viernes, 27 de diciembre de 2013

TE ODIO CUANDO ME DICES "TE AMO"

Capítulo 2

Me desperté de sopetón al escuchar el estridente sonido del despertador. Aún
llevaba puesta la ropa de la noche anterior y a juzgar por el intenso dolor de cabeza y la
sed, había tenido una noche bastante movidita. Recordaba que había estado celebrando
con mis compañeros de trabajo el éxito de la campaña publicitaria del libro que
presentábamos en unos días. Después, todo estaba borroso, aunque de lo que sí estaba
segura, por la pésima impresión que me causó, era que había tenido que deshacerme de
un tipo que quería ligar conmigo.
Aparté la manta que me cubría y bostecé varias veces. El reloj marcaba las
nueve de la mañana. No es que fuera sobrada de tiempo, pero al menos tendría el
suficiente para desayunar algo antes de la reunión que tenía esa mañana con un cliente
de la tienda de antigüedades. Bostecé nuevamente y me levanté. Apenas había dormido
cinco horas y debía de tener unas ojeras de espanto. Caminé despacio hacia el cuarto de
baño para asearme un poco. No quería verme como un adefesio cuando firmara el
contrato de venta de aquel espantoso espejo.
Al llegar al baño, me paré en seco. La puerta estaba abierta y el ambiente estaba
húmedo, pero lo que más llamó mi atención fueron las dos toallas que había en el cubo
de la ropa sucia, además del aroma dulzón que se respiraba en el ambiente. Cerré la
puerta a mi paso y me encaramé al lavabo. Había algo que no acababa de encajarme,
pero no sabía exactamente el qué. Primero, no recordaba haberme duchado la noche
anterior. Segundo, hacía años que no usaba cuchillas desechables para depilarme, y
había una en la papelera, junto a un tampón. No había dudas, alguien había estado allí,
conmigo, ¿en mi cama? Una sensación de pánico me invadió. Revisé todo mi cuerpo, en
busca de algún chupetón, pero allí no había nada, ni siquiera una pequeña marquita.
Entonces se me ocurrió. Bajé la mano hasta mi sexo y comprobé que la cuerda del
tampón aún siguiera allí. Y efectivamente ahí estaba. Suspiré aliviada de que mi
escapadita nocturna no hubiera traído consecuencias nefastas y empecé a asearme. Ya
había perdido demasiado tiempo con cosas triviales. Cuando terminé, me dirigí hacia la
cocina, pero al pasar al lado del salón me detuve de nuevo. Una manta bien doblada se
encontraba sobre el sofá. Suspiré y lo dejé correr. Si no me daba prisa, al final llegaría
tarde. Nada más llegar a la cocina, un tenue olor a café me invadió. Efectivamente, la
cafetera descansaba sobre la encimera, llena, y había una taza en el fregadero.
Recapitulando, quien quisiera que hubiera estado allí, que estaba convencida de que era
un hombre, no solo había respetado mi virtud, sino que además se había duchado, había
dormido en el sofá y se había tomado la molestia de hacer café para el desayuno. Me reí
para mis adentros y volví mi atención hacia la cafetera. A su lado, bien doblado, había
un papelito de color blanco. Lo cogí y leí lo que estaba escrito.
“Espero que hayas dormido bien, princesa. Ha sido una noche maravillosa.
Habrá que repetir algún día. Un beso, tu acosador particular.”
Arrugué el papelito de rabia y me serví una taza de café, bien grande. No quería
pensar en cómo había llegado a ser la situación como para que el tipo que había
intentado ligar conmigo la noche anterior durmiera en mi casa. Me bebí el café de un
trago, le di de comer a Milo y salí de casa como alma que lleva el diablo.
Para ser un día de trabajo normal, no había mucha circulación, de modo que
llegué a la tienda de antigüedades con cinco minutos de adelanto. El cliente con el que
me había reunido ya me estaba esperando. Aparqué mi Sedan plateado y me reuní con
él.
–Lo siento, ¿lleva mucho tiempo esperando? –le pregunté. No respondió, tan
solo se limitó a mover la cabeza de un lado a otro–. Si lo desea, podemos hablar dentro
–añadí. El hombre siguió sin hablar.
Le había visto tan solo un par de veces más, y en ambas ocasiones había tenido
la misma impresión. Aunque aquel hombre no era muy mayor, diría rozando los
cuarenta y cinco, tenía un porte elegante, serio, demasiado recatado para mi gusto, pero
quién era yo para juzgar a los demás, tan solo una simple vendedora. Pero aquel hombre
tenía algo más, lo que principalmente había llamado mi atención. A juzgar por las pocas
palabras que había cruzado conmigo, cuando vino a solicitar el artículo y cuando le
informé sobre el exorbitante precio del mismo, podía darme cuenta de que provenía de
una buena familia, lo que significaba dinero.
El hombre me siguió al interior de la tienda, hacia el despacho.
–Si lo desea, podemos hablar sobre las condiciones de la venta –empecé. El
hombre, por primera vez, me miró fijamente.
–No es necesario –me cortó muy serio. Le miré sin comprender–. Sea cual sea el
precio me lo llevo –añadió sacando un talonario de cheques–. Creo recordar que ya se lo
dije la vez pasada, de modo que no veo porqué retrasarlo más. Usted necesita este
cheque –dijo tendiéndome el pedazo de papel– y yo ese endiablado espejo. Todos
salimos ganando.
Su hiriente voz me crispó los nervios. Definitivamente aquel hombre pertenecía
a una familia de alto estatus. Sólo a alguien así se le ocurriría la idea de menospreciar al
trabajador corriente, ofendiéndole hasta el punto de ser considerado inferior a él. Tiré
del cheque que sostenía en la mano y me levanté.
–El artículo le será enviado a su domicilio –dije hoscamente. El hombre se
levantó y caminó hacia la puerta.
–Me alegro que lo haya entendido. Volveremos a hacer negocios en otra ocasión
–caminé hacia la puerta, con la intención de acompañarle a la salida, pero con un gesto
de la mano me retuvo–. No es necesario que me acompañe, conozco la salida.
Y tras decir aquello, desapareció de mi campo de visión. Luego, el sonido de las
campanillas me indicó que me había quedado de nuevo sola en la tienda. Regresé al
despacho y recogí el cheque. Cuanto antes lo ingresara en el banco mejor. Puse el cartel
de “vuelvo en media hora” y cerré la tienda. Por suerte, el banco donde realizaba este
tipo de operaciones con regularidad estaba cerca de la tienda. Llamé al timbre y abrí la
puerta. La cajera que me atendía habitualmente estaba libre, de modo que me acerqué.
–Quisiera ingresar este cheque y sacar algo de efectivo –le dije. La cajera me
sonrió y cogió el cheque. Al mirarlo abrió los ojos de par en par y me di cuenta de que
le temblaban las manos–. ¿Ocurre algo? –pregunté.
La cajera negó con la cabeza y realizó la operación, pero cuando me dio el
resguardo para que lo firmara, me metí un buen susto. La cantidad escrita era, sin duda,
el doble de lo que había acordado con el cliente. Con razón la cajera se había quedado
petrificada. Le devolví el resguardo y rellené la ficha de salida de efectivo.
–En dos días le llegará el comprobante –me informó la cajera.
Le di las gracias, recogí el dinero y salí en dirección a la tienda. A pesar de todo,
el día mejoraba por momentos. No solo me había ganado el sueldo de cuatro meses,
sino que además me había deshecho de ese maldito espejo. Ahora lo único que quedaba
era llamar al transportista para que se lo llevase de una buena vez. Ese espacio lo
utilizaría para la Venus que tenía guardada en el almacén desde hacía un siglo.
Al cabo de dos horas sin ningún cliente más, decidí que había llegado el
momento de cerrar. Recogí todo y salí de la tienda. Aún era pronto, me podría tomar un
café tranquila en la terraza de la cafetería de la esquina y puede que, tal vez, me tomara
un pastel para celebrar mi éxito.
–¿Celeste?
Me giré sin pensar hacia donde había escuchado la voz. Al principio no reconocí
a la mujer que tenía delante, pero luego me vinieron a la memoria los recuerdos de mi
época de universitaria.
–¿Tracy? ¿Eres tú? –pregunté.
Sin mediar palabra me dio tal achuchón que pensé que me iba a ahogar.
Ciertamente hacía bastante tiempo que no nos habíamos visto. Tenía un aspecto
estupendo, no como recordaba de nuestros días en la universidad, sino mejor. Al final,
después de todo, se había alisado el pelo, y había mejorado considerablemente su
sentido de la moda. El traje plisado que llevaba le sentaba a pedir de boca y los zapatos
de aguja la hacían considerablemente más alta. No se parecía en nada a la chica que yo
recordaba, desgarbada, con un pésimo sentido de la moda y con un serio problema de
socialización. No, aquella chica era completamente lo opuesto. Me la quedé mirando un
rato más, hasta que me di cuenta de que no estaba sola. Un tipo alto y robusto, se
encontraba a su lado, sujetándola ahora de la mano.
–¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Ocho años? ¿Diez años? –siguió Tracy.
–Sí, algo así –respondí apenas, sin poder quitarle los ojos de encima a su
acompañante. Me sonaba de algo, pero no sabía de qué. Tracy pareció darse cuenta de
que no paraba de mirarle.
–¿Te acuerdas de él? –me ofreció–. Nos daba clase de dibujo técnico en la
universidad –me informó, creyendo que tal vez con eso pudiera recordarle. Y
efectivamente, se me encendió la bombilla.
–¿Profesor Reynard? –pregunté. El hombre me sonrió.
–Señorita Beresford, me alegro de volver a verla –respondió.
–Sí, hacía mucho tiempo. Creí que estaba en Londres.
–Lo estuve, pero volví pocos meses después.
–¿Y puedo saber qué le trae por aquí? –pregunté. Aunque podía darme perfecta
cuenta por cómo él y Tracy estaban agarrados de la mano, necesitaba confirmarlo.
–Lo siento, Celeste –intervino Tracy–. En realidad era un secreto, no se lo podía
contar a nadie…
–¿Ni siquiera a mí? –le recriminé.
–Si se enteraban de que el profesor estaba saliendo con una alumna le habrían
echado y no hubiéramos podido seguir juntos –me explicó.
Y ahí estaba la confirmación. Ahora empezaba a entender muchas cosas, sucesos
inexplicables, como las escapaditas de la residencia a media noche. Ahora todo estaba
claro, mi mejor amiga no había sido capaz de confiar en mí. Suspiré y empecé a caminar
hacia la cafetería. Ellos me siguieron.
–Escucha, Celeste –me interrumpió Tracy–. Sé que no nos hemos visto en
mucho tiempo, y que estás molesta por todo esto, no quería ocultártelo, pero las cosas
han salido así.
–No te estoy echando nada en cara –dije calmada tomando asiento en la terraza
de la cafetería. El calor era sofocante–. No estoy enfadada contigo, pero hubiera
apreciado que confiaras un poco más en mí.
–De verdad que lo siento –se volvió a disculpar. Ambos tomaron asiento a mi
lado en la mesa–. Pero déjame compensarte. Sé que estás muy ocupada y todo eso, pero
me gustaría que pudieras asistir a mi boda.
–¿Tu boda? –pregunté como una tonta. Era evidente de a qué se refería.
–Sí, mi boda con el profesor –me aclaró Tracy–. Es en apenas tres meses.
–Lo siento, pero en esta época del año estoy demasiado ocupada –me disculpé.
Y no había dicho ninguna mentira. El verano era, sin duda la peor época, tanto para mi
tienda, como para el biblio-café, ya que todo el mundo estaba de vacaciones–. Quizás
nos podamos ver de casualidad, como hoy –le ofrecí, queriendo dar por terminada la
conversación.
–Está bien –accedió poniéndose en pie–. Si cambias de idea –sacó una tarjeta del
bolso y me la ofreció– puedes llamarme a ese número.
Accedí con la cabeza y, tanto el profesor como, ella empezaron a caminar,
alejándose de allí a toda prisa. Varios minutos más tarde, una camarera se dignó a
aparecer. Le pedí un café bien cargado y un trozo de pastel de chocolate. Encontrarme
con Tracy después de tantos años, me había dejado con un regusto amargo, tanto que
había empezado a recordar cosas que creía olvidadas, cosas que había querido enterrar
en lo más profundo de mi subconsciente. Terminé de tomarme el café y la tarta en un
suspiro y me dirigí a casa. Aún tenía por delante varias horas antes de entrar a trabajar
en el biblio-café, de modo que me preparé la comida y me encaminé hacia el
dormitorio. Puede que una pequeña siesta no me viniera mal, después de todo. Solté el
bolso encima del escritorio y me tumbé.
La sensación de haber sido traicionada por Tracy no se me pasaba por más que
quería, pero no era solo eso por lo que me encontraba de tan bajo estado de ánimo. Esa
escena en particular, viéndolos a los dos tan apegados, me recordó a mí misma, cuando
lo único en lo que pensaba era en chicos, en moda y en salir de fiesta. Por aquella época
yo apenas sabía nada en cuanto a relaciones, mucho menos lo que era estar enamorada.
Pero ocurrió.
Suspiré varias veces y me arrastré hasta el baúl a los pies de mi cama. Todos mis
tesoros, acumulados al cabo de los años, estaban guardados ahí. El álbum de fotos de la
universidad era uno de esos tesoros. Hacía años que no lo hojeaba y algo me instaba a
hacerlo ahora. Saqué el volumen con cuidado y me acomodé en la cama. Nada más
abrirlo, una fotografía suelta salió despedida, aterrizando en el suelo. Me agaché para
recogerla, pero nada más hacerlo, una oleada de dolorosos recuerdos me invadió.
Aquella fotografía, el chico que estaba en ella, abrazándome como si me quisiera de
verdad, no sabía que la había guardado todos estos años. Regresé a la cama y me quedé
contemplando las facciones del chico de la foto…
–Mañana será mi cumpleaños –me susurró abrazándome fuerte–. ¿Vendrás a mi
fiesta, verdad?
–¿Una fiesta? –pregunté curiosa hundiendo mis dedos en su cabello.
–Sí, será algo informal, solo la familia –me explicó–. Y tú formarás parte de
ella, así que, ¿qué mejor ocasión para presentarte a mis padres?
Pero lo que parecía ser una velada perfecta, con mi novio y su familia, se
convirtió en algo mucho peor, algo por lo que tuve que huir, alejándome de él, de la
única persona que me había hecho sentir que era especial.
–Su invitación, por favor –me dijo el guardia de la puerta. Saqué del bolso el
papel que me había dado mi novio unas horas antes y se lo mostré. No podía dejar de
mirar la mansión que tenía delante. Parecía sacada de un cuento de hadas. Esto tenía
que ser un error. Era imposible que él viviera allí–. Lo siento –el guardia me miró sin
comprender– creo que me he equivocado.
–La recepción es en el primer piso, suba las escaleras y encontrará el salón de
baile a mano izquierda –dijo devolviéndome el papel que le había entregado.
Tragué con fuerza y seguí sus indicaciones. Tal como me había dicho, el salón
de baile se encontraba en el primer piso y estaba repleto de gente, mujeres con vestidos
elegantes y hombres con chaqués, bailando al compás de la suave música de una
banda. En comparación con aquellas personas yo estaba vestida con una sencilla falda
y una blusa. Di un paso atrás, dispuesta a salir de allí, cuando su voz me detuvo.
–¡Celeste!, ¡por fin has llegado! –me dijo mi novio. Me lo quedé mirando de
arriba abajo. Estaba super elegante con el chaqué–. Ven, te presentaré a mis padres.
–¡Espera! –grité.
–¿Qué ocurre? –me preguntó extrañado.
–Yo… no puedo entrar ahí, no voy vestida para esta clase de fiesta.
–¿Pero qué dices? Estás preciosa –y sus labios chocaron contra los míos en un
furtivo beso–. Venga, nos están esperando –añadió cogiéndome la mano.
–¡No! –solté mi mano con brusquedad. Él me miró confundido–. Me dijiste que
iba a ser algo informal, con la familia y eso –le recordé.
–¿Querido? ¿Por qué tardas tanto?
Di un respingo del susto. La mujer que se había acercado a nosotros era muy
hermosa, de unos treinta y pocos y el vestido rojo que llevaba le quedaba a pedir de
boca. Supuse que esa mujer era la madre de mi novio por cómo le miraba, pero
también supe que yo estaba fuera de lugar allí en cuanto nuestras miradas se
encontraron.
–Hijo, no debes hacer esperar a los invitados –prosiguió la mujer sin hacerme
el menor caso.
–Sí, madre, lo siento. Escucha, te quiero presentar a…
–Luego, cariño –le cortó cogiéndole la mano y arrastrándole al centro del salón
de baile.
Madre e hijo subieron a la plataforma donde minutos antes había estado
tocando la banda. Me acerqué cautelosa, no queriendo llamar demasiado la atención.
La mujer tomó el micrófono y saludó a los presentes con una cortesía que me pareció
poco natural, antes de continuar.
–Amigos, familia, tal como se acordó en su nacimiento, al fin ha llegado el
momento de que se conozcan –dijo sin más, y una hermosa chica, quizás un poco más
joven que yo, subió a la plataforma seguida por otras dos personas que supuse eran sus
padres–. Con su enlace, quedarán unidas nuestras dos familias –prosiguió la mujer y, a
cada palabra, algo en mi interior se fue encogiendo–, y al final daremos por terminada
una etapa.
No quería preguntar a qué se refería con aquello, quería salir de allí y
refugiarme en mi dolor, pero cuando ya estaba dispuesta a irme, dos personas me
sujetaron por los brazos. Miré hacia la plataforma inconscientemente. La mujer sonreía
satisfecha, mientras la parejita se daba su primer beso.
–Disfruten del resto de la velada –añadió la mujer agitando los brazos.
La banda empezó a tocar de nuevo, y la mujer empezó a caminar, en mi
dirección. A dos pasos escasos de mi posición, se detuvo. Las dos personas que me
retenían se alejaron.
–Tú debes de ser Celeste –me dijo con cierto aire de superioridad en su voz–. Mi
hijo me ha hablado de ti.
–Me alegro mucho de conocerla –dije con pleitesía–. Es todo un honor que me
haya…
–No sigas, chiquilla –me cortó–. Sé perfectamente bien la razón por la que estás
aquí, pero déjame decirte que aquí no hay sitio para ti –soltó cruelmente–. Por la
estupidez de mi hijo casi se arruina lo que tantos años nos ha costado planear. Por
suerte lo hemos cogido a tiempo.
–No sé a qué se refiere… –su mirada se endureció.
–Por supuesto que no. Alguien como tú jamás podría entender a las personas
como mi hijo –escupió–. ¿Creíste que se quedaría contigo, una pobretona de los
barrios bajos, y que daría de lado a su familia? Pues lo siento, pero no te ha salido
bien la jugada. Ahora, te ruego que te vayas.
Las lágrimas querían salir de mis ojos, pero las contuve con maestría. Me
despedí de aquella odiosa mujer y salí de aquella casa que me lo había robado todo, mi
amor, mis ilusiones, incluso mi orgullo. Al llegar a mi casa, me tiré sobre la cama y di
rienda suelta a mi dolor.
Dejé a un lado la fotografía y me restregué los ojos. Trece años habían pasado
desde aquel día y aún lo recordaba con la misma nitidez, con la misma intensidad y el
mismo sentimiento de dolor. Después de aquello, no volví a verle, pero todavía sueño
con que está ahí fuera y con que me recuerda como aquel día cuando nuestros destinos
se cruzaron.

TE ODIO CUANDO ME DICES "TE AMO"

Capítulo 1

El ascensor que me llevaba de nuevo a mi apartamento, se paró. Sus puertas se
empezaron a abrir con una lentitud abrumadora y, mientras aguardaba a que el espacio
entre ellas fuera suficiente, aproveché para encender el móvil. No tardé en recibir el
primer mensaje. Guardé de nuevo el móvil en el bolso y salí del ascensor. El sensor se
activó y las luces del pasillo se encendieron, cegándome durante unos instantes. Suspiré
y rebusqué en el bolso las llaves. Nada más abrir la puerta, Milo, mi gato, salió a mi
encuentro. Me agaché para acariciarle y cerré la puerta. El apartamento estaba en
penumbra, pero con la suficiente claridad como para permitirme llegar al dormitorio.
Solté el bolso y la chaqueta encima de la cama, y me puse la bata y las zapatillas. Milo
enroscó la cola entre mis piernas. Sonreí apenas y caminé pesadamente hacia la cocina.
No había pasado por casa en todo el día, de modo que el pobre animal estaba muerto de
hambre. Abrí el frigorífico y saqué una latilla de esas que venden en los supermercados.
No era su comida predilecta pero, como digo, ni tan siquiera había tenido tiempo de
hacer la compra. Milo se tumbó frente a su plato, ronroneando, saboreando la tardía
comida. Yo, por mi parte, me dirigí al salón y me tiré sobre el sofá. Había sido un día
agotador.
El proyecto que tenía entre manos me robaba todas mis fuerzas. No era solo por
el hecho de estar negociando la compra de un artículo de mi tienda de antigüedades, un
espejo victoriano valorado en más de lo que yo cobraba en un mes, sino porque los
preparativos para la presentación del libro que tendría lugar en unos días en el bibliocafé
donde trabajaba por las tardes, habían resultado ser tediosos, hasta el punto de la
locura. Acondicionar la sala de reuniones para el evento, preparar los expositores,
contratar más personal para controlar las ventas, cuadrar la fecha y los horarios de la
presentación oficial, la tertulia y la firma de ejemplares, contactar por e-mail con el
autor para ir informándole de todo… todo esto y mucho más crisparía los nervios de
cualquiera. Por suerte, ya estaba acostumbrada a trabajar bajo presión. Suspiré hondo y
me levanté pesadamente del sofá, recordando que aún no había comprobado los
mensajes del móvil. Con un poco de suerte, sería de alguna promoción de la compañía
de teléfonos, con lo que tendría lo que quedaba de tarde para mí sola. Me equivoqué. El
mensaje era de Suzanne una compañera del trabajo con la que me llevaba bastante bien,
he de decir, lo que echaba por tierra todos mis planes de pasar una velada tranquila.
T esprmos dnd siempr ☺ Tams tos y Raúl dce q quie vrt ☺ N trds
El texto era bastante corto, pero con la suficiente entonación como para no
permitirme declinar la invitación. Maldije por lo bajinis y comencé a cambiarme. Como
Suzanne me viera con la misma ropa que había llevado al trabajo se iba a liar gorda.
Ella era de las personas que no se ponían lo mismo dos veces seguidas, por no decir que
tenía un sentido de la moda bastante peculiar, tanto era así, que un día, en la reunión que
hicimos para desear buena suerte a una compañera que se trasladaba, nos vino vestida
con una minifalda, las medias y los zapatos de colores y bueno, su pelo, digamos que
parecía que se había peleado con el secador.
Terminé de vestirme justo cuando mi teléfono sonó de nuevo. Ésta vez era Raúl
y bueno, qué decir del mensaje, ese chico se lo tenía un poco creído. Guardé el móvil y
las llaves en el bolso y salí de casa. El lugar donde nos reuníamos habitualmente no
estaba lejos, a tan solo una manzana, de modo que opté por llegar a pie. Quién sabía lo
que estarían planeando hacer conmigo. Me reí para mis adentros, recordando cómo me
habían intentado liar con el camarero la última vez que estuvimos. Por suerte, no lo
intentarían de nuevo, aunque por si acaso, siempre llevaba mi preciado spray de
pimienta. Llegué al local justo cuando estaban pidiendo la que supuse sería la segunda o
tercera ronda. Y pude darme perfecta cuenta de que celebraban algo. Sorteé varias
mesas y me acerqué a la barra para unirme a ellos.
–¿Qué se celebra? –chillé. Raúl y Suzanne se giraron al tiempo. Apestaban a
alcohol. Nunca, en todo el tiempo que los conocía, los había visto así de borrachos. Me
sonrieron ampliamente.
–¡Eh, chicos! –gritó Raúl. El resto de mis compañeros de trabajo se volvieron a
mirar. Estaban igual de borrachos que mis dos mejores amigos–. ¡Pedidle una copa a
esta artista! –añadió volviendo su atención hacia mí. Tanto secretismo me estaba
poniendo verdaderamente nerviosa.
–¿Puedo saber a qué se debe todo esto? –insistí molesta.
–¿No te lo dije? –Suzanne colocó sus manos sobre mis hombros–. Hoy
celebramos que eres una jodida artista –soltó y, sin más, agarró su copa y se la bebió de
un trago.
–Pues sigo sin entenderlo, así que si alguien es tan amable de explicármelo…
–Lo que pasa es que “Atrapado en tu Recuerdo” ha llegado al primer puesto en
las pre-ventas –esclareció Raúl tendiéndome un vaso–. Y todo gracias a ti. ¡Vitoreemos
a la artista! –chilló levantando la copa. Todos hicieron lo propio, gritando y silbando de
júbilo. Tomé mi copa y me la bebí de un trago por la impresión.
–¿Y se puede saber cuándo pensabais contarme algo tan importante? –les
recriminé.
–Era una sorpresa –se escudó Suzanne. Su expresión parecía la de un niño al que
le habían quitado una piruleta. Suspiré.
–Vale, pero tenía derecho a saberlo. He sido yo la que se ha roto el culo para que
saliera adelante, ¿sabes?
–Y lo has hecho estupendamente, de modo que, ¡vamos a celebrarlo! –chilló
zarandeándome.
No tenía caso discutir con ella. Siempre hacía lo mismo de todos modos. Tomé
la copa que gentilmente me ofrecieron mis compañeros y brindé con ellos por nuestra
victoria. Al cabo de siete copas más y unos cuantos chistes malos, estaba que ya no me
tenía en pie. Me terminé la copa que tenía entre las manos y me interné entre la multitud
que se había formado a nuestro alrededor en dirección al servicio. La cola era
interminable. Miré mi reloj de pulsera y por poco no me meé encima del susto. Las dos
de la madrugada. Nuestra pequeña reunión se había extendido demasiado, pero cómo les
iba a dar largas e irme a casa a dormir. Mierda, sabían perfectamente que tenía que
levantarme temprano. Me aparté para dejar salir a una chica que salía del baño en ese
momento y entré en su lugar. No sabía de qué manera, pero tenía que encontrar la forma
de dar por terminada la celebración. El negocio que tenía entre manos era demasiado
importante como para echarlo por tierra solo por falta de sueño.
–¡Oye, ten cuidado! –grité.
El tipo que se había chocado conmigo al salir del servicio, me miró muy
fijamente, altivo y prepotente, como si pensara que yo había tenido la culpa de nuestro
encontronazo. No le veía con claridad, pero era muy apuesto. Sus ojos me recorrían de
arriba abajo, cual si estuviera eligiendo una pieza de carnada. Cuando me cansé de que
me sobara con la mirada, rehíce el camino hacia donde me esperaban mis compañeros.
Pero no di ni tan siquiera dos pasos, cuando su voz grave me sobresaltó.
–Yo a ti te conozco –dijo sin más.
–¿Cómo dices? –pregunté extrañada girándome para tenerle de frente.
–Nos hemos visto antes, ¿cierto? –insistió. Suspiré, ya me extrañaba a mí que no
me cruzara con algún tipo de este calibre.
–Oye, si lo que intentas es ligarme, vete olvidándote –le advertí.
–¿Ligarte? No era esa mi intención, pero de verdad que tú y yo ya nos hemos
visto antes –siguió en su empeño.
–Pues lo siento, pero me parece que te equivocas –le corté en seco–. Ahora si me
disculpas, me están esperando.
Y tras decirlo, me interné de nuevo entre la multitud. Pero no fui la única. Aquel
tipo me estaba persiguiendo. Su perseverancia no tenía límites. A pesar de haberle
rechazado, el tipo no se daba por vencido. Cuando llegué a la barra me paré en seco y
me giré. Su difuso rostro fue lo primero que captaron mis ojos.
–Oye, tío, te he dicho que no quiero nada contigo, así que deja ya de
perseguirme –grité tan alto, que mis compañeros de trabajo se volvieron para ver lo que
pasaba.
–¿Pasa algo? –intervino Raúl interponiéndose entre el tipo y yo–. ¿Este tipo te
está molestando?
–Estoy bien, tranquilo –me aparté de Raúl y encaré de nuevo al tipo–. Él ya se
iba, ¿no es cierto?
El tipo estudió mi expresión durante unos segundos más, antes de desaparecer
con la cabeza gacha entre la multitud. Una sensación de alivio me invadió. Volví la
atención hacia mis compañeros, que habían decidido empezar el juego de “a ver quién
bebe más”. Me acerqué a ellos cuando Suzanne terminó su ronda.
–Yo me retiro ya –les dije a voz en grito. Todos se me quedaron mirando con los
ojos como platos, sin poder creérselo, pero primero, tenía que levantarme en cuatro
horas escasas, y segundo, mi nivel de alcohol en sangre haría saltar el detector con
creces–. No me miréis así, ya os avisé que tenía que levantarme temprano –les recordé–.
Hubiera sido de otro modo si alguien –miré a Suzanne de reojo– me hubiera avisado
con tiempo.
Todos se despidieron de mí a regañadientes. Me daba un poco de palo dejarles
colgados, pero lo primero era lo primero. Salir de aquel local fue todo un suplicio, la
gente, tan apiñada como estaba, no dejaba ni un hueco para poder pasar. Al final, a base
de empujones y pisotones, conseguí llegar a la puerta de una pieza, que no en plenas
condiciones. Entre el calor del local y la cantidad de alcohol que llevaba a cuestas, no
sabía ni cómo llegaría a casa. El mareo y la visión borrosa eran unos de los efectos por
los cuales me arrepentiría al día siguiente. El frío aire de la madrugada me golpeó con
fuerza. Inhalé profusamente y empecé a caminar.
–¡Te estaba esperando! –gritó alguien a mi espalda. Me giré con tanta
brusquedad, que todo a mi alrededor empezó a dar vueltas.
–¿Otra vez tú? –grité exasperada–. ¿Qué he de hacer para que me dejes en paz?
Pero no esperé respuesta, sino que proseguí mi camino calle abajo. Aquel tipo
me seguía, a cierta distancia, pero me seguía. Jamás había conocido a alguien tan
insistente como él y no sería tan malo si no cantara a alcohol que echaba para atrás. Yo
ya tenía bastante con lo mío, como para añadirle un borracho más al caldero. Al girar la
calle me detuve, cansada de que me siguiera. El tipo no tardó en aparecer y debo decir
que le di un buen susto cuando me vio plantada en mitad de la calle con los brazos
cruzados, esperándole.
–Oye, ¿tienes algún problema conmigo? ¿Es que eres duro de mollera, o qué?
Ya te he dicho que no me interesas y como no te largues ahora mismo voy a llamar a la
policía.
–Lo siento si te he incomodado –se disculpó–, no era esa mi intención. Es solo
que te pareces un montón a una persona que conocí –añadió sin más, como si me
importara.
–¿Ah, sí? ¿Y con ella eras tan plasta? –escupí.
–Lo siento, como disculpa, déjame acompañarte al menos –suspiré–. No es
recomendable que una chica camine sola a estas horas.
–No, gracias –solté.
Me di la vuelta y empecé a caminar. Con suerte, él seguiría su propio camino.
Pero me equivoqué. A pesar de todo, él continuaba en su empeño, y me estaba
empezando a cabrear de verdad. Aminoré el paso para que él me diera alcance.
Entretanto, introduje la mano en el bolso.
–Oye…
No le dejé hablar. Me giré con rapidez y le ataqué con mi spray de pimienta. El
tipo cayó al suelo al instante, restregándose los ojos con insistencia.
–Maldita sea –farfulló.
Me di por satisfecha y seguí mi camino. Apenas tendría tres horas para dormir,
pero tenía intención de aprovecharlas al máximo. Ni la resaca, ni la falta de sueño, me
impedirían cerrar ese negocio. Apreté el paso hasta que casi me dolieron los músculos
de las piernas, hasta que un retortijón en el estómago me impidió seguir. Las arcadas,
seguidas por un intenso mareo, eran insoportables. Me encaramé a una farola cercana y
aspiré hondo. Si hubiera tenido un espejo a mano, de seguro mi cara se vería verde.
–Oye, ¿te encuentras bien? –¡Demonios!, otra vez él, ¿porqué tenía que aparecer
justo ahora?
–¿A ti te parece que estoy bien? –respondí reprimiendo las constantes arcadas.
Un nuevo mareo me sobrevino, y mis manos se soltaron de la farola. Mis piernas
flaquearon, pero sus fuertes brazos me sostuvieron antes de que me cayera.
–Lo siento, no me encuentro muy bien –mascullé.
Agarré sus brazos con insistencia y, no pudiendo aguantarlo por más tiempo, le
vomité encima. El tipo ni se inmutó.
–Bueno, creo que ya has hecho la noche –se mofó–. Dime dónde vives, te
acompañaré a casa –se ofreció galantemente.
Tuve que pensármelo dos veces antes de responder, pero al final le indiqué el
camino. En lo que duró el trayecto, ninguno dijo nada, hasta que perdí nuevamente el
equilibrio y, esta vez, sí caí al suelo.
–¿Te has hecho daño? –me susurró el tipo cogiéndome en brazos.
–Oye, bájame –me quejé.
–Ni hablar.
Total, que por si fuera poca la vergüenza que sentía por haber vomitado a
alguien encima, cosa que no me había ocurrido nunca, ahora también tenía que cargar
con la vergüenza de ser cargada en brazos por un extraño. No me podía creer que esto
me estuviera pasando precisamente a mí.
Llegamos frente a mi apartamento en unos minutos más que me parecieron
eternos. El tipo, en lugar de dejarme en el suelo, me arrebató las llaves del bolso y abrió
la puerta. Mi gato salió disparado a esconderse debajo de la mesa en tanto que nos vio
aparecer, al menos creo que era mi gato, porque lo único que mis ojos captaron fue una
bola de pelo moviéndose como una bala. El tipo cerró la puerta de golpe y me llevó al
dormitorio. Por suerte, él había procurado que el vómito de su camiseta y pantalones me
tocaran lo menos posible, de modo que prácticamente estaba intacta, libre de pecado.
Me dejó sobre la cama y me tapó con la manta que había retirado la noche anterior y
que aún no había guardado. Luego, cual si fuera una niña, me dio un beso en la frente y
cerró la puerta a su paso.
Lo último que recuerdo antes de quedarme profundamente dormida, es el sonido
del agua de la ducha al caer.

TE ODIO CUANDO ME DICES "TE AMO"




Argumento


Celeste y Alex se conocen en la universidad y se enamoran a primera vista.
Apenas saben nada el uno del otro, pero su carácter afín provoca que la relación
prospere. Hasta que aparece en escena la familia de Alex. Celeste se da cuenta de que ha
sido engañada y se aleja de él.
 
Trece años después ambos han seguido con sus respectivas vidas. Celeste tiene
dos trabajos, ha conseguido combinar su pasión por las antigüedades, creando su propia
empresa, y su gusto por la palabra escrita, trabajando en un biblio-café.
 
El día que todo su mundo tiembla, es el día de la presentación de un libro de un
autor desconocido hasta el momento, desconocido para todo el mundo, menos para ella.
Por mucho tiempo que haya pasado y muchas vueltas que haya dado la vida,
reconocería a Alex en cualquier parte.

domingo, 19 de mayo de 2013

CAUTIVA


Prefacio
ASTRAEA

Hacía años que no veía aquel edificio, la desgastada fachada, los amplios jardines, ni respiraba aquel enviciado aire cargado de dolor, sufrimiento, ira. En definitiva continuaba siendo tan lúgubre como entonces. Pero era mi casa, el único lugar al que podía regresar y ser yo misma.
Había vivido en aquel lugar desde los once años, desde que mis padres decidieron ponerme a cargo de la directora. Quizás lo hicieron para protegerme, porque por aquella época todo era un caos, y no les reprocho nada, intentaron protegerme, pero después perdí todo contacto, ni una llamada, ni una carta, nada, lo que me hizo pensar que se habían olvidado de mí. Mi hermana no tuvo tanta suerte como yo, ella era solo una niña cuando nos separamos. Dijeron que su vida era demasiado valiosa y que, dado que no sabían por cuánto tiempo se alargaría la revuelta, debían enviarla a un lugar seguro. Fue duro, pero después de un tiempo me di cuenta que nuestros padres estaban haciendo lo correcto. Aún así, me faltaba su presencia, aquellas noches en vela observando las estrellas desde el patio. Toda mi alegría se fue con ella.
Durante mi primer mes en la Academia, las cosas fueron bastante bien. Los entrenamientos eran duros, pero se compensaban con las tardes de diversión con mis amigos viendo la televisión, contando historias de miedo, riéndonos de cosas absurdas. Hasta que algo hizo cambiar a la directora. De repente nos encontramos con que los entrenamientos se intensificaron, resultando insoportables, nuestras horas de ocio se redujeron al mínimo, y nuestra libertad fue suprimida. Los estudiantes de otros cursos no se juntaban para nada, teniendo unos horarios bien definidos para cada uno. Incluso los guardias que debían velar por nosotros se convirtieron en nuestros enemigos y las habilidades propias de nuestra raza se emplearon para confinarnos en aquel lugar, sin posibilidad de escapar. No fue hasta varios meses más tarde que entendí que toda la libertad que nos habían dado no era más que una fachada, nos habían hecho creer algo que en realidad no era, porque la realidad era que desde que la directora se había hecho cargo del lugar, había estado usándonos para su propio beneficio. Todo mi mundo quedó entonces hecho pedazos, mi orgullo quedó relegado a una sombra de lo que fue y, puesto que no tenía otro lugar al que volver, no tuve más remedio que adaptarme. Hasta el día que, cansada de soportar todos aquellos abusos, decidí irme de allí.
No me fue difícil con mis habilidades atravesar la barrera que había puesto la directora, y para cuando se quisieron dar cuenta de mi huida, yo ya estaba demasiado lejos. Gracias al profesor Dormak y a su investigación, tenía una oportunidad de vivir entre los humanos. La pulsera que me había dado impediría que los guardias me encontrasen y que los humanos se dieran cuenta de lo diferente que era de ellos. Pasé varios meses sin rumbo fijo, aprovechándome de la amabilidad de los humanos, hasta que mi amor propio me impidió seguir haciéndolo. Fue entonces, por una de las casualidades de la vida, que encontré un folleto de presentación de la escuela de medicina y, tras sopesarlo detenidamente, decidí matricularme. Tiempo después conocí a Freya. Ella también había huido de casa y ambas nos hicimos amigas de inmediato. Nos sentíamos bien juntas, nos complementábamos, por decirlo así, pero algo en mi interior me reconcomía, el no poderle decir a mi mejor amiga quién era en realidad. Pasamos muy buenos ratos juntas, en clases, durante las fiestas que organizaban los estudiantes de cursos superiores, pero de un tiempo a otro, todas aquellas personas que me rodeaban, exceptuando a Freya, empezaron a mirarme de forma diferente, ya no se dirigían a mí del mismo modo, ni me trataban de igual manera, sino que tenían una actitud cautelosa para conmigo. Ya no había nada que hacer, se habían empezado a dar cuenta de cuán diferente era respecto a ellos. Durante un tiempo lo ignoré, me centré únicamente en mi amistad con Freya, la única que me trataba con normalidad, hasta que yo misma empecé a notar cosas extrañas. Y luego, todo cambió. Mi tiempo de libertad llegó a su fin. Habían dado conmigo para llevarme de vuelta. O eso pensaba, hasta que nuestros perseguidores fueron a por Freya. Ahí fue cuando supe a ciencia cierta que ella era como yo, y que había huido del mismo lugar. Al final, a pesar de que lo intentamos, fuimos llevadas de regreso a Phoenix. A las afueras se erigía el edificio de la academia, el lugar al que iba a regresar por voluntad propia. Si estaba con Freya todo estaría bien, pero me equivoqué. Dominic, el guardián que nos había encontrado, desobedeciendo todas las normas, decidió dejarla libre, permitiéndole seguir llevando una vida normal. Y de este modo, regresé yo sola a la academia.
La puerta principal del edificio se abrió de golpe. Al principio no la reconocí, pero tras ver su arrogante expresión y cómo curvaba los labios en una sonrisa, lo supe. La mujer que tenía ante mí no era otra sino la directora, mi madre a efectos prácticos. Se cruzó de brazos y me estuvo observando durante un rato más. No tenía ni la más mínima idea de lo que estaba pensando pero, conociéndola bien, no sería nada bueno. A lo lejos, el crujido de una rama me sorprendió, aunque traté de verme indiferente. Era imposible que se tratase de Freya, pero aún así guardaba la esperanza de que fuera ella. A juzgar por la expresión de Dominic, él también pensaba lo mismo.
La directora se hizo a un lado y Dominic me empujó hacia el interior, cerrando la puerta a nuestro paso. De inmediato, varios guardias me rodearon y fui conducida al despacho de la directora.
-Bien hecho, señor Ashford.- Escupió la directora con desdén. Dominic desvió la mirada. Tenía un semblante demasiado serio para alguien que estaba siendo alabado por su trabajo.- Bien, Raisa, ¿te alegras de estar en casa?- Me preguntó con una pérfida sonrisa enmarcada en sus labios. No respondí.- Ya veo que sí, aunque… sabes que tus acciones no pueden quedar sin castigo, ¿verdad?
-Yo no he hecho nada malo.- Repliqué. Los ojos de la directora se abrieron de par en par, sorprendida.
-Desobedeciste las normas, y para mí es más que suficiente.- Soltó.- Señor Ashford, espere fuera con ella mientras decido qué hacer con ella.
Los dos guardias que habían entrado con nosotros nos obligaron a salir de la estancia. Mi corazón latía deprisa, desacompasado. La mirada de la directora daba verdadero miedo y, realmente, temía por mi futuro. Los guardias se habían retirado, para darnos a Dominic y a mí un poco de espacio, pero sabía que nos vigilaban y que si se me ocurría hacer cualquier clase de movimiento sospechoso me capturarían, y el castigo sería mucho peor. Me apoyé contra la pared y me dejé caer, hasta quedar sentada en el frío suelo. Dominic se acuclilló frente a mí. En su mano sostenía un papel y un lapicero.
-Ten, despídete de ella.- Me ofreció. Cogí el papel y el lapicero, preguntándome por qué alguien que estaba a las órdenes de la directora era tan amable conmigo.
-¿Qué me va a ocurrir?- Pregunté y, aunque no esperaba respuesta Dominic negó con la cabeza. Fuera lo que fuera lo que tenía pensado para mí la directora, no volvería a ver a Freya en mucho tiempo.
Me retiré las lágrimas que escapaban de mis ojos y empecé a escribir:
Querida Freya:
Como te prometí, hay cosas que debo explicarte. Ante nada decirte que sí, es cierto que mi madre es la directora, la que te ha hecho tanto daño todo el tiempo que estuviste aquí. Solo decirte que lo lamento mucho y que uno no puede elegir a sus padres. Espero que algún día puedas perdonarme. Segundo, quiero decirte que guardaré con tesón todos los recuerdos que compartí contigo. Eres mi mejor amiga y por muy mal que me lo hagan pasar de ahora en adelante, jamás lo olvidaré. Te estarás preguntando por qué he decidido regresar, ja, como si lo estuviera viendo. Puede que no lo entiendas, pero ya estaba cansada de convivir con los humanos. Al principio fue bien, pero con el tiempo sentí su rechazo. Además, no me agradaba demasiado la idea de fingir ser quien no soy. Yo puedo entender tu postura de querer tener una vida normal, de verdad que puedo, pero te pido que jamás olvides quién eres en realidad. Puede que eso sea lo único que tengas y a lo que puedas aferrarte para sobrevivir. Mientras te escribo estas líneas, mi madre está decidiendo mi destino y puede que no nos volvamos a ver, aunque espero que no sea así. Puede que, donde sea que me manden, pueda descubrir algo sobre mi hermana. Sí, tengo una hermana. Es algo que no te había dicho nunca, pero me resultaba demasiado doloroso hablar de ella. Deséame suerte, yo te la desearé siempre. Te prometo que volveremos a estar juntas… Algún día. Si por alguna casualidad de la vida te vuelves a encontrar con Antoine, dile que lo amo y que tardaré un poco más de lo planeado en reunirme con él. Pídele que me espere, por favor. Yo lo atesoraré en mi corazón hasta que podamos volver a estar juntos. Adiós mi amiga.
Astraea Luna
Dejé el lapicero en el suelo y volví a releer la carta. De nuevo, varias lágrimas afloraron de mis ojos, sin descanso. Sabía que despedirme de ella como era debido era lo único que podía hacer, pero era lo más doloroso que había tenido que hacer nunca. Doblé el papel, lo metí en el sobre que me ofreció y se lo entregué a Dominic.
-¿Se la entregarás cuando la veas?- Le pedí. Dominic asintió.
Y en ese momento se abrió la puerta. Mi destino estaba decidido.

CAUTIVA


Argumento

Tras descubrir el secreto que encerraba los muros de la academia, que con tanto recelo nos habían ocultado, y el complot para iniciar una guerra por el poder, regresamos a la Academia Vance, con el propósito de arrestar a la directora, como cómplice del plan. Pero aún quedaban muchos cabos sueltos, uno de ellos, la desaparición de mi mejor amiga, Raisa. La directora se la había llevado lejos de mí, y había llegado el momento de recuperarla. Después de varios meses de búsqueda y a punto de perder la esperanza, una carta de Antoine arrojó un poco de luz al asunto. Pero como dicen todo lo bueno tiene un precio, pagarlo o no solo depende de ti.