martes, 28 de agosto de 2012

PREMONICIÓN

Capítulo 2

Jade abrió los ojos de sopetón. Se encontraba en una sala iluminada con fluorescentes, que
dejaban caer una luz cegadora. Entrecerró los ojos y se incorporó. Apenas si podía ver con
tanta claridad, hasta que cayó en la cuenta de una mano sobre su espalda, y abrió los ojos de
par en par. Tardó poco más de dos minutos en enfocar su alrededor, pudiendo distinguir la
figura de una mujer de unos treinta años, cabello largo atado en una cola de caballo, y bata
blanca e impoluta, sentada en una silla al lado de la cama.
-¿Ya estás mejor?- Preguntó la mujer.
-Yo… sí, ¿qué ha pasado?- Preguntó Jade confusa.
-¿Sabes dónde estás?- Inquirió la mujer. Jade negó con la cabeza.- Me lo imaginaba. Estás
en la enfermería del instituto.- Aclaró.- Tuviste un accidente en la clase de educación física.
-¿Qué clase de accidente?
-Según me han dicho, a uno de tus compañeros se le escapó un balón de baloncesto y fue
a estrellarse contra tu cara.- Explicó.- Pero déjame decirte que es un milagro que no te hayas
roto la nariz.
-Tengo los huesos muy duros.- Soltó Jade en broma. La enfermera sonrió.
-Sí, puede ser.- Rió.- Como veo que ya estás mejor, puedes irte a casa cuando quieras,
pero ponte un poco de hielo para rebajar ese chichón.- Jade asintió en respuesta.- Bien, te dejo
sola para que te cambies.
Jade volvió a asentir con la cabeza y se levantó, en lo que la enfermera salía de la
habitación y la dejaba sola. Recogió los pantalones, la camiseta y la sudadera de encima de
una silla y se vistió. Luego, buscó por todos lados sus zapatillas de deporte, encontrándolas
bajo la cama. Cuando terminó, salió de la enfermería en dirección a su clase, donde había
dejado el uniforme, sobre su pupitre. Lo recogió y se encaminó hacia las taquillas para recoger
la bolsa donde guardarlo. Hecho esto, caminó hacia la salida. Los pocos estudiantes que
quedaban en los alrededores, la mayoría de su clase, se la quedaron mirando, en tanto que
pasaba por su lado, pero nadie dijo nada, ni una sola palabra de aliento, ni un mínimo interés
por saber cómo se encontraba, nada absolutamente. Jade caminó deprisa hacia la calle
principal. Ya había tenido suficiente de ese día tan desastroso, y solo quería llegar a casa y
echarse a dormir.
Pero en cuanto llegó, se le cayó el mundo encima. No solo el día de desgracias no había
acabado, sino que al parecer no había hecho más que empezar. La ambulancia frente a la
casa tenía las luces encendidas, la puerta de atrás estaba abierta, y una persona, uno de los
sanitarios, aguardaba custodiándola. Jade corrió hacia la casa y llegó con el corazón en la
boca justo a tiempo para ver cómo dos sanitarios se llevaban a su padre inconsciente. El
despacho se quedó vacío cuando se encaminaron todos hacia el exterior. Su madre y su
hermano se abrazaban, lloraban, se consolaban el uno al otro. Jade se quedó al margen, un
paso por detrás, viendo cómo la ambulancia se alejaba con ese pitido propio que las
caracterizaba, hasta que hubo desaparecido de su vista, y fue entonces cuando se dirigió a su
madre.
-¿Qué ha pasado?- Le preguntó. Su madre la miró, pero no era la misma mirada de
siempre. La mirada que demostraba era de verdadero odio hacia Jade.
-Tu padre ha tenido un infarto por el estrés del trabajo.- Respondió con desdén.
-Entonces debemos ir con él.- Sugirió Jade ansiosa. Y ya estaba a punto de ponerse en
movimiento, cuando su madre la detuvo con brusquedad.
-No es necesario.- Dijo.- Mañana nos avisarán de su estado. Esta noche podemos
descansar.
Jade no entendía el motivo del comportamiento tan desinteresado del que estaba haciendo
alarde su madre, no entendía cómo una esposa se quedaba tan tranquila en casa con sus
hijos, viendo cómo se llevaban a su marido en ambulancia. No lo entendía, y tampoco lo quería
saber. Bastante tenía con no poder acallar las vocecitas de su cabeza, de modo que asintió en
respuesta y volvió a entrar en la casa. Subió las escaleras y se encerró en su habitación,
echando el pestillo. Soltó la bolsa al suelo y cayó de rodillas, sin poder controlar las lágrimas,
que se desbordaban de sus ojos a raudales. Cuando pareció recuperarse un poco, se quitó el
chándal y se atavió con el pijama. Decidió que esa noche no cenaría, tampoco es que hiciera
mucha falta al lado de su madre y su hermano, quienes parecían vivir únicamente el uno para
el otro, olvidándose de ella. No, esa noche no tenía ganas de nada, mucho menos de escuchar
las retahílas silenciosas de su madre. Retiró el edredón y se metió en la cama. Y de nuevo las
lágrimas afloraron en sus ojos. Hasta que se quedó dormida.
A la mañana siguiente se despertó nada más despuntar los primeros rayos de sol, no
pudiendo conciliar el sueño por más tiempo. Se deshizo de la sabana y de la manta, que
habían acabado arrugadas en el transcurso de la noche, y se levantó. Su cabeza dio mil
vueltas y mientras se recuperaba del mareo, unos insistentes golpes imperaban por derribar la
puerta. Jade suspiró, reconociendo los pensamientos de su madre tras ella. Descorrió el
pestillo y abrió la puerta. Su madre estaba parada en el umbral, como ella bien había previsto.
Tenía los ojos hinchados y rojos como un tomate, y vestía un traje completamente negro. Jade
se asustó, temiéndose lo peor, hasta que su madre habló.
-Tu padre ha muerto.- Soltó como si nada. Jade soltó la puerta y dejó caer sus brazos a los
lados, ahogando el grito que imperaba por salir de su garganta.- Vístete. Hay que ir a su
funeral.
Y tras decir aquellas dolorosas palabras, desapareció por el pasillo. Jade se dejó caer al
suelo, incapaz de llorar más, no queriendo sentir nada, queriendo volver el tiempo atrás para
arreglar aquello que se hubiera roto en su vida. Pero eso era imposible. Si se pudiera volver el
tiempo atrás, todo el mundo haría lo mismo, borraría todo el dolor de su vida y empezaría de
nuevo en un ciclo sin fin. No, no había más alternativa que aceptarlo, y resignarse a que nada
en el mundo era eterno. Jade cerró la puerta y rebuscó por el armario el único vestido de color
negro que tenía, un vestido que había adquirido para la noche de Halloween, y que ahora
debía usar para despedir a su padre. Sin ánimos y con el alma hecho pedazos, comenzó a
cubrirse con el apagado color. Tras encontrar los zapatos a juego, bajó como un alma en pena
al recibidor. Su madre y su hermano la esperaban con los brazos cruzados, y una expresión en
sus rostros que más de duelo parecía de verdadero odio, de rencor hacia su persona.
Los tres salieron de la casa, sin dirigirse palabra alguna, hacia el monovolumen beige
aparcado en la entrada. Muchas veces habían viajado en aquel lujoso aparato, pero nunca
para algo como aquello. Que la madre decidiera usar ese vehículo, en lugar del familiar, no era
otra forma sino de burlarse de la situación. Jade subió a regañadientes al vehículo y cerró la
puerta de golpe. Su madre y su hermano ocuparon las posiciones delanteras, y mientras ésta
conducía, Jade no dejaba de suspirar, expresando su descontento. Desde esa posición, podía
ver claramente la sonrisa de su madre a través del retrovisor.
El lugar donde se celebraba el sepelio estaba bastante concurrido. Personas que trabajaban
junto al padre de Jade, junto con sus esposas e hijos, se aglomeraban alrededor del ataúd,
varias personas de la familia, hermanos, tíos, sobrinos, también estaban reunidos, todos
vestidos de negro, y todos cubriendo sus ojos con gafas de sol. Jade bajó del coche y caminó
hacia la multitud.
Sabía que algo así sucedería. Los cielos le han castigado.
Su mujer estará contenta.
Cuidar de una hija que no era suya. Ha recibido su merecido.
Jade retrocedió agarrándose el pecho con las manos. Aquellos comentarios eran
demasiado crueles. Ya no quería seguir escuchando a aquellos déspotas que le sonreían al
pasar, ocultando lo que verdaderamente sentían, lo que verdaderamente pensaban. Se dio la
vuelta y caminó con decisión hacia el coche. Al llegar, su madre la obsequió con una cruel
sonrisa, antes de dirigirse junto a su hermano hacia los familiares que los saludaban. Jade
entró en el vehículo y cerró la puerta. Varias lágrimas se escaparon de sus cansados ojos.
¿Cuánto dolor podía soportar una persona antes de derrumbarse por completo? Aquello era
demasiado incluso para ella. Pero, ¿qué había hecho para merecer semejante trato? Su familia
le daba la espalda, y el único que parecía comprenderla, aunque en silencio, había perecido.
Jade aspiró hondo, tratando de calmarse, aunque sabía que sería inútil. Tan pronto como se
calmó un poco, decidió que se quedaría en el interior del coche hasta que todo terminara. Pero
su paz duró más bien poco. Su madre golpeó con insistencia el cristal de la ventanilla,
despertando a Jade de su ensoñación. Abrió la puerta y bajó del coche, aguardando lo que su
madre le tenía que decir.
-Tenemos que hablar.- Dijo muy seria.
-¿Sobre qué?- Preguntó Jade sin comprender.
-Ahora que tu padre ha muerto, yo sola no me voy a poder ocupar de los dos.- Recitó.- Por
eso he decidido que ingreses en el internado donde yo estudié para que hagan de ti una mujer
hecha y derecha. Alguien de provecho para la sociedad.
-¿Qué?- Preguntó Jade mucho más confundida que antes, tal vez por el hecho de que aún
estaba tratando de asimilar la muerte de su padre.
-¿Es que no me escuchas cuando te hablo?- Le gritó su madre zarandeándola.- Tú te irás
de la casa, ingresarás en el internado y no hay más que hablar.- Le ordenó con desaire. La
mirada de Jade se endureció y se deshizo del agarre de su madre de un tirón.
-¿Así es como solucionas las cosas?- Le recriminó Jade a voz en grito.- Tu marido muere y
a ti no te importa, y no contenta con eso me destierras de vuestra vida. No me importa lo que
haya pasado, pero yo no tengo la culpa de nada.
Y al decir aquellas últimas palabras, echó a correr hacia las calles de la ciudad. Los
pensamientos de su madre se repetían en su cabeza, sin descanso, atormentándola,
destrozándola un poco más.
Todo ha sido por tu culpa. No debiste haber entrado en nuestras vidas.
Jade se detuvo a recobrar el aliento en el parque cercano al cementerio. El corazón se le
iba a salir del pecho como no tomara un descanso. Se acercó sigilosa a la fuente y se lavó la
cara con abundante agua. Luego, tomó asiento en uno de los bancos de madera y se dejó
llevar por sus recuerdos, por sus pensamientos, por sus deseos. Hasta que las estrellas
aparecieron en el cielo y el frío viento de la noche comenzó a azotar la piel de su rostro, a
alborotar sus cabellos, a humedecer aún más sus ojos. Fue en ese momento que decidió
ponerse en movimiento, hacia su casa, hacia lo que quisiera que el destino tuviera reservado
para ella.
Su madre estaba en la cocina, preparando la cena. La miró de reojo cuando pasó por su
lado, pero la ignoró al poco, regresando a su quehacer. Jade se fue directa al cuarto de baño
para asearse un poco, antes de bajar a comer algo. Se había pasado todo el día sin comer y
tenía un hambre voraz. Su madre tomó asiento a su lado en la mesa, con un aire que indicaba
que aquella sería la última noche que hablaría con su hija de ese modo.
-Esa escuela, puede ser muy beneficiosa para ti.- Comentó apartando a un lado su plato.
Jade la miró y suspiró.
-Si es lo que realmente deseas, me iré.- Accedió sin más. Ya no tenía la fuerza de voluntad
necesaria para negarse, y puede que su madre tuviera algo de razón. Eso era lo mejor para
ella.
-Bien.- Musitó su madre tomando un sorbo del vino que se había servido.
Jade acabó de cenar y se encaminó hacia su dormitorio, no sin antes volver la vista atrás
para observar a su madre. Ahora tenía una expresión seria. Parecía estar pensando en algo,
algo que ni siquiera Jade entendería. Ésta subió las escaleras y se encerró en su dormitorio.
Aquel había sido un día agotador y lo que necesitaba más que nada en el mundo era dormir,
internarse en un plácido sueño, y olvidarse por unas horas de toda aquella pesadilla.
Cuando despertó, ya era bien entrada la mañana. Se levantó y se vistió con rapidez con el
uniforme del instituto. Llegaba tarde, muy tarde. Miró el reloj de su mesilla antes de cerrar la
puerta de su dormitorio de golpe. No solo se había quedado dormida, sino que se había
perdido ya la mitad de las clases. Ya era la hora de comer y nadie, ni su madre ni su hermano
la habían despertado para ir al instituto. Bajó atropelladamente las escaleras y entró en la
cocina. No había nadie. Recogió entonces un par de cosas que llevarse a la boca y salió de
casa a todo correr. Si se daba prisa, aún podría llegar a alguna clase importante. No podía
permitirse el lujo de flaquear ahora en los estudios, no habiendo luchado tanto por conseguirlo,
no por más que estuviera todavía de luto. No, debía seguir con su vida.
De repente, la figura de aquel apuesto hombre que la había visitado hace dos días se coló
en su cabeza, y deceleró el paso. El edificio del instituto se encontraba muy próximo a ella,
pero aquel recuerdo, o aquella ilusión, se imponía ante todo. Todo el día anterior había estado
cavilando posibles explicaciones a aquel suceso, desde que se trataba de un sueño, a que se
había vuelto loca, pero ninguna le había parecido creíble. Jade sentía que había algo más
detrás de aquel chico, algo que quería saber, algo que necesitaba saber. La razón de porqué
ese chico la había visitado era un completo misterio para ella y aunque todavía no lograba
determinar si se trataba de algo producto de su imaginación, no podía dejar de sentir
curiosidad. Agitó la cabeza con insistencia, desterrando esos pensamientos y se internó en el
recinto. La campana del final de la hora de comer repicó con fuerza, lo que significaba que
había llegado a tiempo para la clase de educación física. Jade maldijo su mala suerte y caminó
desgarbada hacia los vestuarios. No quedaba nadie allí, de modo que tuvo total libertad para
cambiarse a gusto, sin que le entrara ese molesto dolor de cabeza que le producían las chicas
de su clase, que solo pensaban en chicos, en ligar, y en cómo ocultarles los chupetones a sus
conservadores padres.
Salió de los vestuarios diez minutos después, vestida todavía con el uniforme, en lugar del
requerido chándal. Hoy quería librarse de aquella clase, y por descontado que lo lograría. Se
presentó ante el profesor y esperó.
-¿Por qué no llevas el chándal?- Advirtió el profesor mirándola de arriba abajo.- Y que sepas
que tu falta de ayer te ha hecho bajar dos puntos de la nota final.- Jade aspiró hondo antes de
responder.
-No llevo la ropa de deporte porque estoy con la regla y el médico me ha ordenado
permanecer en absoluto reposo por mis antecedentes.- Mintió Jade con maestría. El profesor
abrió los ojos de par en par, sorprendido por la respuesta.- Respecto al otro tema, mi falta de
ayer está completamente justificada, ya que asistí al sepelio de mi padre.- Concluyó Jade.
El profesor se quedó sin palabras. Jade caminó hacia las gradas sin esperar consentimiento
alguno por su parte y se sentó. Pero nada más se hubo sentado, tuvo esa misma extraña
sensación, la de hacía dos día cuando aquel extraño chico montado a lomos del unicornio
apareció ante ella. Se puso en pie y observó el ambiente. Efectivamente, el espacio se había
empezado a emborronar y comenzaba a distinguirse la figura de un cuadrúpedo de color
blanco. Jade sintió cómo su corazón se aceleraba en respuesta, hasta que el chico apareció de
nuevo frente a ella y sintió cómo se paraba de golpe. Tomó aliento muy profundo mientras
memorizaba por segunda vez los rasgos de aquel chico, sus cabellos castaños que reflejaban
el fuego en su superficie, sus preciosos ojos azules, sus marcados pectorales, su cautivadora
sonrisa. Todo aquello no parecía ser más que un sueño, pero era un sueño maravilloso a los
ojos de quien deseaba escapar del dolor. El chico alzó la mano hacia Jade, sonriente,
imponente, deslumbrante. Jade dudó durante un momento, creyendo que si le cogía la mano,
la visión se esfumaría, pero decidió arriesgarse, con un sorprendente resultado. El chico la alzó
sobre su cabeza y la dejó caer con suavidad detrás de él y Jade, que había estado conteniendo
el aliento por miedo a que fuera una ilusión, dejó escapar un gritito ahogado y en sus labios se
esbozó una tonta sonrisa de felicidad, mientras rodeaba la cintura de aquel chico con sus
brazos y se extasiaba con su aroma. El chico sonrió en respuesta y acarició el cuello del
animal, antes de ponerse en movimiento, cabalgando sobre un manto de luz hacia la
inmensidad de lo desconocido.

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