante estupidez?
Ir a buscarla por tu cuenta solo nos traería más problemas y
no tengo la intención de perder otro hijo, ¿sabes?
-¿Entonces por qué no hacéis algo?- Vociferé tratando de
soltar las fuertes amarras de mis muñecas.- Por el modo en
que actuáis parece como si os hubierais olvidado de ella.- El
eco de la bofetada estuvo resonando en toda la habitación
durante un minuto escaso, el tiempo suficiente como para
que mamá se arrepintiese de haberlo hecho.
-¿Crees que es fácil para mí?- Dijo casi entre lágrimas.-
¿Crees que puedo estar tranquila sabiendo que mi hija está
en las garras de esos salvajes? ¡No tienes ni idea de cómo
me siento! Pero, ¿sabes? Aunque me sienta de ese modo no
puedo hacer nada. Tengo que proteger a la familia, por muy
dolorosa que pueda resultar la decisión.
-Erik, no disgustes más a tu madre, ¿quieres?
-Pero yaya…- Me quejé, pero con un simple gesto con el
dedo índice, me acalló.
-¿Te portarás bien si te dejo libre?- Los ojos de mamá me
miraban esperanzados, de modo que le obsequié con una de
mis sonrisas de niño bueno, aunque, en el momento que
estuve libre de las ataduras, eché a correr como nunca en mi
vida hacia el exterior.
-¡Erik, vuelve aquí!- Oí gritar a mamá.
-Déjale ir.- La voz de la yaya me impactó.- En su estado no
conseguiremos nada.- Y tenía razón.
***
-¡Apártate, Violet!
Me agaché justo a tiempo de ver cómo una flecha se dirigía
hacia el pecho de Psyren, clavándose con rudeza.
Corrí hacia él y me agaché a su lado. La flecha había ido a
parar a uno de sus hombros. Alargué una mano y, sin previo
aviso, se la saqué. La sangre comenzó a brotar de la herida
descontroladamente, haciéndome perder, por un segundo, la
noción de dónde estaba y lo que estaba haciendo.
Cuando me recuperé del subidón que me suscitó aquel
delicioso aroma, me enderecé. Adriana caminaba muy
peripuesta hacia nosotros, amarrando con fuerza el arco.
-Violet, vuelve a casa.- Me ordenó.
Ya estaba bien. Tenía que ser capaz de defenderme a como
diera lugar.
-¡No me vengas con esas!- Le grité.- ¡Como si una simple
humana pudiera hacerme algo! ¡No me hagas reír!
Pero la sonrisa que me mostró a continuación me amilanó.
Ella estaba confiada de poder ganarme y llevarme de vuelta
pero, ¿por qué?, ¿por qué esa arrogancia?
Caí al suelo de bruces por el impacto y retorciéndome de
dolor. Había alguien más con ella y ese alguien había sido el
que había lanzado el cuchillo que me había herido
dolorosamente el hombro. Me puse en pie como pude y oteé
en la distancia. No había nadie más.
-¿Lo ves como si quiero puedo hacerte mucho daño?- Rió.-
Ve a casa y olvidaremos este asunto, ¿vale? Si no, seguiré
hiriéndote hasta que recapacites.
-¡Tú no harás nada de eso!
La voz de Psyren me asustó, pero ya estaba lo
suficientemente asustada sabiendo que a ella no le
importaba lo más mínimo que yo estuviese embarazada. ¿En
qué narices estaba pensando?
-No te preocupes.- Dijo sonriente, atravesándome con la
mirada.- Tu bebé está a salvo… Al menos de momento.
Psyren se abalanzó sobre ella en un abrir y cerrar de ojos,
pero dos cuchillos más se clavaron en su espalda. Él no
desistió, a pesar de estar perdiendo una cantidad
inconmensurable de sangre. ¿Es que iba a permitir que otros
tomaran parte en lo que yo había provocado? De ningún
modo.
Me levanté velozmente, pero antes de que pudiera dar ni un
solo paso, mi pierna quedó relegada a causa del filo del
cuchillo. No se clavó, tan solo me rozó, pero ese roce fue
suficiente para impedirme andar. Definitivamente tenía que
haber alguien más en aquel lugar… ¡Mierda! ¿Cómo es que
no me había dado cuenta antes? ¡Los cuchillos estaban
húmedos!
Me di la vuelta justo a tiempo de ver cómo un nuevo cuchillo
era lanzado a través del agua del lago. Mi velocidad y
reflejos fueron perfectos y lo suficientemente certeros como
para agarrar la hoja del cuchillo.
Una cabeza sobresalió del agua y yo aproveché la
oportunidad para saltar a su encuentro. Marco se revolvió
sorprendido en el agua. Había cometido un error al darme a
conocer su paradero y… lo iba a pagar con su vida.
Deslicé la hoja sobre la piel de su cuello con fuerza y esperé
mientras el agua se teñía deleitablemente de rojo. Sabía que
tan solo eso no iba a ser suficiente para acabar con él, pero
nos daría la suficiente ventaja para escapar.
Las heridas abrasaban mientras me dirigía hacia Adriana con
el cuchillo bien prieto en la mano. Sus ojos mostraron el
terror que le provocaba. Había conseguido reducir a Psyren,
quien ahora se encontraba tendido en el suelo cubierto de
sangre, pero yo era caso aparte. En mi estado actual, salvaje
y despiadado, ella no tendría ni la más mínima oportunidad
para escapar de mí. De todos modos, lo intentó.
Lancé el cuchillo con fuerza y, cuando vi cómo se
desplomaba por el dolor, me acerqué hasta Psyren para
verificar su estado. Estaba bien, consciente al menos, y aún
seguía conservando algunas de sus fuerzas.
-Estoy bien.- Me dijo, tratando de hacerse oír por encima
de los angustiosos y desesperados gritos de Adriana.
Me levanté y caminé hacia ella.
-Repíteme otra vez eso que decías.- Agarré su cuello con
fuerza y la levanté hasta que nuestros ojos se encontraron.
Ella se estremeció ante mi mirada.- Jamás, ¿me oyes?
Jamás te vuelvas a meter con un vampiro, porque podría ser
la última cosa que hagas… ¡Oh, espera! Esto es lo último
que harás en tu despreciable vida.
Y diciendo esto, giré con brusquedad su cuello hasta
escuchar el chasquido de las vértebras al hacerse añicos.
Luego, arrojé el cuerpo al suelo. No merecía la pena ni tan
siquiera merendársela, es más, me daban náuseas solo de
pensar en ello…
Un nuevo juego de pisadas me puso alerta. Teníamos que
salir de allí cuanto antes, antes de que descubrieran todo el
estropicio que tanto Psyren, como yo, habíamos causado.
Volví junto a él y le ayudé a ponerse en pie, justo a tiempo de
ver cómo un hombre… aparecía de entre la maleza, tras
nosotros.
-¿Vi… Violet?
No me lo pensé dos veces. Me abalancé sobre él y le tiré al
suelo. No tenía mucha experiencia en eso de combatir, pero
tenía la impresión de que aquel chico me estaba dejando
ganar… Mejor para mí. Extendí mis colmillos y se los clavé
con voracidad. Ya me había privado una vez de aprovechar
el alimento, pero no lo haría de nuevo.
Su sangre, dulce, espesa, demasiado excitante, entraba en
mi sistema como si lo hubiera hecho toda la vida, como si ya
hubiera formado parte de mí y a cada trago que daba, más
quería de él…
-Ojalá que esto no sea un sueño… Violet…- Me susurró al
oído.
Me retiré de él sin darle tiempo a reaccionar, esquivando sus
brazos, que casi habían conseguido rodearme por completo,
y regresé junto a Psyren.
Ese sabor, esa sangre… si no supiera que era totalmente
imposible, diría que ya la había probado. Algo en mí me
decía que yo ya había bebido de él y… además… este
sentimiento… No era comparable a lo que sentía por Psyren,
quien era mi supuesta pareja y el padre de mi hijo. Este
sentimiento era mucho más. Podía sentir un acúmulo de
emociones tan embargantes, que casi no podía respirar.
Amor, pasión, devoción, excitación, incluso odio y rencor,
todo ello me aprisionaba el pecho.
-Violet.- Volvió a pronunciar mi nombre. Esa voz, esa
dulzura… Me estaba volviendo loca. Era imposible que él y
yo nos conociéramos.
-¿Cómo sabes mi nombre?- Pregunté al fin, dejando caer a
Psyren con suavidad.
-Violet…- Volvió a repetir.- Estás… embarazada…
-Bueno, eso es evidente,- Le corté- a menos que estés
ciego, claro.
-Erik…- Tanto él, como yo bajamos la mirada hacia Psyren.
No podía ser que ellos dos se conocieran. Me negaba a
creerlo.- Ella no recuerda… nada…
-¡Erik, por fin te encuentro!
La voz me hizo dar un paso atrás. Pero, ¿qué narices estaba
pasando?, ¿es que esto se iba a convertir en una reunión
familiar? No entendía nada de nada.
-¿Violet?, ¿eres tú?
-¿Queréis decirme de una puñetera vez qué es lo que está
pasando a…?
No pude terminar la frase, quedando ahogada por el certero
lanzamiento de un cuchillo hacia mi estómago.
-¡Mierda…!
Me desplomé sobre la hierba en un golpe seco. La sangre
brotaba de la herida con demasiada fuerza, haciendo que mi
visión, mi fuerza, haciendo que todo en mí empeorara y, esta
vez, no tuve más remedio que dejarme ir.