martes, 28 de agosto de 2012

INCULPADA


Capítulo uno

El brillante sol del mediodía bañaba nuestros cuerpos acalorados. Pequeñas gotas de sudor recorrían nuestras frentes, nuestros cuerpos luchaban por mantener la compostura, nuestras respiraciones agitadas, el sonido de nuestros corazones, todo para indicarme que lo que estábamos haciendo no era correcto y que podría conllevar unas consecuencias gravísimas de llevarlo a término. Pero ya no lo soportaba más, era eso o aguantarme y no estaba por la labor de aguantarme. El chico que tenía frente a mí era guapo, alto y musculoso, perfecto en definitiva, si no fuera un capullo integral. El solo hecho de que jugara conmigo como con cualquier otra me enfurecía, que se burlara de mí me cabreaba hasta el punto de cometer la estupidez de retarlo a duelo, a sabiendas de que estaban prohibidos.
Sujeté la espada con fuerza y caminé hacia él. Tenía el cuerpo completamente amoratado y lleno de rasguños. La pelea que había provocado llegaba a eso y mucho más, estando en el punto de haber sustituido mis puños por un arma filosa. No me contentaba con tan solo haberle pateado, incluso haberle roto unos cuantos huesos por el camino, quería hacerle sufrir mucho más, para que entendiera que conmigo no se metía ni mi padre. Al llegar a su lado, clavé la espada en el suelo y le agarré de la barbilla con desdén. Le di un empujoncito y perdió el equilibrio, y en mis labios se dibujó una pérfida y cruel sonrisa.
-Te dije que como me volvieras a tocar te las tendrías que ver conmigo.- Escupí. Aaron me miró desde su posición, un poco agazapado, tratando de ponerse de nuevo en pie.
-Solo te di un beso, ¿cuál es el problema?- Se quejó, pero pude ver cómo esbozaba una sonrisa de satisfacción.
El hecho de que me utilizara como conquista me daba asco, pero que además se riera cuando estaba a punto de quedar inútil para el resto de su miserable vida, no tenía precio. No podía ser más estúpido. Empuñé de nuevo la espada y la coloqué sobre su cuello descubierto.
-Andas besándote con todas las chicas de la academia y, ¿pretendes que me crea que sientes algo por mí? Vamos, ¿me ves con cara de idiota?
-Tú eres diferente.- Suspiró Aaron retrocediendo un par de pasos hasta que estuvo bastante lejos del alcance de la espada.
Me enfurecí aún más. Corrí hacia él y le asesté un golpe en la cabeza con la empuñadura de la espada. Aaron volvió a caer a mis pies.
-¿Lo ves? Eso es lo que me gusta de ti.- Farfulló convulsionándose, escupiendo sangre.
Y seguidamente quedó inconsciente, bajo el fango que ahora era su sangre al mezclarse con la tierra. Volví a clavar la espada en el suelo y me froté las manos. Tenían leves rasguños en su superficie, pero nada importante. Lo que más me preocupaba, más que la sangre que salía de mis propias heridas, era la sangre de Aaron, que impregnaba mis manos delatando lo que acababa de hacer. Me las restregué con fuerza sobre la camisa del uniforme inconscientemente, hasta que me di cuenta del error. La camisa en sí era completamente blanca, salvo por el escudo de la Academia bordado en ella. Si aquella mañana hubiera tenido alguna clase física, me hubiera puesto el chándal, pero no, quién le mandaba al profesor desaparecer justo en ese momento. Bueno, nada ganaba con lamentarme. Ahora lo que tenía que hacer era salir de allí, antes de que alguien me viera en ese estado.
-¿¡Qué está ocurriendo aquí!?- Mi corazón explotó del susto. La directora me miraba con los ojos como platos y los pasaba de mí a Aaron en una fracción de segundo.- ¡Señorita Dormak!- Chilló.- ¿Ha sido usted quien ha hecho esto? Sí, por supuesto.- Añadió, y les hizo señas a un par de guardias.- La señorita Dormak ya se retira. Llevadla a su dormitorio y dad aviso a la enfermería.
Los dos guardias me agarraron toscamente de los brazos y me condujeron deprisa hacia mi dormitorio. Uno de ellos me empujó y caí de bruces en el interior. Luego, la puerta se cerró a mi espalda y el sonido de la llave al girar la inutilizó. Me levanté del suelo, caminé hacia la cama y me tiré literalmente sobre la colcha, hasta que recordé la sangre de Aaron sobre mi camisa. Me levanté desganada y me acerqué al armario para coger un cambio de ropa. Decidí ponerme el chándal, era con lo que me iba a sentir más cómoda. Luego, sujeté mis largos cabellos con una pinza y volví a la cama. El período vacacional había comenzado justo esa misma mañana, después de los últimos exámenes y lo primero que había hecho era meterme en más problemas. Pero yo no tenía la culpa. Si Aaron no me hubiera sacado de mis casillas nada de esto habría sucedido, pero no, por su culpa estaba completamente encerrada en mi dormitorio a la espera del castigo. Por si fueran pocos los problemas que se cernían en la Academia. El día anterior el profesor de educación física había desaparecido sin dejar rastro. Nadie sabía el motivo, pero los rumores que circulaban llegaban desde que había dejado embarazada a una de las alumnas, a que había encontrado otro trabajo. Yo no podía creerme nada de eso. Ese profesor en especial tenía la particularidad de ser totalmente inflexible respecto a esos asuntos. No era drástico y sopesaba todas las opciones, además su carácter me gustaba. Era duro en su cometido sí, pero también nos comprendía y nos defendía frente a la directora. Su marcha había sido una gran pérdida para muchos, pero creo que quien más podía sentirlo era yo, ya que era él quien me ayudaba a comprender muchas cosas y aunque no era su cometido, me apoyaba y me enseñaba a controlar esa parte de mí que quería mantener encerrada. En definitiva, él y mi padre adoptivo habían sido los únicos que me habían dado una mano, al menos en lo concerniente a estudios y control. Lo que ninguno pasaba por alto era la insubordinación y yo ya había recibido buenas dosis de sus reprimendas desde que era pequeña.
Di un respingo en la cama tras escuchar el sonido de un trueno. Fuera había empezado a llover con fuerza, pero más que eso lo que me sorprendió fue la oscuridad del cielo. Me levanté de corrida y me acerqué a la ventana. El viento movía las copas de los árboles colindantes con fuerza y las gotas de agua empañaban el cristal impidiéndome apenas ver el exterior. Podía sopesar que eran poco más de las nueve de la noche, lo que significaba que ya hacía más de ocho horas que me habían confinado. ¿A qué diantres estaba esperando la directora? La rabia aumentaba en mi interior y solo podía pensar en la posibilidad de arrancarle la cabeza a Aaron en cuanto lo tuviera de nuevo delante, pero no. Eso habría sido una tremenda estupidez. En primer lugar, puede que yo hubiera tenido parte de la culpa, por ser lo suficientemente inconsciente e imprudente por retarlo a duelo en pleno día y a las puertas de la academia. Mi orgullo me había podido y el resultado era tal cual. Sujeté las cortinas con fuerza, hasta casi arrancarlas. No podría haber sido más estúpida, pero no me quedaría allí para darle el gusto a la directora de jugar conmigo a sus anchas.
El plan se formaba en mi cabeza con rapidez, hasta que di con el método perfecto. Sonreí para mí misma y golpeé con fuerza el cristal de la ventana. Las gotas de lluvia me empañaron el rostro y el fuerte viento hizo saltar la pinza que ataba mis cabellos. Me encaramé al poyo de la ventana y salté, cayendo de rodillas sobre la hierba. Me puse en pie con rapidez y corrí a través de los jardines, machacando todo bajo mis pies, en dirección a la verja que rodeaba el recinto. Las pisadas acercándose me hicieron acelerar el paso. Los guardias habían escuchado el sonido de la ventana al hacerse añicos y me perseguían frenéticos.
De pronto, dos brazos detuvieron mi acalorada carrera. Traté de resistirme, forcejear, patalear, pero nada resultó. Me sujetaban con tanta fuerza que incluso podrían haberme roto los brazos. Me obligaron a caminar hacia el interior del edificio, escoltados por el resto de sus compañeros, en dirección, supuse, al despacho de la directora. Y tenía razón. La directora estaba sentada tras su escritorio cuando entré, rodeada de papeles y carpetas. La puerta se cerró de golpe y la directora levantó la vista de su trabajo para fijar sus ojos en mí. Los dos guardias me posicionaron frente al escritorio y retrocedieron para custodiar la puerta.
-¿Qué cree que está haciendo?- Gritó la directora histérica.- Primero la encuentro envuelta en un duelo a plena luz y ahora intenta huir del castigo.
-¡Usted no es nadie para retenerme aquí!- Escupí.
-¿Pero quién se ha creído que es para hablarme en ese tono? Las normas están por algo.
-Usted me tiene prisionera.
-¿Prisionera? No, querida. Esto es un internado y como en cualquier institución docente hay una serie de normas que se deben cumplir. Están hechas para protegeros.
-Dirá mejor para controlarnos.- Solté.
-Niña insolente…
-¿Me equivoco, o no ha hecho usted estas normas para tenernos controlados, dóciles y obedientes como corderitos?
-Hice las normas para protegeros de vosotros mismos. Aunque veo que con usted no voy a hacer carrera. No importa cuánto se le enseñe, usted siempre hará lo que le dé la gana.
-¡Usted no me enseña nada!- Vociferé irritada.- Solamente me tortura.
-¡Ya está bien! Como veo imposible que pueda atender a razones, se quedará en su dormitorio hasta nuevo aviso. Ya veré luego qué hacer con usted.
-Lamento corregirla, pero si he salido de mi dormitorio una vez, podré volver a hacerlo sin problemas.
-Usted no se preocupe por eso, le aseguro que no podrá salir. Tengo que pensar muy bien…
-¿Me va a expulsar?- La corté sonriente y más que desafiante.
-¡Lleváosla!
Los guardias volvieron a sujetarme y me llevaron a rastras fuera de allí. La ventana de mi dormitorio seguía rota, pero cuando me propuse repetir la misma operación, me di cuenta de a qué se había referido la directora. Si salía otra vez por allí, me atraparían los guardias que custodiaban abajo. Suspiré y caminé hacia la puerta con sigilo. No había escuchado girar la llave, por lo que no todo estaba perdido. Accioné el picaporte y oteé al derredor. No había nadie. Quizás la directora creía que no iba a ser tan estúpida de salir por la puerta principal, pero si pensaba eso es que no me conocía en absoluto. Con tal de escapar de su control era capaz de hacer cualquier cosa, pero primero… Caminé hacia el cuarto de baño y me encerré. Una buena ducha no me vendría mal. Cogí las toallas del cajón y las dejé en la repisa del lavabo. El espejo mostró mi rostro perfecto, apenas magullado tras el duelo. Abrí el grifo y me lavé la cara, y a la que volví a contemplarme en el espejo, esbocé una cruel sonrisa, dejando al descubierto una hilera de dientes perfectos y afilados…
Me desperté de sopetón al escuchar cómo alguien aporreaba la puerta sin descanso. La habitación se encontraba inmersa en una inexplicable oscuridad, lo que me hizo pensar en el tiempo que llevaría durmiendo. Los golpes se repitieron, fuertes, incansables. Fue entonces cuando recordé haber echado el pestillo antes de irme a dormir. Me froté los ojos y me deshice de las sábanas antes de ponerme en pie y encaminarme hacia la puerta. La cabeza me daba mil vueltas y no podía sino seguir rememorando aquella espantosa pesadilla que, si bien no era un sueño producto de mi imaginación, sino más bien un recuerdo de la última vez que estuve en ese mismo dormitorio, no dejaba de ser aterrador. Los golpes se repitieron con tanta insistencia que temí que quien estuviera detrás echara la puerta abajo. Y estaba más que dispuesta a abroncar a quien quisiera que estuviera montando semejante escándalo a esas horas. Pero mi réplica quedó ahogada en el instante en que le vi, plantado frente a la puerta, el hombre más irritante que había conocido nunca, vestido con una camiseta y unos pantalones deportivos, con una expresión en su rostro que daba verdadero miedo.
-¡Que sea la última vez que cierras la puerta a cal y canto!- Chilló Dominic cruzándose de brazos.- ¡Llevo más de una hora esperándote!- Parpadeé varias veces, aturdida.
-¿Esperándome, para qué?- Pregunté.
-Para tus clases particulares, ¿para qué sino?- Respondió como si tal cosa.
-Pero hoy es sábado.- Me quejé.- Y además estamos en vacaciones.
-Tus clases incluyen fines de semana.- Me aclaró.- Y las vacaciones, olvídate de ellas.
-¿Qué?- Pregunté como una boba.- Yo no estaba enterada de eso.- Dominic sonrió.
-Veamos…- Sacó una hoja del bolsillo del pantalón.- Plan de estudios de Freya Marie Dormak: de lunes a viernes, entrenamiento antes de desayunar, clase normal, almuerzo, clase normal, entrenamiento antes de comer, clase normal, entrenamiento antes de cenar, cena, últimas clases y entrenamiento hasta la madrugada. Sábados, domingos, festivos y vacaciones escolares, entrenamiento sempiterno.- Leyó.- Como ves, vamos a pasar mucho tiempo juntos.- Y una sonrisa cruzó sus labios.
-¿Que los sábados voy a tener entrenamiento qué?- Inquirí aturdida.
-Sábados, domingos, festivos y períodos vacacionales, tendrás entrenamiento ininterrumpido.- Me explicó, pero en sus ojos se veía que estaba tratando de suavizar el concepto.
-Di mejor que mi entrenamiento durará eternamente, al menos es lo que entiendo.
-Es lo que pone.- Dijo señalándome el papelito con insistencia. Me mordí la lengua para no decir una burrada.
-¿Y cuándo se supone que voy a dormir?- Solté, desviando el tema. Dominic se encogió de hombros.- ¿Y tus obligaciones como profesor? Porque me dijiste que empezabas este año y eso sin contar tus salidas…
-Mira, no sé lo que tiene la directora en contra tuya, pero no me importa. Mi única prioridad es ponerte en forma para que alcances el nivel del resto de tus compañeros.
-Ya, el problema es que si sigo ese planning voy a acabar muerta antes de empezar, y digo literalmente.- Dominic suspiró y asintió.
-Lo sé, por eso digo que no sé lo que le has hecho a la directora para que te odie tanto. No sé en qué está pensando. Nadie, por muy fuerte que sea, podría soportar todo ese entrenamiento. Parece preparado especialmente para hacerte fracasar.- Asentí. El extraño término con que se había referido la directora a mis clases particulares me dejaba ese hecho bien claro.- Pero lo que es indiscutible es que necesitas entrenar mucho más duro que el resto… Oye, ¿puedo pasar?
Abrí los ojos de par en par, sorprendida. No era precisamente la pregunta que me esperaba, es más, creí que me iba a hacer un interrogatorio mucho más exhaustivo sobre mi relación, o no relación más bien, con la directora. Suspiré. Pensaba negarme en rotundo, pero su insistencia me hizo ceder. Cerré la puerta a su paso y le seguí con la mirada.
-Bonito cuarto.- Susurró.
-Gracias, pero no has venido aquí para admirar su decoración, ¿me equivoco?- Le corté en seco.
-Cierto.- Añadió, y tomó asiento en la silla frente al escritorio. A ver qué confianzas eran esas. Lo dejé correr y me senté sobre la cama desecha.- Bien, lo primero que tenemos que hacer es diseñar un horario.- Qué considerado por su parte, y encima venía a decírmelo.- En cuanto empieces las clases te darán el horario. Haré el nuestro en base a él…
-¿Y no sería más fácil…?
-No.- Me cortó.- Yo puedo manejar a la directora, pero no puedo permitir que hagas ninguna locura.
-Sí, por supuesto. Todo se resume a que te voy a tener pegado a mí las veinticuatro horas del día.
-Míralo como quieras. Pero déjame decirte que no te dejaré tranquila hasta que te hayas vuelto más fuerte.- Mi corazón palpitó con fuerza. No era la primera vez que él me decía esas palabras y sospechaba que no sería la última.
-Y yo no pararé hasta haberme deshecho de ti.- Le respondí, y le mostré una sonrisa picarona.
-No va a ser fácil, pero…
-¡Ya está bien!- Me puse en pie de un brinco.- Deja de ser tan condescendiente conmigo, ¿quieres? Ambos sabemos que no quiero estar aquí, de modo que no veo porqué tienes esa actitud conmigo.
-Lamento querer que mi alumna no lo pase tan mal.- Y resaltó alumna, el muy capullo.
-Si no quieres que lo pase mal, llévame lejos de aquí.
-Lo siento, pero sabes perfectamente que no puedo hacerlo. Además, tu sitio está aquí.
-Sí, sí, lo sé. El mezclarme con humanos no es una buena idea, porque acabaré atacándolos y bla, bla, bla…
-Pues si lo entiendes, haz lo que te digo.
-No es fácil, ¿sabes?
-Ni lo será de ahora en adelante, pero es lo que hay. Y si no lo entiendes, no te preocupes, pronto lo harás. Ahora vamos. Tenemos mucho que hacer.
-¡Y una mierda!- Chillé.- Hoy es sábado.- Me volví a quejar.
Dominic se levantó de la silla y me empujó sobre la cama sin darme tiempo a reaccionar. Su cuerpo se apretó contra el mío y sus ojos recorrieron las curvas de mis pechos. Mi intento de quitármelo de encima fue en vano.
-¿Qué… estás haciendo?- Me quejé.
El sonido del teléfono móvil nos interrumpió fortuitamente. Dominic bajó de la cama emitiendo un suspiro y lo cogió. Sus ojos se clavaron en los míos y me sostuvo la mirada mientras hablaba. En ella podía verse la desilusión y la rabia. Y no entendía por qué.
-¿Sí?- Respondió.- De acuerdo, Suhit Y Vha2.
Colgó el teléfono y se lo guardó en el bolsillo, antes de volver a centrarse en mí. Extendió su brazo y me obligó a levantarme.
-El doctor quiere verte.- Me informó.
-¿Mi padre? ¿Para qué?- Dominic me agarró del brazo y tiró de mí hacia la puerta.
-¡Espera!- Grité. Dominic siguió tirando de mí- ¡Te digo que esperes! ¡Aún no me he vestido!
-Así estás bien.- Dijo con brusquedad, y cerró la puerta a nuestro paso. No tuve más remedio que seguirle.
-¿Qué era eso?- Pregunté.
-¿El qué?- Preguntó Dominic abstraído.
-Lo de hace un momento, la última frase.- Expliqué.
-Ah, eso. Solo es Maiga.
-¿El qué?- Pregunté atónita. Por algún motivo aquellas palabras me resultaban familiares, pero no sabía por qué si apenas acababa de escucharlas.
-Maiga, una lengua hablada por los Clanes desde hace siglos.
-Pues es la primera vez que la oigo.- Suspiré, y di un traspiés en las escaleras. Dominic me sujetó antes de que me cayera.
-Eso es bastante improbable.- Continuó, siguiendo el camino escaleras abajo.
-¿Por qué? ¿Tan raro es?
-Tuviste que aprenderlo siendo niña. Es… obligatorio.- Y puede que por eso me sonara tan familiar, pero lo había olvidado por completo.- Sí, es cierto, puede que lo hayas olvidado, pero es algo fácil de subsanar.- Odiaba que hiciera eso, que me leyera hasta ese punto.
-¿Por qué? ¿Me vas a enseñar?- Desvié.
-Hemos llegado.- Dijo Dominic señalando la puerta. Asentí y accioné el picaporte, pero me detuvo.- Prometí enseñarte todo lo que sé, y lo cumpliré.- Dominic se dio la vuelta para irse en lo que duraba mi entrevista con el doctor.- Est Cuhra Mhiat3.- Añadió como si nada.
-¡Khira Nhai4!- Chillé, y cerré la puerta a mi paso.
El corazón no dejaba de latirme con excesiva fuerza. Había respondido a aquello sin siquiera saber lo que significaba y, peor aún, no tenía ni la menor idea de lo que le había respondido. Simplemente lo había gritado. Me había salido del alma.
Nada más verme, el doctor me sonrió, dejó el informe que había estado leyendo sobre el escritorio y se levantó señalando una de las camas. Aspiré hondo y caminé despacio hacia la cama. No tenía ganas de andar, mucho menos de hablar, ni tan siquiera estaba por la labor de someterme a aquel examen. Pero no tenía alternativa. No podría negarme aunque quisiera, de modo que me subí a la cama. El doctor se acercó con una aguja de diez centímetros en la mano. Me contraje y hui de la cama, arrinconándome a mi misma contra la pared.
-¿Aún te dan miedo las agujas?- Rió el doctor.- Tranquila, puedes venir.
-¡No me dan miedo las agujas!- Rebatí a voz en grito.
Y me acerqué de nuevo a la cama tras comprobar que el doctor había dejado la aguja en la batea. Después, cogió el tensiómetro y me lo colocó en el brazo. Tras medirme la presión y la temperatura, tuve que desvestirme. Al principio me dio un poco de corte, pero luego recordé que no tendría por qué tener vergüenza con quien me había criado, en su mayor parte, de modo que me quedé completamente desnuda ante él.
-Los músculos tienen buen tono.- Comentó masajeando cada uno de ellos.- ¿Tus heridas cicatrizan bien?- Preguntó.
-A veces.- Respondí con sinceridad.
-¿Cómo que a veces?- El doctor me miró con los ojos como platos, como si lo que hubiera dicho fuera una barbaridad.
-Sí, a veces tardan más en cicatrizar.
-Bien, bueno, ¿y cómo te alimentabas?- Suspiré.
-No lo hacía, me alimentaba a base de los reconstituyentes.- Dejó caer los brazos a los lados y me miró con fijeza. Ya estaba, ahí venía una buena bronca.
-Puedes vestirte.- Dijo sereno.- Luego túmbate.
Hice lo que me pidió, pero lamenté haberlo hecho. Haciendo acopio de su gran velocidad me colocó una vía en el brazo, unida a una bolsa de A-. Para que él llegase a esos extremos debía ser un caso de extrema urgencia. Desistí de rebelarme o preguntar la razón de aquello y me acomodé en la cama. No me agradaba en demasía la idea de estar recibiendo una transfusión y el doctor lo sabía, como también sabía que no sería capaz de contradecirle, nunca había sido capaz, él me había cuidado desde niña y le debía mucho. Pero era como todos los demás allí. Su máxima prioridad era mantenerme vigilada, puede que encerrada y puede que en parte tuvieran razón, pero yo necesitaba un poco de libertad, quería que desapareciera la idea de estar viviendo en una cárcel, quería saber lo que era tener que tomar mis propias decisiones, por eso me escapé. Y ahora estaba de regreso y todo había vuelto a empezar.
Dejé esos pensamientos a un lado y me concentré en reprimir las arcadas que me sobrevenían a raudales.
-Y dime, ¿hiciste muchos amigos estando fuera?- Miré al doctor boquiabierta, pero le respondí.
-Me hice amiga de una chica de mi edad…
-¿Y ella lo sabe? ¿Sabe lo que eres?- Preguntó de pronto, dejándome de nuevo con la boca abierta. ¿A qué venía semejante interrogatorio?
-¡Por supuesto que no!- Le respondí, quizás demasiado alto.
-Sí, por supuesto que lo sabe.- Dedujo el doctor.- Pero eso es bueno. Tuviste con quién hablar.
-Sí, y eso me ha ocasionado más problemas de los que me hubiera gustado.- Me incorporé en la cama y me quité la vía. La transfusión había terminado.- Dime una cosa, ¿por qué me ayudaste?- Añadí desabrochando el colgante con la piedra lazulita que no me había quitado en ningún momento.
-Eso no es importante ahora, lo que importa es que superaste todos los obstáculos y conseguiste sobrevivir. De hecho me sorprendí mucho cuando supe que entraste a la escuela de medicina de…- Me puse de pie de un brinco.
-¿Cómo lo sabes?- Pregunté. El doctor desvió la mirada.
-¿Hiciste un buen trabajo allí?- Prosiguió en su empeño.
Caminé hacia él y le entregué el colgante, antes de dirigirme hacia la puerta y salir de allí. La situación se había vuelto demasiado incómoda y sabía que de nada me valdría preguntar, porque no obtendría respuestas.

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